miércoles, 24 de febrero de 2010

El Progreso Conciliar

¿PUEDE «EVOLUCIONAR» LA TRADICIÓN?

¿PUEDE «DESARROLLARSE» LA DOCTRINA?

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Nuestro Señor Jesucristo autor de la Santa Fe católica.
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Los teólogos post-Vaticano II de todo género de tendencias admiten prestamente que la enseñanza de la Iglesia ha cambiado sobre una multitud de planteamientos.

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Ahora bien, si la fe fue revelada en su plenitud por Cristo y los apóstoles, y si la Iglesia tiene como parte de su función la conservación de este «depósito de la Fe» sin cambio, ¿cómo podemos entonces explicarnos sus posiciones «cambiantes»? La respuesta modernista es que la doctrina «evoluciona» y «se desarrolla». ¿Hasta qué punto es católico semejante concepto?

La aplicación de la doctrina a la variación de las circunstancias y la extracción de sus implicaciones según pasa el tiempo pueden verse como un «desarrollo», como ciertamente puede verse así la necesidad de hacer explícito lo que, en una época más antigua, estaba solamente implícito. Pero la doctrina y la tradición que es su vehículo, no pueden desarrollarse o evolucionar, a la manera darwiniana, en mayor medida que esa Verdad que nos fue dada por Cristo y los apóstoles. El concepto, según ha sido promulgado por el Vaticano II, de que «la tradición de la Iglesia es una tradición de progreso en la comprensión de la verdad», jamás puede ser aceptado por un fiel católico según querrían interpretarlo los modernistas. El dogma puede devenir más claro para nosotros; puede ser definido más concisamente por el magisterio de enseñanza (como parte de su función de conservar lo que fue revelado, y esto habitualmente en respuesta a una herejía que desafía a una verdad dada), pero no cambia y no puede cambiar. Además, la manera en la cual las enseñanzas de la Iglesia han sido definidas ha sido siempre explícita y clara, y la única razón posible para que alguien quiera decirlas de otro modo o cambiar su redacción es introducir en ellas un elemento de ambigüedad tal que permita múltiples interpretaciones. Debería estar muy claro que o bien la Verdad es importante, y entonces no cambia, o bien cambia y entonces no tiene ninguna importancia. Después de todo, la verdad como un todo es eterna, incapaz como tal de toda mejora o progreso. Y, además, es una de las absurdidades patentes de nuestros tiempos suponer que nuestras mentes han progresado desde los tiempos de Cristo, o que nosotros hemos desarrollado o evolucionado una mayor profundidad en la verdad que la que tenían nuestro Señor y los apóstoles. Como ha dicho el Cardenal Newman: «Los Santos apóstoles conocían sin palabras todas las verdades concernientes a las altas doctrinas de la teología, que los apologistas después de ellos redujeron piadosa y caritativamente a fórmulas, y que desarrollaron a través del argumento.» Essays and Discourses

A riesgo de enfatizar lo que es obvio, debería ser evidente que, una vez que el Magisterio de enseñanza toma una postura definitiva sobre un planteamiento doctrinal, ningún órgano de la Tradición posterior o alternativo puede contradecirle. No puede haber dos afirmaciones contradictorias verdaderas sobre un mismo principio derivado de la Revelación. Y esto es verdadero tanto para el magisterio universal ordinario como para el magisterio solemne. Que la verdad puede cambiar va contra la doctrina de la indefectibilidad de la Iglesia («Mirad, Yo estoy con vosotros todos los días que vendrán, hasta la consumación del mundo» Mateo XXVIII, 20), y aquellos que sostienen otra cosa están diciendo de hecho que, o la Iglesia ha enseñado el error anteriormente o está enseñando el error ahora. No hay que sorprenderse de que la nueva Iglesia posconciliar desee ocultarse tras la cortina de que no está cambiando nada que es de fide definita -es la misma cortina de humo que pretende que la tradición se refiere solamente al hecho dogmático. La idea de que la Iglesia puede cambiar su enseñanza constante sobre un planteamiento doctrinal cualquiera es la de que puede «adulterar» su enseñanza. ¡Es decir, que la Esposa de Cristo puede devenir una meretriz!- una blasfemia y un sacrilegio. Si el magisterio está bajo la guía y la protección del Espíritu Santo, debemos recordar que el Espíritu Santo, siendo la Verdad misma, no puede contradecir-Se. Difícilmente habría dado a los apóstoles una enseñanza que durara «hasta el fin de los tiempos» -para cambiarla antes de que este fin haya tenido lugar. En la Escritura se nos advierte contra aquellos que nos enseñarán un «nuevo evangelio», diferente del evangelio «recibido»- que habría «una sucesión continua de nuevos instructores didaskalai (díscolos)» enseñando «según les coge el capricho», y buscando satisfacer «oídos calenturientos». Ciertamente, como hombres de razón, nosotros no podemos creer otra cosa que, como dijo S. Agustín, «La Sabiduría increada es la misma ahora que siempre fue y que siempre será». Esta es la enseñanza constante de la verdadera Iglesia, pues como dice S. Juan de la Cruz:

«Puesto que Él ha acabado de revelar la fe a través de Cristo, no hay ya más fe que revelar, ni la habrá nunca… Puesto que no hay más artículos que hayan de ser revelados a la Iglesia sobre la substancia de nuestra fe, una persona no solo debe rechazar nuevas revelaciones sobre la fe, sino que, por precaución, debe repudiar todo otro tipo de conocimiento mezclado con ellas…»

Ascensión al Monte Carmelo

El «Juramento contra el Modernismo» permanece para siempre una expresión de la actitud tradicional del fiel católico. Es «credal» por su naturaleza:

«Yo acepto sinceramente la doctrina de la fe que nos ha sido transmitida con el mismo significado y siempre con el mismo propósito desde los apóstoles a través de los Padres ortodoxos. Por consiguiente, rechazo enteramente, la teoría herética de la evolución de los dogmas, a saber, que pueden cambiar de un significado a otro, diferente del significado que la Iglesia ha sostenido con anterioridad.»


Claramente entonces, debemos negarnos a aceptar la enseñanza del Vaticano II al efecto de que «al igual que los siglos se suceden uno a otro, la Iglesia se mueve constantemente adelante hacia la plenitud de la verdad divina, hasta que las palabras de Dios alcancen su completo cumplimiento en ella» (Dei Verbum ). Esta enseñanza, en tanto que contradice el principio fundamental de que la plenitud de la Fe nos fue dada por Cristo y los apóstoles, y en tanto que niega implícitamente la venida del Anticristo, cuando solamente un «remanente» guarde la fe, debe ser totalmente rechazada por un católico. Ciertamente, siempre hay necesidad de replicar a las nuevas cuestiones, y siempre pueden surgir nuevas formas de ignorancia (pues la verdad es una, pero el error, por su naturaleza misma es legión); se puede y se debe explicar la sagrada doctrina, pero nunca a expensas de aquello que le da su razón de ser - es decir, nunca a expensas de la verdad y de la efectividad. Adaptar (un eufemismo modernista para «alterar») las enseñanzas de la Iglesia a fin de hacerlas aceptables para el «mundo» es olvidar que el así llamado «mundo moderno» es intrínsecamente opuesto a ese «Reino de los Cielos» que la Iglesia considera; por su naturaleza misma, representa una ruptura con los valores tradicionales -es decir, está fundado sobre principios que reflejan una infidelidad básica a Cristo- y ha reemplazado el fuego del amor por el incendio de la rebelión. La Iglesia no puede ser adaptada a esta infidelidad, y aquellos que quieren hacer esto cometen adulterio espiritual; invocan sobre sí mismos todas las condenaciones que Jeremías impuso a los judíos que habían devenido una «generación de meretrices». La absurdidad de la posición adaptacionista puede verse más claramente si la comparamos a la proposición de que el padre del «hijo pródigo» debería salir y comer mondas con los cerdos. (Son justamente estas «mondas» las que están asfixiando a los fieles en la nueva Iglesia). La Iglesia solo puede matar el cordero cebado cuando el hombre moderno retorna al seno y al abrigo del Padre. Claramente, es el hombre moderno el que debe adaptarse a las enseñanzas de la Iglesia, y su no hacerlo así es manifiesto en las consecuencias que son evidentes en todo nuestro entorno. Apartarse de un principio básico tal es adaptar la verdad al error y falsificar el Magisterio. Es sustituir el desarrollo legítimo por el cambio - un procedimiento claramente condenado por los Cánones del Vaticano I.

«El significado de los sagrados dogmas que la santa madre Iglesia ha enseñado de una vez por todas debe retenerse siempre, y no puede desecharse bajo el disfraz o en el nombre de una penetración más profunda… Si alguien dijera que, a causa del progreso científico, puede ser posible algún día interpretar los dogmas de la Iglesia en un sentido diferente de ese que la Iglesia ha comprendido y comprende, ¡que sea anatema!»

«La doctrina de la fe que Dios ha revelado no ha sido propuesta a la inteligencia humana para ser perfeccionada por los hombres como si fuera un sistema filosófico, sino como un depósito divino confiado a la Esposa de Cristo para ser fielmente guardado e infaliblemente interpretado.»

Esta es la enseñanza de fide de la Iglesia. Esta ha sido siempre la enseñanza de la Iglesia. Como afirma el Cardenal Newman:

«Un desarrollo, para ser fiel, debe retener tanto la doctrina como el principio con el cual esta comenzó… Tal es también la teoría de los Padres en lo que concierne a las doctrinas fijadas por los concilios, lo cual se ejemplifica en el lenguaje de S. León: “Cuestionar lo que ha sido definido, quebrantar lo que ha sido establecido, ¿qué es esto sino ser desagradecido con lo que se ha ganado?” S. Vicente de Lérins habla de una manera semejante del desarrollo de la doctrina cristiana como perfectus fidei, non permutatio (como la perfección de la fe, y no su alteración).»


Todo esto está bien resumido por S. Alberto Magno, el maestro de Sto. Tomás de Aquino:

«Desarrollo»

afirma,

«es el progreso de los fieles en la fe, no de la fe dentro de los fieles».

(texto tomado del Libro "Destrucción de la Tradición Cristiana)

"Vendrá tiempo en que los hombres no sufrirán la sana doctrina; antes, por el prurito de oír novedades, se amontonarán maestros conforme a sus pasiones y apartarán los oídos de la verdad para volverlos a las fábulas. Pero tú sé circunspecto en todo, soporta los trabajos, haz obra de evangelista..." (San Pablo, II Tim. 4,4)

San Pío X

"porque los verdaderos amigos del pueblo no son ni revolucionarios ni innovadores, sino tradicionalistas" (Enciclica Notre Charge Apostolique)