domingo, 21 de junio de 2009

Annus Sacerdotalis

ANNUS SACERDOTALIS
Ahora mas que nunca
¡ Recemos por los Sacerdotes!


AÑO SACERDOTAL

19 de junio de 2009 - 19 de junio de 2010 "Fidelidad de Cristo, fidelidad del sacerdote" Convocado por Su Santidad Benedicto XVI con ocasión del 150º aniversario del dies natalis de San Juan María Vianney
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San Pío X: Formar buenos sacerdotes.
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Es necesario hablar de los medios que nos pueden ayudar en semejante empresa (formar buenos sacerdotes), puesto que están tomados de la doctrina común. De vuestras preocupaciones, sea la primera formar a Cristo en aquellos que por razón de su oficio están destinados a formar a Cristo en los demás. Pienso en los sacerdotes, Venerables Hermanos. Que todos aquellos que se han iniciado en las órdenes sagradas sean conscientes de que, en las gentes con quienes conviven, tienen asignada la provincia que Pablo declaró haber recibido con aquellas palabras llenas de cariño: Hijitos míos, por quienes sufro de nuevo dolores de parto hasta ver a Cristo formado en vos otros (Gal 4, 16) Pues, ¿quiénes serán capaces de cumplir su misión si antes no se han revestido de Cristo? y revestido de tal manera que puedan hacer suyo lo que también decía el Apóstol: ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí (Gal, 2, 20). Para mí la vida es Cristo ( Filip 1, 21) Por eso, si bien a todos los fieles se dirige la exhortación que lleguemos a varones perfectos, a la medida de la plenitud de Cristo (Ef 4, 20). sin embargo se refiere sobre todo a aquel que desempeña el sacerdocio; pues se le denomina otro Cristo no sólo por la participación de su potestad, sino porque imita sus hechos, y de este modo lleva impresa en sí mismo la imagen de Cristo.
(Enciclica E Supremi Apostolatus)
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S.S. Pio XI El sacramento del Orden sello indeleble, impreso en el alma
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Y tan excelsos poderes conferidos al sacerdote por un sacramento especialmente instituido para esto, no son en él transitorios y pasajeros, sino estables y perpetuos, unidos como están a un carácter indeleble, impreso en su alma, por el cual ha sido constituido sacerdote para siempre a semejanza de Aquel de cuyo eterno sacerdocio queda hecho partícipe. Carácter que el sacerdote, aun en medio de los más deplorables desórdenes en que puede caer por la humana fragilidad, no podrá jamás borrar de su alma. Pero juntamente con este carácter y con estos poderes, el sacerdote, por medio del sacramento del Orden, recibe nueva y especial gracia con derecho a especiales auxilios, con los cuales, si fielmente coopera mediante su acción libre y personal a la acción infinitamente poderosa de la misma gracia, podrá dignamente cumplir todos los arduos deberes del sublime estado a que ha sido llamado, y llevar, sin ser oprimido por ellas, las tremendas responsabilidades inherentes al ministerio sacerdotal, que hicieron temblar aun a los más vigorosos atletas del sacerdocio cristiano, como un San Juan Crisóstomo, un San Ambrosio, un San Gregorio Magno, un San Carlos y tantos otros.
(Encilica Ad Catholici Sacerdotii, sobre el Sacerdocio)
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S.S. Pio XII: El sacerdote, mediador entre el hombre y Dios

Consagrado, como por una divina vocación, a este augustísimo misterio, está constituido en lugar de los hombres en las cosas que tocan a Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Necesario es, por lo tanto, que a él recurra todo el que quiera vivir la vida del Divino Redentor y desee recibir fuerza, consuelo y alimento para su alma; en él también habrá de buscar la necesaria medicina quienquiera que desee levantarse de sus pecados y tornarse al recto camino. Por ese motivo, todos los sacerdotes con plena razón podrán aplicarse a sí mismos aquellas palabras del Apóstol de las Gentes: Cooperadores somos... de Dios
(Enciclica Menti Nostrae sobre la Santidad del Sacerdote)
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Juan XXIII: La Ascetica Sacerdotal
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Por todo esto podréis comprender, Venerables Hermanos, con qué afecto exhortamos a Nuestros caros hijos en el sacerdocio católico a que mediten este ejemplo de pobreza y caridad. «La experiencia cotidiana demuestra —escribía Pío XI pensando precisamente en el Santo Cura de Ars —, que un sacerdote verdadera y evangélicamente pobre hace milagros de bien en el pueblo cristiano» Enc. Divini Redemptoris Pio XI) Y el mismo Pontífice, considerando la sociedad contemporánea, dirigía también a los sacerdotes este grave aviso: «En medio de un mundo corrompido, en el que todo se vende y todo se compra, deben mantenerse (los sacerdotes) lejos de todo egoísmo, con santo desprecio por las viles codicias de lucro, buscando almas, no dinero; buscando la gloria de Dios, no la propia gloria» (Ad Catholici Sacerdotii Pio XI)
(Enciclica Sacerdotii Nostri Primordia)
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S.S. Pablo VI: El Sacerdote Celibe
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En medio de la comunidad de los fieles, confiados a sus cuidados, el sacerdote es Cristo presente; de ahí la suma conveniencia de que en todo reproduzca su imagen y en particular de que siga su ejemplo, en su vida íntima lo mismo que en su vida de ministerio. Para sus hijos en Cristo el sacerdote es signo y prenda de las sublimes y nuevas realidades del reino de Dios, del que es dispensador, poseyéndolas por su parte en el grado más perfecto y alimentando la fe y la esperanza de todos los cristianos, que en cuanto tales están obligados a la observancia de la castidad, según el propio estado.
(Enciclica Sacerdotalis Caelibatus)
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S.S. Juan Pablo II: El orden sacerdotal reservado a los varones.
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La ordenación sacerdotal, mediante la cual se transmite la función confiada por Cristo a sus Apóstoles, de enseñar, santificar y regir a los fieles, desde el principio ha sido reservada siempre en la Iglesia Católica exclusivamente a los hombres. Esta tradición se ha mantenido también fielmente en las Iglesias Orientales. (...) En efecto, los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles atestiguan que esta llamada fue hecha según el designio eterno de Dios: Cristo eligió a los que quiso (cf. Mc 3,13-14; Jn 6,70), y lo hizo en unión con el Padre "por medio del Espíritu Santo" (Act 1,2), después de pasar la noche en oración (cf. Lc 6,12). Por tanto, en la admisión al sacerdocio ministerial, la Iglesia ha reconocido siempre como norma perenne el modo de actuar de su Señor en la elección de los doce hombres, que El puso como fundamento de su Iglesia (cf. Ap 21,14). En realidad, ellos no recibieron solamente una función que habría podido ser ejercida después por cualquier miembro de la Iglesia, sino que fueron asociados especial e íntimamente a la misión del mismo Verbo encarnado (cf. Mt 10,1.7-8; 28,16-20; Mc 3, 13-16; 16,14-15). Los Apóstoles hicieron lo mismo cuando eligieron a sus colaboradores que les sucederían en su ministerio. En esta elección estaban incluidos también aquéllos que, a través del tiempo de la Iglesia, habrían continuado la misión de los Apóstoles de representar a Cristo, Señor y Redentor.
(Carta Apostólica Ordinatio Sacerdotalis)
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S.S. Benedicto XVI : El Sacerdote In Persona Christi Capitis
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La relación intrínseca entre Eucaristía y sacramento del Orden se desprende de las mismas palabras de Jesús en el Cenáculo: « haced esto en conmemoración mía » (Lc 22,19). En efecto, la víspera de su muerte, Jesús instituyó la Eucaristía y fundó al mismo tiempo el sacerdocio de la nueva Alianza. Él es sacerdote, víctima y altar: mediador entre Dios Padre y el pueblo (cf. Hb 5,5-10), víctima de expiación (cf. 1 Jn 2,2; 4,10) que se ofrece a sí mismo en el altar de la cruz. Nadie puede decir « esto es mi cuerpo » y « éste es el cáliz de mi sangre » si no es en el nombre y en la persona de Cristo, único sumo sacerdote de la nueva y eterna Alianza (cf. Hb 8-9). (...) La doctrina de la Iglesia considera la ordenación sacerdotal condición imprescindible para la celebración válida de la Eucaristía. En efecto, « en el servicio eclesial del ministerio ordenado es Cristo mismo quien está presente en su Iglesia como Cabeza de su cuerpo, Pastor de su rebaño, sumo sacerdote del sacrificio redentor ». Ciertamente, el ministro ordenado « actúa también en nombre de toda la Iglesia cuando presenta a Dios la oración de la Iglesia y sobre todo cuando ofrece el sacrificio eucarístico ».
(Exhortación Apostólica Sacramentum Caritatis).
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ORACION POR LA SANTIFICACIÓN DE LOS SACERDOTES
De Santa Teresita del Niño Jesús
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OH Jesús que has instituido el sacerdocio para continuar en la tierra
la obra divina de salvar a las almas, protege a tus sacerdotes en el refugio de tu SAGRADO CORAZÓN.
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Guarda sin mancha sus MANOS CONSAGRADAS,
que a diario tocan tu SAGRADO CUERPO,
y conserva puros sus labios teñidos con tu PRECIOSA SANGRE.
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Haz que se preserven puros sus Corazones,
marcados con el sello sublime del SACERDOCIO, y no permitas que el espíritu del mundo los contamine.
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Aumenta el número de tus apóstoles,
y que tu Santo Amor los proteja de todo peligro.
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Bendice Sus trabajos y fatigas, y que como fruto de Su apostolado
obtenga la salvación de muchas almasque sean su consuelo aquí
en la tierra y su corona eterna en el Cielo. Amén
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"Si quieres venir en pos de mí, toma tu cruz y sígueme"
(Evangelio de San Mateo 16, 23)

domingo, 14 de junio de 2009

La Subversión de la Verdad Católica

Aggionarmiento y Tradición
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"La Subversión de la Verdad Católica y la Falsa Iglesia"

Por Monseñor Antonio de Castro Mayer
I
Confrontación entre los conceptos de "aggiornamento" y de Tradición
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eL 21 de Noviembre del año pasado, en Circular dirigida a Nuestros carísimos Sacerdotes, procuramos, una vez más, avivar en ellos y en los fieles la vigilancia contra los peligros, a que un falso "aggiornamento" expone la integridad de la Fe y la pureza de las costumbres cristianas. Ya en Documentos anteriores Nos ocupamos de las tentaciones a que está expuesta vuestra fe, amados hijos, y os exhortamos a la vigilancia y a la oración. En la Circular del 21 de noviembre, nos referíamos, especialmente, a la reverencia debida a los Santos Sacramentos, con que damos público testimonio de nuestra fe en los misterios que adoramos. Señalábamos, entonces, la importancia de la advertencia, a la vista de ser indispensable la fe para la salvación, pues, sin ella es imposible agradar a Dios - "sine fide impossibile est placere Deo" (Heb. 11, 6).
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El 8 de diciembre del mismo año pasado, en la ocurrencia del quinto aniversario de la clausura del II Concilio del Vaticano, el Santo Padre, Pablo VI, en memorable exhortación, encarecía a los Obispos católicos del mundo entero la obligación de cuidar de la ortodoxia en la enseñanza de la doctrina católica.
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Es así, pues, amados hijos, que no eran vanos Nuestros temores. Los males de que recelamos en Nuestra diócesis, de hecho, amenazan a los fieles del mundo todo. De otro modo, no tendría sentido la Exhortación pontificia, dirigida a todos los Obispos católicos de la tierra.
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Deber del Obispo: velar por la ortodoxia.
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Dada la importancia capital de la materia - la pureza de la Fe - y la obligación que Nos incumbe de apacentar bien a las ovejas de Cristo que Nos fueron confiadas, juzgamos de Nuestro deber volver al asunto, comunicando a Nuestro rebaño las aprehensiones y amonestaciones del Papa. A tanto Nos convida el mismo Pontífice, pues recuerda que, a todos aquellos que recibieron 'por la imposición de las manos; la responsabilidad de guardar puro e intacto el depósito de la Fe y la misión de anunciar el Evangelio sin negligencia" (A.A.S., 63, p. 99), se impone de dar testimonio de su fidelidad al Señor, en la predicación, en la enseñanza, en el tenor de vida.
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De otro lado, al derecho imprescriptible que tiene el fiel de recibir la enseñanza sagrada, corresponde en los Obispos "el deber grave y urgente de anunciar infatigablemente la Palabra de Dios, para que el pueblo crezca en la fe y en la inteligencia del Mensaje cristiano" (p. 100). Profunda crisis de la Fe en el seno de la Iglesia.
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Semejante oficio del múnus episcopal es, hoy, más imperioso, porque trabaja en el seno de la Iglesia una crisis generalizada y sin precedentes, como atestigua la presente Exhortación Apostólica, crisis de autodemolición como la denomina el Papa, porque, conducida por miembros de la Iglesia, avala profundamente la conciencia de los fieles, pues los confunde en lo que ellos tienen de más esencial en la Religión.
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Afirma, en efecto, Pablo VI, en el Documento que vamos a presentar, que hoy "muchos fieles se sienten perturbados en su fe por un acumular se de ambigüedades, de falsedades y de dudas, que atañen esa misma fe en lo que tiene de esencial. Están en este caso los dogmas trinitario y cristológico, o misterio da Eucaristía y de la Presencia Real, la Iglesia como institución de salvación, el ministerio sacerdotal en el seno del pueblo de Dios, el valor de la oración y de los Sacramentos, las exigencias morales que dimanan, por ejemplo, de la indisolubilidad del matrimonio o del respeto por la vida. Más: hasta la propia autoridad divina de la Escritura llega a ser puesta en duda, en nombre de una "¡desmitización radical!" (p. 99).
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Como veis, amados hijos, la crisis en la Iglesia no podría ser más profunda. Leyendo las palabras del Papa, nos preguntamos: ¿qué quedó intacto en el Cristianismo? pues, si no hay certeza sobre el dogma trinitario, misterio fundamental de la Revelación cristiana, se difunden ambigüedades sobre la Persona adorable del Hombre Dios, Jesucristo, se titubea delante de la Santísima Eucaristía, si no se entiende la Iglesia como institución de salvación, si no se sabe lo que es el Sacerdote entre los fieles, ni hay seguridad de las obligaciones morales, si la oración no tiene valor, ni la Sagrada Escritura ¿qué hay de Cristianismo, de Revelación cristiana? Comprendemos que el Papa se sienta impelido a excitar el celo de los Obispos guardianes de la Fe consagrados para ser auténticos Pastores que apacienten con cariño, desvelo y firmeza las ovejas del Divino Pastor de las almas.
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II
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Empeño por construir una nueva Iglesia psicológica y sociológica.
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Tanto más, cuanto la Exhortación del Santo Padre deja entrever que hay una verdadera conspiración para demoler la Iglesia. Es lo que se deduce del trecho siguiente arriba citado, en el cual el Pontífice observa que las dudas, ambigüedades y falsedades en la exposición positiva del dogma, se suman al silencio "sobre ciertos misterios fundamentales del Cristianismo" y la "tendencia a construir un nuevo cristianismo a partir de datos psicológicos y sociológicos" en el cual "la vida cristiana sea despojada de elementos religiosos" (p. 99).
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Hay, pues, entre los fieles, un movimiento de acción doble convergente para la formación de una nueva Iglesia, que solo puede ser una nueva falsa religión: de un lado, se crean falsedades sobre los misterios revelados; de otro, se estructura una la vida cristiana al sabor del espíritu del siglo
Ocasión y causas de la actual crisis religiosa
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¿Cómo fue posible llegar a ese estado de cosas?
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Pablo VI hace, a este propósito, dos consideraciones:
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La primera, sobre la finalidad especial que el Papa Juan XXIII propuso al II Concilio del Vaticano, como aparece claramente en la Alocución con que abrió la primera Sesión del gran Sínodo: "Se impone que, correspondiendo al vivo anhelo de aquellos que se encuentran en actitud de sincera adhesión a todo lo que es cristiano, católico y apostólico, esta doctrina (cristiana) sea más amplia y profundamente conocida y que las almas sean por ella impregnadas y transformadas. Es necesario que esta doctrina, cierta e inmutable y que tendría que ser respetada fielmente, sea profundizada y presentada de manera a satisfacer las exigencias da nuestra época". Y explicitando mejor su pensamiento, prosigue el Papa Roncalli: "una cosa es, efectivamente, el depósito de la Fe en sí mismo, quiere decir, o conjunto de las verdades contenidas en nuestra venerable doctrina, otra cosa es el modo como tales verdades son enunciadas, conservando siempre el mismo sentido y el mismo alcance" (p. 101 ).
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El Concilio debería, y, en consecuencia, el Magisterio Eclesiástico, con el concurso de los teólogos, procurar aliar dos cosas, transmitir, sin engaño o disminución, la doctrina revelada; y hacer un esfuerzo por presentarla de modo a ser recibida íntegra y pura por los hombres de nuestro tiempo. Entiende-se por los hombres de espíritu recto, "aquellos que se hayan en actitud de sincera adhesión a todo lo que es cristiano, católico y apostólico", como dice Juan XXIII. Por tanto por los hombres realmente deseosos de llegar a la verdad; pues, a los que prefieren las máximas de este mundo, y, por eso rechazan la cruz de Cristo, se les aplican las palabras de San Pablo: es imposible una unión entre la luz y las tinieblas, entre la justicia y la iniquidad, entre Cristo y Belial (cf. 2 Cor. 6, 14 s.).
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He aquí en lo que consistía el "aggiornamento" del Papa Roncalli, en su mejor interpretación: una adaptación, en la manera de exponer la doctrina católica, de manera que pueda atraer al hombre moderno de espíritu recto.
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Tal empeño, nota Pablo VI, y es su segunda observación, no es fácil. Dice: "El Magisterio episcopal estaba relativamente facilitado, en una época en que la Iglesia vivía en estrecha simbiosis con la sociedad de su tiempo, inspiraba su cultura y adoptaba sus modos de expresarse; hoy, al contrario, nos es exigido un esfuerzo serio para que la doctrina de la Fe conserve la plenitud de su sentido y de su alcance, al expresarse bajo una forma capaz de alcanzar al espíritu y el corazón de los hombres a los cuales ella se dirige" (pp. 101 -102).
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Característica de la nueva Iglesia: la religión del hombre.
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O por la dificultad del emprendimiento, o por una concesión al espíritu del tiempo, el hecho es que, en la ejecución del plan trazado por el Concilio, en amplios medios eclesiásticos, el esfuerzo en la adaptación fue más allá de la simple expresión más ajustada a la mentalidad contemporánea. Tocó la propia sustancia de la Revelación. No se cuida de una exposición de la verdad revelada, en términos en que los hombres fácilmente la entiendan; se procura, por medio de un lenguaje ambiguo y rebuscado, más propiamente, proponer una nueva Iglesia, al sabor del hombre formado según las máximas del mundo de hoy. Con eso, se difunde, más o menos por toda parte, la idea de en que la Iglesia debe pasar por un cambio radical, en su Moral, en su Liturgia, e inclusive en su Doctrina. En los escritos, como en el procedimiento, aparecidos en medios católicos después del Concilio, se inculca la tesis de en que la Iglesia tradicional, como existiera ates del Vaticano II, ya no está a la altura de los tiempos modernos. De manera que debe transformarse totalmente.
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Y una observación rápida, sobre lo que pasa en medios católicos, leva a la persuasión de que, realmente, después del Concilio, existe una nueva Iglesia, esencialmente distinta de aquella conocida, antes do gran Sínodo como única Iglesia de Cristo. En efecto, se exalta como principio absoluto, intangible, la dignidad humana a cuyos derechos se someten la Verdad y el Bien. Semejante concepción inaugura la religión del hombre. Hace olvidar la austeridad cristiana y la bienaventuranza del Cielo. En las costumbres el mismo principio olvida la ascética cristiana, y tiene toda la indulgencia para el placer inclusive sensual, una vez que, en la tierra, es que el hombre ha de buscar su plenitud. En la vida conyugal y familiar, la religión del hombre enaltece el amor y sobrepone el placer al deber justificando, a ese título, los métodos anticonceptivos, diminuyendo la oposición al divorcio, y siendo favorable a la homosexualidad y a la coeducación, sin temer la secuela de desordenes morales, y a ella inherentes, como consecuencia del pecado original. En la vida pública, la religión del hombre no comprende la jerarquía, y propugna el igualitarismo propio de la ideología marxista y contrario a la enseñanza natural y revelada, que atesta la existencia de un orden social exigido por la propia naturaza. En la vida religiosa, el mismo principio preconiza un ecumenismo que, en beneficio del hombre, congracié todas las religiones, preconiza una Iglesia sociedad de asistencia social y vuelve ininteligible lo sagrado, solo comprensible en una sociedad jerárquica. De ahí, la preocupación excesiva con la promoción social, como si la Iglesia fuese un mero y más vasto organismo de asistencia social. De ahí, igualmente la secularización del Clero, cuyo celibato se considera algo de absurdo; bien como el tenor de vida sacerdotal singular, íntimamente ligado a su carácter de persona consagrada, exclusivamente al servicio del Altar. En liturgia se rebaja al Sacerdote a simple representante del pueblo, y las mudanzas son tantas y tales que ella deja de representar adecuadamente, a los ojos del fiel, la imagen de la Esposa del Cordero, una, santa, inmaculada. Es evidente que el relajamiento moral y la disolución litúrgica no podrían coexistir con la inmutabilidad del dogma. De otro modo, aquellas transformaciones ya indicaban mudanzas en los conceptos de las verdades reveladas. Una lectura de los nuevos teólogos, tenidos como portavoces del Concilio evidencia como, de hecho, en ciertos medios canónicos las palabras, con que se enuncian los misterios de la Fe envuelven conceptos totalmente diversos de los que constan de la teología tradicional.
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Importancia de la filosofía escolástica
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La Exhortación de Pablo VI habla de la dificultad de obtener la renovación del ropaje, en que se transmitiesen a los hombres de hoy los misterios de Dios. Y reconoce que fueron las nuevas expresiones para las verdades de Fe que trajeron la angustia de las inseguridades, ambigüedades y dudas. Como fueron los nuevos términos que facultaron, a los fautores de una nueva Iglesia, la difusión de una concepción nueva y extraña de la religión cristiana.
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Es de San Pío X la afirmación de que el abandono de la escolástica, especialmente del tomismo, fue una de las causas de la apostasía de los modernistas (Encíclica "Pascendi"). Después del Concilio Vaticano II, retorna a los medios católicos el mismo error, la misma ojeriza contra la filosofía que León XIII llamó "singular presidio y honra de la Iglesia" (Encíclica "Aeterni Patris").
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De hecho, uno de los sofismas de los teólogos del nuevo cristianismo es acusar de aristotelismo la formulación dogmática tradicional, cuando la Iglesia no debe estar enfeudada a ningún sistema filosófico. Acrecientan que semejante formulación fue útil y válida en su tiempo, o sea, dentro del ambiente cultural de la Edad Medía. Hoy, sin embargo, en un medio cultural totalmente diferente, ya no tiene valor. Antes es nociva. Impide el progreso de los fieles, y es responsable por la descristianización del mundo actual. La Iglesia, si quisiere revivir, si quisiere conservar su perennidad, debe abandonar las fórmulas antiguas y adoptar otras, de acuerdo con la filosofía de hoy, el pensamiento y la mentalidad contemporáneos. Solo así realizará el ideal propuesto por Juan XXIII y el Concilio Vaticano II. Y, para no ser tenidos como negligentes en su papel de teólogos, pasan a la aplicación del principio que por ellos vimos establecido, y a las verdades reveladas van dando formulaciones, dentro de la concepción da filosofía contemporánea.
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La falacia no es nueva. En la Antigüedad, no hicieron otra cosa los gnósticos que alteraron la Revelación para encuadrarla dentro de la filosofía neoplatónica; en el siglo pasado, fue el hegelianismo que desvarió a ciertos teólogos católicos. Los de la nueva Iglesia desean servir al marxismo, existencialismo y a las demás filosofías antropocéntricas, que pululan en la angustia intelectual, característica de nuestra época.
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El vigor del tomismo
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El engaño, amados hijos, de los mentores del nuevo cristianismo está no olvido en que dejan una verdad de sentido común, sin a cual es inexplicable el conocimiento, imposible la ciencia y la propia vida humana. Semejante verdad de sentido común está en la base de toda filosofía, que no sea mera construcción arbitraria del espíritu. Consiste en la persuasión de que el conocimiento es determinado por el objeto externo. El es verdadero, cuando aprehende la cosa como ella es; y es falso, cuando desentona de la realidad. Pueden variar los sistemas filosóficos. Ellos serán más o menos verdaderos, en la medida en que sus conclusiones atiendan al principio de sentido común arriba enunciado.
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En el acatamiento a semejante principio, encuentra el tomismo todo su vigor. Lo remarca León XIII, cuando dice que el tomismo es una filosofía "solidamente firmada en los principios de las cosas" (Encíclica "Aeterni Patris"). O sea, no es sistema arbitrario, fruto de la imaginación o creación subjetiva del filósofo. Muy al contrario, la filosofía tomista, se inclina sobre la realidad, para aprehenderla como ella es.
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Cuando enuncia sus dogmas, sirviéndose de los termos usuales en la escolástica, la Iglesia no lo hace porque tales expresiones sean de un sistema filosófico particular, sino porque pertenecen a la filosofía de todos los tiempos.
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Relativismo religioso y modernismo en los teólogos de la nueva Iglesia
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Ya no proceden del mismo modo los teólogos de la nueva Iglesia. No están ellos atentos a la realidad, cuya expresión puede variar desde que, por tanto, la presente como ella es. Lo que ellos desean es satisfacer la mentalidad moderna. Para ellos, la actualización de la Iglesia está en la adaptación de su doctrina a esa mentalidad. Y como el hombre moderno formó su pensamiento en un ambiente cultural todo volcado a las apariencias, a los fenómenos, y, más allá de eso, a eso a la metafísica, a Iglesia para no zozobrar, dicen los nuevos teólogos, precisa acomodar su doctrina a semejante manera de pensar. No se percibe como tal actitud pueda huir al error modernista, según el cual, el dogma evoluciona de un a otro sentido, de acuerdo con las necesidades culturales de la época en que es enunciado.
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Inmutabilidad y desarrollo de la verdad revelada
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Recordemos que la verdad revelada se comunica al mundo en lenguaje humano. Tal lenguaje, aunque inadecuado, no es mero simbolismo; debe decir, objetivamente, lo que es el misterio de Dios, aún que no manifieste su riqueza inagotable.
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Esta es la razón por la que las fórmulas dogmáticas no pueden evolucionar cambiando de significado. La fe, una vez transmitida, dice San Judas Tadeo, lo es "una vez por todas" (vers. 3). Ella es inmutable e invariable. No padece adiciones, substracciones, o alteraciones. Puede esclarecerse, no puede transformarse. Es como un ser vivo que se desenvuelve y se perfecciona, sin embargo, en la misma naturaleza, que hace que el individuo sea siempre el mismo.
Importancia de las fórmulas dogmáticas tradicionales
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Por eso, es de suma importancia mantener las fórmulas que, constituidas en la Iglesia, bajo la asistencia del Espíritu Santo, la Tradición, y los Concilios fijaron, para expresar con exactitud el concepto revelado. Semejante lenguaje dogmático puede sufrir alteraciones accidentales, no puede ser modificado del todo en todo.
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Ahora bien, a lo que, bajo el signo del "aggiornamento", asistimos después del Concilio, en varios medios católicos, es el menosprecio tanto de las costumbres como de las fórmulas tradicionales. Demos otro ejemplo.
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El Concilio de Nicea, después de años de luchas contra los arrianos, fijó, en la Palabra Consubstancial, el concepto de la unidad de esencia de las Tres Personas Divinas. Hoy, en ciertos medios católicos, aquel término es conscientemente abandonado. De ahí, la incertidumbre, la duda que el Papa lamenta sobre los dogmas da Santísima Trinidad y del Divino Salvador. El Concilio de Trento, contra el simbolismo protestante, consagró el vocablo transubstanciación, para indicar el cambio total de la sustancia del pan y de la sustancia do vino en el Cuerpo y en la Sangre de Jesucristo. Semejante palabra nos da la idea de lo que ocurre, objetivamente, sobre el altar, no momento da consagración de la Santa Misa, y nos asegura la presencia real y substancial de Jesucristo en el Santísimo Sacramento, inclusive después de terminado el Santo Sacrificio. Como término aristotélico, que no condice con las corrientes filosóficas actuales, la Palabra transubstanciación es rechazada por los teólogos de la nueva Iglesia. La substituyen por otra - "transignificación'; "transfinalización" - dando razón a la afirmación del Papa de que se pone en duda el "misterio de la Santísima Eucaristía y de la Presencia Real" (p. 99). En el orden práctico, se eliminan las señales de adoración, de respeto al Santísimo Sacramento, como la Comunión de rodillas, con velo, la bendición del Santísimo, la visita al Sagrario etc.
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Subversión doctrinaria
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Se la Palabra muda, y no es sinónima, naturalmente también el concepto se modifica. Están en este caso los nuevos termos de los teólogos "aggiornati", cuya consecuencia es un terremoto para la propia Fe. Es lo que la nueva terminología, de hecho, introduce una nueva religión. No estamos más en el Cristianismo auténtico. Además, las innovaciones no quedan apenas en cambio de palabras. Van más lejos. En la realidad, excitan una subversión total en la Iglesia. Como la filosofía moderna sobrestima al hombre, a quien hace juez de todas las cosas, la nueva Iglesia establece, como decimos, la religión del hombre. Elimina todo cuanto pueda significar una imposición a la libertad o una represión a la espontaneidad humanas. Desconoce, así, la caída original y extenúa la noción de pecado. No comprende "el sentido de la renuncia evangélica" (p. 105), y propugna una religión natural con base en las experiencias "psicológicas y sociológicas" (p. 99).

III

Remedios para el mal: fidelidad a la Tradición

a. INDICACIÓN DE PABLO VI
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Como causa del aturdimiento que sufren los fieles angustiados porque ya no tienen más certeza sobre lo que deben creer y sobre como han de actuar, Pablo VI apunta el abandono de la Tradición. De donde, el antídoto a tan profunda crisis de lenguaje, pensamientos acción, solo lo encontramos en la fidelidad a la Tradición.
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El Documento de Pablo VI insiste sobre este punto. Las actuales circunstancias, dice el Papa, exigen de nosotros mayor esfuerzo, para que "la Palabra de Dios llegue a nuestros contemporáneos, en su PLENITUD, y para que las obras realizadas por Dios les sean presentadas SIN ADULTERACIÓN, y con la intensidad del amor a la verdad que los salve" (p. 98 - mayúsculas nuestras). Tan noble incumbencia solo es exequible mediante la fidelidad a la "Tradición ininterrumpida que une (nuestro cristianismo) a la Fe de los Apóstoles" (p. 99). Debe pues, cada Obispo, en su Diócesis, estar atento por que los nuevos métodos "no lleguen a traicionar nunca la verdad y la CONTINUIDAD de la doctrina de la Fe" (p. 101 - señalado nuestro). Por lo demás, todo el trabajo de los teólogos debe ser en el sentido de la "fidelidad a la gran corriente de la Tradición cristiana" (p. 102). Por cuanto "la verdadera Teología se apoya sobre la Palabra de Dios inseparable de la Sagrada Tradición como sobre un fundamento perenne" (p. 103).
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En resumen, Pablo VI sintetiza (p. 18) la norma del Magisterio Eclesiástico en la Palabra de San Pablo: "aún que alguno - nosotros o un Ángel bajado del Cielo - vos anunciase un evangelio diferente del que hemos anunciado, que sea anatema (Gal. 1, 8), y prosigue el Papa: "No somos nosotros, en efecto, que juzgamos la Palabra de Dios: es ella que nos juzga y que pone en evidencia nuestros conformismos mundanos. La flaqueza de los cristianos, inclusive la de aquellos que tienen la función de predicar, no será jamás, en la Iglesia, motivo de endulzar el carácter absoluto de la Palabra. Nunca será lícito quitar el filo de su espada (cf. Heb. 4, 12; Apoc. 1, 16; 2, 16). A la Iglesia nunca le será permitido hablar de modo diverso del de Cristo, de la santidad, de la virginidad, de la pobreza y la obediencia" (p. 101).
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b. EJEMPLO HISTÓRICO: NESTÓRIO Y LA SANTA MADRE DE DIOS
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Las palabras del Papa no podrían ser más claras, ni más incisivas, como taxativas son las palabras del Apóstol citadas por él. Por lo demás, no pasan de ser un eco de la manera de actuar de la Iglesia, bajo el impulso vivificante del Espíritu Santo. Es hecho largamente comentado en toda formación religiosa, lo ocurrido con Nestório, Patriarca de Constantinopla. Lo transcribimos, aquí, según lo narra D. Prosper Gueranger, en su conocida obra "L'Année Liturgique", al comentar la fiesta de San Cirilo de Alejandría, el 9 de febrero: "En el propio año de su elección al trono episcopal, en el día de Navidad de 428, aprovechando la gran multitud que se aglomeraba en la Basílica Catedral, desde lo alto del pulpito, Nestório pronunció esta blasfemia: Maria no dio a luz a Dios; su hijo no era sino un hombre, instrumento de la Divinidad. Un estremecimiento de horror recorrió la multitud, y un lego, Eusebio, se levanto del medio del pueblo y protestó contra la impiedad. Toda la Historia, ates hoy, se regocija con esa actitud. Ela salvó la fe de Bizancio".
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c. NORMA GENERAL
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D. Gueranger da, entonces, el principio general: "Cuando el Pastor se muda en lobo, pertenece en primer lugar, al rebaño defenderse. Normalmente, sin duda, la doctrina desciende de los Obispos al pueblo fiel, y los súbditos, en las cosas de la Fe, no deben juzgar a sus Jefes. Hay, sin embargo, en el tesoro de la Revelación, puntos esenciales, cuyo conocimiento necesario y guarda vigilante todo cristiano debe poseer, en virtud de su título de cristiano. El principio no muda, ya se trate de creencia o procedimiento, de moral o de dogma. Traiciones como la de Nestório son raras en la Iglesia; no así el silencio de ciertos Pastores que por una u otra causa, no osan hablar, cuando la religión está comprometida. Los verdaderos fieles son los hombres que extraen de su Bautismo, en tales circunstancias, la inspiración de una línea de conducta; no los pusilánimes que, bajo el pretexto especioso de sumisión a los poderes establecidos, esperan, para ahuyentar al enemigo, o para oponerse a sus empresas, un programa que no es necesario, que no les deber ser dado”.
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d. LA IMPORTANCIA DE LA TRADICIÓN
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Quisimos ilustrar el criterio recordado por Pablo VI, debido a la importancia especial que asume en los días que corren, como es notorio a quien observa lo que se pasa en ciertos medios católicos. Por lo demás, es tal el valor de la Tradición, que inclusive las Encíclicas y otros Documentos del Magisterio ordinario del Sumo Pontífice, solo son infalibles en las enseñanzas corroboradas por la Tradición, o sea, por una enseñanza continua, a través de varios Papas y por largo espacio de tiempo. De manera que el acto del Magisterio ordinario de una Papa que choca con la enseñanza caucionado por la Tradición magisterial de varios Papas y por espacio notable de tiempo, no debería ser aceptado.
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Entre los ejemplos que la Historia apunta de hechos semejantes, sobresale el de Honorio I. Mismo vivo, a este Papa no se le debía dar atención. Entre los que lamentaron el acto de Honorio I están el VI Concilio Ecuménico, que fue el tercero reunido en Constantinopla, y San León II, Papa, al confirmar aquel Concilio. Entre los que continuaron a enseñar las dos voluntades en Jesucristo, está el gran San Máximo, llamado el Confesor porque selló con el martirio su fidelidad a la doctrina católica tradicional.
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e. NORMA DE ENJUICIAMIENTO PARA LAS NOVIDADES
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Guardemos, pues, con el máximo respeto Y atención al criterio de evaluación para las novedades que surgen en la Iglesia
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- ¿Se ajustan a la Tradición? - Son de buena ley.
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- ¿No se ajustan, se oponen a la Tradición, o la diluyen? - No deben ser aceptadas.
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Tradición, es seguro, no es inmovilismo. Es crecimiento, sin embargo en la misma línea, en la misma dirección, en el mismo sentido, crecimiento de los seres vivos que se conservan siempre los mismos. Por eso mismo, no se pueden considerar tradicionales formas y costumbres en que la Iglesia no incorporó en la exposición de su doctrina, o en su disciplina. La tendencia, en ese sentido, fue llamada por Pío XII "reprobable arqueologismo" (Encíclica "Medíator Dei"). Esto puesto, tomemos como norma el siguiente principio: cuando es visible que la novedad se aparta de la doctrina tradicional, es cierto que no debe ser admitida.
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Varios modos de corromper la Tradición
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Se puede concurrir para destruir la Tradición de varios modos. Hay, mismo, entre ellos una escala que va de la oposición abierta al desvío casi imperceptible. Tenemos ejemplo de oposición clara en las varias actitudes tomadas por teólogos, y hasta por Autoridades Eclesiásticas rechazando la decisión de la Encíclica "Humanae Vitae". De hecho, el acto de Pablo VI, deparando ilícito el uso de los anticonceptivos se insiere en una Tradición ininterrumpida del Magisterio Eclesiástico. No aceptarlo, enseñando lo opuesto de lo que prescribe, o aconsejando prácticas condenadas por él, constituye ejemplo típico de negación de una enseñanza tradicional.
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Más sinuosa es la falacia cuando se hiere la Tradición a través de elucidaciones dogmáticas que, sin negar los términos tradicionales, de hecho, son incompatibles con los datos revelados; por ejemplo, continuar a hacer profesión de fe en el misterio de la Santísima Trinidad, pero sustituir sistemáticamente el término consubstancial por otro que no tiene el mismo significado, como la palabra naturaleza.
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Hay igualmente contrabandos para la herejía, en las deducciones que amplían el contenido de las premisas. Así, declarar que, en virtud de la colegialidad, el Papa no puede resolver sin oír al Colegio Episcopal, es incidir en el conciliarismo que subvierte la Iglesia de Cristo.
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Más sutiles, son los nuevos usos, especialmente en liturgia, que subrogan a los antiguos, y que no solo no están dotados de la misma riqueza, sino que insinúan otros conceptos religiosos. En Nuestra Pastoral de 19 de marzo de 1966, subrayamos la importancia que tienen los usos y costumbres, tanto en la enfervorización de la Fe, como, en sentido contrario, en el solapamiento de ésta misma fe, siempre que el procedimiento presupone, y por tanto, difunde conceptos erróneos sobre las verdades reveladas.
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Evidentemente, la responsabilidad personal que hay en esas varias maneras de contestar a Tradición no es la misma. Entre tanto, en las circunstancias actuales, todas ofrecen peligro a la fe, y talvez más aquellas que menos aparecen como opuestas a la Iglesia tradicional. Se sigue que se pide de nosotros cuidadosa vigilancia, no vengamos a asimilar el veneno medio inconscientemente. Si hay gente de buena fe que, por ignorancia o ingenuidad, en las novedades que va aceptando, tiene la intención apenas de obtener una nueva expresión de la verdadera Iglesia: hay también y sobretodo la astucia del demonio que se sirve de esas mismas intenciones para desgarrar los fieles de la ortodoxia católica.
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Los falsos profetas y los nuevos Catecismos
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En la Exhortación Apostólica, que sugiere estas consideraciones, insiste el Papa, sobre la acción de los falsos doctores, que, viviendo en medio del pueblo de Dios, corrompen la Fe y la religión. Así, dice que es "para nosotros, Obispos'; aquella advertencia que se encuentra en San Pablo: "vendrá tiempo en que los hombres ya no soportarán la sana doctrina de la salvación. Llevados por las propias pasiones y por el prurito de escuchar novedades, juntaran maestros para sí. Apartarán los oídos de la verdad y los convertirán a las fábulas" (2 Tim. 4, 3-4), y más adelante, torna Pablo VI al mismo toque de alerta, aún con palabras del Apóstol: "del medio de nosotros mismos, como ya sucedía en los tiempos de San Pablo, surgirán hombres a enseñar cosas perversas para arrebatar discípulos atrás de sí (Actos 20, 30)" (p. 105).
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Cuando los enemigos están dentro de casa, como denuncia aquí el Papa, es sumamente necio quien no redobla la vigilancia. En la actual crisis de la Iglesia, podemos decir que nuestra salvación está condicionada al empleo de todos los medios que preserven la integridad de nuestra Fe. Por tanto, es necesaria, hoy, mayor atención para evitar las celadas armadas contra la autenticidad de nuestro Cristianismo.
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En Nuestra Instrucción Pastoral sobre la Iglesia, del 2 de marzo de 1965, fundamentamos semejante advertencia mostrando como el espíritu modernista, infiltrado en los medios católicos, introduce entre los fieles, el relativismo y el naturalismo religiosos, subvirtiendo el dogma y la moral revelados. De la difusión de semejante espíritu se encargan, actualmente, los nuevos Catecismos. He aquí, que nos toca el deber de llamar vuestra atención, amados hijos, sobre esas nuevas obras de enseñanza y formación religiosa que, a título de fe para adultos o para el hombre moderno, destruyen la doctrina tradicional, ora por el silencio, ora por omisiones, ora de manera positiva, por concepciones contrarias a la verdad siempre enseñada por la Iglesia. Son los nuevos Catecismos el medio de inocular en la mente de los fieles la nueva religión, en consonancia con las corrientes evolucionista y racionalista del pensamiento moderno.
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No levantamos ningún juicio sobre las intenciones de los autores de los nuevos Catecismos. No nos olvidamos, entre tanto, de que el "hombre enemigo'; o sea, el demonio, que hace todo para perder las almas, se aprovecha de las perturbaciones causadas en la Iglesia por los pruritos de novedad, y en ellas mismas insinúa los sofismas con que corrompe la Fe y pervierte las costumbres. Siendo, como son, los nuevos Catecismos instrumentos para formar, en la Religión, a las nuevas generaciones, sería ingenuo pensar que el ángel de las tinieblas no procurase servirse de ellos, para a realización de su obra siniestra. De hecho, pues, objetivamente, los nuevos Catecismos deben ser colocados, entre los fautores de la autodemolición de la Iglesia, de que habla el Papa.
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Nunca es demás señalar la importancia del Catecismo. Y, en consecuencia, nunca será excesivo alertar a los fieles contra los textos de Catecismo que subvierten la religión de Nuestro Señor Jesucristo.
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IV
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La profesión de fe en las prácticas litúrgicas y religiosas
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En su Exhortación Apostólica, Pablo VI carga la conciencia de los Obispos a que cuiden la doctrina sea transmitida pura no sólo en la enseñanza como en el ejemplo que ha de vivificar las palabras.
El Papa se refiere a los auxiliares de los Obispos en la difusión de su doctrina, su afirmación, entre tanto, comporta interpretación más amplia, una vez que, en los actos piadosos, hacemos viva profesión de nuestra fe. En otras palabras: lo que creemos con la inteligencia, eso realizamos en nuestra vida católica, especialmente en las prácticas religiosas. En sentido inverso, es por los actos cotidianos que, o alimentamos a nuestra fe, o la entibiamos, según que nuestro procedimiento se conforme con lo que creemos, o de ello se aparte.
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Y ahí tenéis, amados hijos, toda la importancia de las prácticas piadosas tradicionales. Con ellas se nutrió la fe de las generaciones pasadas, que, con su ejemplo, nos transmitieron el amor a Jesucristo, a su doctrina y a sus preceptos. Ellas fortificaran, hoy también, nuestra fe y nos darán las energías para seguir el ejemplo de nuestros hermanos que nos precedieron en el Santo temor de Dios. En este mismo orden de ideas, debemos precaver Nuestros amados hijos, contra las prácticas religiosas, en las cuales o se encarna el espíritu de la nueva Iglesia, o se agota la adhesión a los misterios revelados. Tratándose de cuestión capital, que interesa a la salvación eterna, recomendamos vivamente a Nuestros carísimos hijos, que se mantengan fieles a los ejercicios ascéticos encarecidos por la Iglesia: meditación, examen de conciencia, actos de mortificación, visitas al Santísimo, confesión y Comunión frecuente, oración continua, y de modo especial, el rezo cotidiano del tercio de Nuestra Señora.
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El culto a la Santísima Eucaristía
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De modo particular, nuevamente recordamos a Nuestros amados hijos la reverencia que tradicionalmente, se debe a la Santísima Eucaristía reverencia con que hacemos profesión de fe en la presencia real y substancial del Dios humanado en el Sacramento del Altar. De acuerdo con la costumbre tradicional que según la Sagrada Congregación del culto Divino, donde existe debe ser conservada, reciban los fieles, la Sagrada Comunión siempre de rodillas, y las Señoras y jóvenes con la cabeza cubierta, y jamás se aproximen de los Santos Sacramentos en vestidos que desdicen del respeto y reverencia para con las cosas sagradas.
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Desacralización Tengamos siempre todo respeto por el lugar sagrado. Una de las características de la Iglesia nueva es la desacralización. Ella condena los edificios propios para el culto, y desea que la religión se disuelva en la vida común del individuo. Bajo la alegación de que todo es sagrado, en la realidad, todo se reduce a lo profano. Jesucristo atendía mucho a la distinción entre lo sagrado y lo profano. Comentando el trecho de San Juan en que el Divino Maestro expulsó a los vendedores, declara San Agustín que el mal no consistía en que se vendían animales, por cuanto ilícitamente se vende lo que lícitamente se ofrece en el Templo. El mal estaba en que la venta se hacía, por mero interés, en un lugar sagrado, de sí destinado a la oración y al culto Divino (cf. in Jn. tr. X).
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Protección y mediación de Maria Santísima
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Señalamos, amados hijos, algunas prácticas, a través de las cuales, se procura instaurar en la Iglesia un cristianismo nuevo, distinto de aquel que Jesucristo vino a traer a la tierra. En Nuestra Pastoral de 19 de marzo de 1966, sobre la aplicación de los Documentos conciliares, señalamos el gran peligro que de tales prácticas se origina para la fe, intoxicadas, como están, por la herejía difusa que encuentra connivencia en la mentalidad relativista del mundo moderno. La situación es tan grave, el mal tan profundo, que hoy, más que en tiempos pasados, es necesario el apelo a los medios sobrenaturales de la gracia. Entregados a nosotros mismos, somos incapaces de resistir a la onda elevada por los falsos profetas, y menos aún de hacerla amainar, de modo que puedan las almas continuar serenamente en las vías de la imitación del Divino Salvador.
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Recurramos, pues a la oración, y especialmente a la devoción a María Santísima, Señora nuestra. La Tradición es unánime en presentarla como Medianera de todas las gracias, como Madre tiernísima de los cristianos, empeñada en la salvación de sus hijos, como interesada en la integridad de la obra de su Divino Hijo. En las situaciones difíciles, en que se ha encontrado, la Iglesia nos habituó a suplicar el valioso y eficaz auxilio de la Santa Madre de Dios sea para destruir herejías, sea para impedir que el yugo de los infieles pesase sobre los cristianos. Podemos decir en que la Iglesia jamás se encontró en crisis tan grave y tan radical, como la que hoy abate sus fundamentos desde los sus primeros fundamentos. Es señal de que la protección de Maria Santísima se hace más necesaria. A nosotros nos compete hacerla real mediante nuestras súplicas a la Santa Madre de Dios. En ese sentido renovamos la exhortación que hicimos al rezo cotidiano del tercio del Santo Rosario, cuya valía aumentaremos con la imitación de las virtudes de que la Virgen Madre nos da particular ejemplo: la modestia, el recato, la pureza, la humildad, el espíritu de mortificación en la renuncia de nosotros mismos, y la caridad con que, por el buen ejemplo, como discípulos de Cristo "impregnamos de su espíritu la mentalidad, las costumbres, y la vida de la ciudad terrena" (p. 105). Confiamos que la protección de la Santa Madre de Dios nos conservará la fidelidad a la Tradición en nuestra profesión de fe y en nuestras prácticas religiosas, como en los hábitos de nuestra vida católica.
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Seguro de que tan excelsa protección jamás nos faltará, enviamos a Nuestros celosos Cooperadores y amados hijos, Nuestra cordial bendición pastoral, en nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
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Dada y pasada en Nuestra Episcopal Ciudad de Campos, bajo Nuestra señal y sello de Nuestras armas, a los once días del mes de abril del año de mil novecientos setenta y uno, en la Santa Pascua del Señor.
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+ Antonio, Obispo de Campos

La boca del que tiene sentimientos humildes, habla con la verdad; el que contradice la verdad se asemeja a aquel siervo que golpeó al Señor en la mejilla. (San Marcos el Asceta "la ley espiritual")

San Pío X

"porque los verdaderos amigos del pueblo no son ni revolucionarios ni innovadores, sino tradicionalistas" (Enciclica Notre Charge Apostolique)