domingo, 28 de noviembre de 2010

Adviento

 Preparación para el Adviento





Por San Juan Eudes

Durante un Adviento, Santa Matilde deseaba hacer alguna cosa  que fuera del agrado de la Santísima Virgen, que le sirviera de preparación para el Nacimiento de Jesús, entonces este Divino Salvador se el apareció y le dio  esta hermosa y santa instrucción:
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«Saludarás el Corazón Virginal de mi Santísima Madrecomo un mar lleno de gracias celestiales, y como un tesoro cumplido de toda suerte de bienes para los hombres. Les saludaras como el más puro que haya nunca existido después del Mío; porque Ella fue la primera que hizo el voto de virginidad.
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Le saludaras como el más humilde de todos los corazones; porque, a causa de su humildad, Ella me atrajo a sí desde el Seno de mi Padre; y ha merecido concebirme en sus entrañas por su virtud del Espíritu Santo. Le saludarás como el más devoto y el más ardiente en desear mi Encarnación y mi Nacimiento en la tierra; porque el fervor de sus deseos y suspiros me atrajo a Ella, y fue la ocasión de la salvación de los hombres.
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Le saludaras como el Corazón más abrasado de Amor de Dios y del Prójimo. Le saludarás como el más sabio y prudente; porque conservo en sí todo lo que pasó en mi infancia, en mi juventud y en mi edad madura; e hizo de este conocimiento el uso más santo.
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Le Saludaras como el más paciente; porque fue mil veces traspasado de dolor en mi Santa Pasión; y siempre por el recuerdo perpetuo que tuvo de Mis sufrimientos. Le saludarás como el más fiel; porque  no solamente consintió en que Yo, su Unigénito, fuera Inmolado, sino que Ella misma me ofreció en Sacrificio a mi Padre Eterno por la redención dle mundo.
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Le saludarás como el más atento, el más vigilante, y el más celoso para con la Iglesia naciente; porque el cuidad que Ella tuvo de rogar incesantemente por la Iglesia, jamás podrá ser superado ni suficientemente reconocido. Le saludarás como el más constante y elevado en la contemplación; porque no puede explicarse las gracias y favores que alcanzó por sus oraciones para los hombres»
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Así pues en este Adviento, ofrece a tu corazón al Corazón de Jesús y al Corazón de María con intención de suplir las ingratitudes, negligencias e infidelidades con las que les has ofendido. Esto les agrada mucho. Porque se cuenta en la vida de Santa Gertrudis que en la víspera de Navidad, la Santa experimentó gran pena por verse impedida en su enfermedad de poder recitar durante el Adviento algunas oraciones en su honor y el Espíritu Santo le inspiró que ofreciera en cambio, como reparación por sus negligencias, el Santísimo Corazón de su Hijo.
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Lo aceptó Jesús con gran gozo siendo un presente de valor infinito que puede reparar cualquier falta contra Dios.

 Tomado del Libro "El corazón admirable de la Madre de Dios" de San Juan Eudes

Oh Jesús, el Único Hijo de Dios, el Único Hijo de María, te ofrezco el Corazón bondadosísimo de tu Madre Divina, el cual para ti es el más precioso y agradable de todos. Oh María, Madre de Jesús, te ofrezco el Corazón Sagradísimo de tu amado Hijo, quién es la vida y el amor de Tu Corazón.   (Ofrecimiento de San Juan Eudes.)

domingo, 26 de septiembre de 2010

Devoción por la verdad

Donde no hay odio por la herejía, no hay santidad


Si nosotros odiamos el pecado como él debió haberlo odiado, puramente, varonilmente, nosotros deberíamos hacer más penitencia, nosotros deberíamos infligirnos más auto-castigos, nosotros deberíamos sentir pesar por nuestros pecados con más constancia. Luego, una vez más, la suprema deslealtad a Dios es la herejía. Es el pecado de los pecados, la más repugnante de las cosas que Dios desprecia en este mundo maligno. Sin embargo, ¡que poco comprendemos su excesivo carácter odioso! Es la profanación de la verdad de Dios, que es la peor de todas las impurezas.

Sin embargo, ¡que poco caso hacemos de ella! Nosotros la vemos, y permanecemos calmos. La tocamos y no nos estremecemos. Nos mezclamos con ella y no tenemos temor. Vemos que toca las cosas santas, y no tenemos sentido del sacrilegio. Respiramos su olor, y no mostramos signos de aborrecimiento o repugnancia. Alguno de nosotros aparenta su amistad; y alguno incluso atenúa su culpa. Nosotros no amamos a Dios lo suficiente para preocuparnos por Su Gloria. Nosotros no amamos lo suficiente a los hombres para ser verdaderamente caritativos con sus almas.

Perdido el tacto, el gusto, la visión, y todos los sentidos de la conciencia celestial, nosotros podemos morar en medio de esta plaga odiosa con tranquilidad imperturbable, reconciliados con su vileza, no sin algunas profesiones jactanciosas de liberal admiración, tal vez incluso con una muestra solícita de simpatía tolerante.
¿Por qué nosotros estamos tan por debajo de los antiguos santos, e incluso de los modernos apóstoles de estos últimos tiempos, en la abundancia de nuestras conversaciones? Porque no tenemos la antigua austeridad. A nosotros nos hace falta el espíritu de la vieja Iglesia, el antiguo genio eclesiástico. Nuestra caridad es falsa, porque no es severa; y es poco convincente, porque es falsa.


Nosotros carecemos de devoción a la verdad como verdad, como verdad de Dios. Nuestro celo por las almas es débil, porque no tenemos celo por el honor de Dios. Nosotros actuamos como si Dios fuera cumplimentado por las conversiones, cuando son almas temblorosas rescatadas por un exceso de misericordia.

Nosotros decimos a los hombres la mitad de la verdad, la mitad que mejor convenga a nuestra propia pusilanimidad y vanidad; y luego nos asombramos que tan pocos se conviertan, y que de esos pocos tantos apostaten.

Nosotros somos tan débiles como para sorprendernos que nuestras medias verdades no logren tanto como las verdades íntegras de Dios.

Donde no hay odio por la herejía, no hay santidad.

Un hombre, que pudo ser un apóstol, se vuelve un enconado en la Iglesia por falta de esta justa indignación.

El Padre Frederick Faber fue uno de los más eminentes y queridos autores católicos del pasado siglo XIX.
Tomado de La Preciosa Sangre


“para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad” (Jn 18, 37).

miércoles, 18 de agosto de 2010

Maria Gratia Plena





El Ave María. 



La Santa Iglesia enseña, siguiendo a San Pablo, que no se puede ir a Dios sino por Nuestro Señor Jesucristo: "hay un sólo Dios y un sólo mediador entre Dios y los hombres, el hombre  Jesucristo, que se entregó a sí mismo por la redención de todos" (1a Tim. II, 5-6). 

  San Bernardo, en el S. XII, retomando la enseñanza de muchos santos de los primeros siglos, afirma que no se puede ir a Jesús sino es también por María, pues Dios quiso constituir a María  como medio entre Jesús y nosotros: "Es la voluntad de Dios, dice él, que tengamos todo por María".    Todas las gracias que nos ha merecido Jesús por la Redención nos vienen por María. La Iglesia reasume esta doctrina de los santos por estas simples palabras que se convirtieron en un adagio:  "Ad Jesum per Mariam", "A Jesús por María".    La Iglesia nos enseña otra verdad no solamente por su doctrina sino también por su práctica y el ejemplo dado por sus santos: Es por el "Ave María" que se va a María. 


  Es lo que quisiera recordar recomendándoles leer algunas líneas de San Luis María Grignon de Montfort en su opúsculo EL SECRETO DEL SANTO ROSARIO (de la rosa 15 a la 20) a lo largo de esos seis capítulos (llamados rosas), el gran Santo explica maravillosamente lo que es esta simple oración del Ave María. Pero comienza por afirmar: "La salutación angélica es tan sublime y elevada que el Beato Alano de la Roche ha creído que ninguna criatura puede comprenderla y que solamente Jesucristo, Hijo de María puede explicarla."
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  ¿CUAL ES EL ORIGEN DEL AVE MARÍA?
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Su primera parte ("Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo; bendita tú eres entre las mujeres") ha sido revelada por la Santísima Trinidad. En efecto, es el Arcángel San Gabriel que la trae del Cielo y la pronuncia por primera vez para anunciar la la Santísima Virgen que Dios Hijo iba a encarnarse en su seno. "La Virgen   María recibió, dice San Luis María, esta divina salutación en orden a llevar a feliz término el asunto más sublime e importante del mundo, a saber, la Encarnación del Verbo Eterno, la reconciliación entre Dios y los hombres y la Redención del género humano. Embajador de esta buena noticia fue el Arcángel San Gabriel, uno de los primeros príncipes de la Corte Celestial".  


  La segunda parte (bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre") ha sido añadida por Santa Isabel, el día de la Visitación, inspirada por el Espíritu Santo, cuando la Santísima Virgen María vino a visitarla. Y la Iglesia, en el primer Concilio de Efeso (año 431) sugirió la conclusión, después de condenar el error de Nestorio y definir que la Sma. Virgen es verdaderamente Madre de Dios y ordenó que que se invocase al Sma. Virgen bajo este glorioso título, con estas palabras: "Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte". 
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  ¿EL AVE MARIA ES UNA ORACION PODEROSA PARA OBTENER LAS GRACIAS  DE DIOS?
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Cómo dudarlo ya que nuestra salvación viene de esta simple oración: "Por la salutación angélica, dice San Luis Ma. Grignon de Montfort, Dios se hizo hombre, una virgen se convirtió en Madre de Dios, las almas de los justos fueron liberadas del limbo, se repararon las ruinas del Cielo y los tronos vacíos fueron de nuevo ocupados, el pecado fue perdonado, se nos devolvió la gracia, se curaron las enfermedades, los muertos resucitaron, se llamó a los desterrados, se aplacó la Sma. Trinidad y los hombres obtuvieron la vida eterna".

Por lo tanto la Salutación angélica ha sido el medio por el que el Misterio de la Santísima Encarnación se realizó y vino nuestra salvación. Pero ella es más que eso, si se puede decir: es el canal por el cual Dios ha dado todas sus gracias hasta hoy y las dará hasta el fin del mundo: "La salutación angélica contiene la fe y la esperanza de los patriarcas, de los profetas y de los Apóstoles. Es la constancia y la fortaleza de los mártires, la ciencia de los doctores, la perseverancia de lo s confesores y la vida de los religiosos" dice el Bienaventurado Alan de la Roche. Y después de haber referido estas palabras del B. Alan, sucesor de Santo Domingo, el predicador vandeano del Rosario añade: "Es el cántico nuevo de la  ley de la gracia, la alegría de los Angeles y de los hombres y el terror y confusión de los demonios".   
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 ¿EL AVE MARÍA ES UNA ORACION NECESARIA PARA OBTENER LAS GRACIAS PARA SALVARSE?
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Nuestro Santo (San Luis Ma. Grignon de Montfort) no deja lugar a la menor duda en la respuesta a esta pregunta. Afirma categóricamente que quienes no tienen devoción por el Ave María van por el camino de la perdición eterna. 


La experiencia, dice él, es suficiente para probarlo: todos los que llevan la marca de la reprobación tienen horror al Avemaría (como los herejes "que son todos hijos de Satanás"), o son negligentes de decirla o bien sólo la dicen tibia y precipitadamente. El Santo recuerda que quienes profesan novedosas doctrinas condenadas por la Iglesia condenadas en su época (los jansenistas) "a pesar de su aparente piedad, descuidan en demasía la devoción del Rosario y frecuentemente lo arrancan del corazón de quienes les rodean, con los pretextos más hermosos del mundo". Hoy vemos, aún en nuestros días, que las nuevas doctrinas condenadas por la Iglesia, si no son las mismas que en el siglo XVIII, están siempre acompañadas de este triste  signo de la reprobación de Dios: el abandono de la devoción al Rosario. 


Pero para confirmar esta verdad San Luis Ma. refiere el testimonio mismo de la Santísima Virgen al Beato Alano de la Roche. Entre las cosas más admirables que Ella le reveló, le dijo que: "la negligencia, tedio y aversión a la salutación angélica, que restauró el mundo, son señal probable e inmediata de reprobación eterna" y al contrario que, "quienes tienen devoción a esta divina salutación poseen una gran señal de predestinación... No se ni veo con claridad, añade San Luis Ma., cómo una devoción tan pequeña pueda ser señal infalible de eterna salvación y su defecto, señal de reprobación. No obstante, nada hay más cierto".

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CONCLUSIÓN
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¿Quién mejor que San Luis Ma. Grignon de Montfort podrá hacernos comprender los frutos maravillosos que la recitación piadosa del Avemaría obrará en nuestra alma? ¿No es verdad que recomendando a las almas el rezo del Rosario fue que el obtenía infaliblemente su santificación o su conversión? 

Por lo tanto escuchemos con atención sus palabras y sobre todo decidámonos poner en práctica esta devoción por el rezo piadoso del Rosario diariamente y recurramos frecuentemente a Nuestra Señora por el Avemaría: Es asegurar infaliblemente, también para nosotros, las gracias que necesitamos para salvarnos.

"¿Quieres enriquecerte con todos los bienes de la gracia y de la gloria? dice él en efecto, Saluda a la Sma. Virgen, honra a tu bondadosa Madre! Sicut qui thesaurizat, ita et qui honorificat matrem: "Quien acumula tesoros, así es el que tributa honor a su Madre - la Sma. Virgen-". (Eclo III, 5). 
"Preséntale, al menos, cincuenta Avemarías diariamente, cada una de ellas contiene quince piedras preciosas que agradan más a María que todas las riquezas de la tierra. ¿Qué no podrías, entonces, esperar de su generosidad? Ella es nuestra Madre y amiga. Es la Emperatriz del universo y nos ama más que lo que todas las madres y reinas juntas amaron a algún mortal. Porque -dice San Agustín- la caridad de la Sma. Virgen aventaja a todo el amor natural de todos los hombres y de todos los Angeles... 
"El Avemaría es un rocío celestial y divino, que al caer en el alma de un predestinado le comunica una fecundidad maravillosa para producir toda clase de virtudes. Cuanto más regada esté el alma por esta oración, tanto más se ilumina el espíritu, más se le abraza el corazón y más se fortalece contra sus enemigos".
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EJEMPLO: El Avemaría procura a los pecadores y herejes la gracia de la conversión.
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 Alban Stolz y el protestante - En su libro de La Salutación angélica, la celebre escritora Alban Stolz da a los protestantes, que buscan sinceramente la verdad, el consejo de decir todos los días un Avemaría. Tal vez, escribe, usted tiene aún, por atavismo un resto de esa veneración al la Virgen, tan conforme, por lo demás, a la naturaleza... Rompa, como Sansón, las cadenas de los prejuicios que los amarran desde su juventud... Tengan, por lo tanto, el valor todos los días un Avemaría, aunque sea durante un mes, y encontrarán tanto gusto en esta salutación angélica que no la omitirán más hasta la muerte".  Este libro cayó en las manos de un sabio teólogo protestante, el Dr. Hugo Lämmer, que siguió el consejo a la letra y sintió luego una lucha interior violenta, cuya salida fue un estudio profundo del dogma católico. Este estudio llevó a la conversión a Braunsberg el 21 de noviembre de 1858; además, llegó a ser sacerdote, profesor en la facultad católica de Breslau y canónigo de esta catedral. - El Avemaría viniendo del Cielo, tiene una eficacia celeste, es en ella misma llena de gracia. ( Padre N. Delsor, Colección de ejemplos aplicados al catecismo popular de Francisco Spirago, París, 1911, p. 538). 






"Tres días después hubo una boda en Cana de Galilea. La Madre de Jesús estaba invitada. Tambien lo estaban Jesús y sus discípulos. Se les acabo el vino, entonces la Madre de Jesús le dijo: -No tienen vino. Jesús le respondió: -Mujer, que tengo yo contigo; no sabes que aun no ha llegado mi hora. La Madre de Jesús les dijo entonces a los que estaban sirviendo: -Haced lo que el os diga".  Evangelio de San Juan 2, 1-5

 

 

martes, 29 de junio de 2010

A propósito de la Clausura del Año Sacerdotal

El Sacerdocio se define por el Sacrificio.




Pero tenemos que volver a hablar de la Misa, que a nosotros sacerdotes nos interesa más íntimamente. La Misa, es el corazón de la Iglesia, como también dice el Concilio de Trento.
Cuando se ataca a la Misa, se ataca a toda la Iglesia y, por lo mismo al Sacerdote. El sacerdote es quien, en definitiva, resulta más afectado por todas estas reformas, porque él está en el corazón de la Iglesia, siendo encargado de propagar la fe y la santidad de la Iglesia. En razón de su carácter sacerdotal es el verdadero ministro responsable. La Iglesia es esencialmente sacerdotal. De esta manera, cuando se toca algo de la Iglesia, el sacerdote sufre las consecuencias. Por eso, el sacerdote está hoy en la situación más trágica y dramática que pueda imaginarse. Los seminarios no existen, pues se ha abandonado la definición del sacerdote y la verdadera noción del sacerdocio. Os confieso que me siento sinceramente incapaz de fundar un seminario con la Nueva Misa. 

Como el sacerdote se define por el sacrifico, no se puede definir el sacerdote sin hacer alusión al sacrificio, ni definir el sacrificio sin hacer alusión al sacerdote. Son nociones que es tan absolutamente vinculadas por su misma esencia. De modo que si ya no hay Sacrificio si ya no hay Victima, y no hay Víctima si ya no hay presencia Real ni Transubstanciación. Así, pues, no hay Víctima ni Sacrificio. Pero ¿qué es lo que mantiene al sacerdote y al seminarista? ¿En qué se funda, diría yo, su fervor y su piedad? ¿Qué es lo que le da una razón de ser en el seminario? El sacrificio de la Misa.

Pienso que esto valía para todos nosotros. Nuestra felicidad y alegría durante todo el seminario era pensar en la tonsura, en las órdenes menores, en subir al altar, en ser subdiácono, diácono y, por fin, sacerdote. !Por fin, poder ofrecer la Divina Víctima! !Al fin, poder ofrecer el sacrificio de la Misa! Esto constituyó toda nuestra vida de seminaristas. Ahora se duda de la presencia Real y del Sacrificio de la Misa; es una cena, una comida y una presencia: el Señor está presente como cuando nosotros estamos juntos. Pero la presencia de Nuestro Señor en la Eucaristía no es eso, sino la presencia de la Víctima, la misma Víctima que en la Cruz. Así se comprende que haya seminaristas y vocaciones; vale la pena ser sacerdotes para ofrecer el sacrificio de la Misa, el verdadero sacrificio de la Misa, pero no vale la pena ser sacerdote para hacer una asamblea en la que los seglares pueden casi concelebrar y hacer todo. En esta nueva concepción de la Misa no queda nada; es una concepción protestante y que nos lleva al protestantismo. Por eso no veo cómo puede hacerse un seminario con esta nueva Misa. No puede ni atraer a los seminaristas ni suscitar vocaciones. Ahí está, a mi parecer, la razón fundamental por la que ha dejado de haber seminarios: porque ha dejado de haber sacrificio de la Misa. No hay sacerdote sin Sacrificio. No se puede definir al sacerdote sin Sacrificio. No existen otros motivos.

Mientras no se restablezca el verdadero Sacrificio de la Misa en toda su Divina realidad, no habrá seminarios ni seminaristas (1).

EL SACERDOTE MINISTRO DE LA MISA.


La asamblea comulga en el Sacrificio, pero no es ella quién lo ofrece o es su ministro. El único que es ministro del Sacrificio es el Sacerdote. Esto es lo que hace la dignidad del sacerdote y lo que hace que el sacerdote no pueda convertirse en un ser profano. No puede ponerse al mismo nivel que los que no están consagrados y no tienen ese "caracter" sacerdotal. Haga lo que haga, ante los Ángeles, ante Dios y en la eternidad, el sacerdote es sacerdote. Por mucho que tire la sotana, se ponga un jersey rojo o de cualquier otro color, sigue siendo sacerdote. Si quiere ocultar su carácter sacerdotal, traiciona su misión. Sí, eso es traicionar su Misión.

MUNDANIZACIÓN DE LA NOCIÓN DE SACERDOTE.


Es difícil seguir de modo exacto la evolución de la idea del sacerdocio y de sus consecuencias. Haría falta, tal vez, remontarse 30 años y recordar la infiltración en los seminarios de ideas subversivas en torno a la función del sacerdote y a sus relaciones con el mundo. Pero nos limitaremos a los 10 últimos años, los del Concilio y después de él.
Como en todos los cambios ocurridos durante este período, se apoyaron en la evolución del mundo para hacerle creer al sacerdote que también el tenía que cambiar su modo de ser. Era facil crearle un complejo de aislamiento, de frustración y de ser extraño a la sociedad. Se le decía que tenía que volver a unirse al mundo y abrirse a él. Se acusaba a su formación y la forma anticuada de vestir y vivir.
El lema que ayudó a asimilar al sacerdote al mundo fue facil: "El sacerdote es un hombre comó los demás". Dado esto por sentado, tenía que vestir como los demás, ejercer como ellos una profesión, tener la libertad de poderse casar. Los seminaristas no tenían más que adaptarse a este nuevo "tipo de sacerdote".
Por desgracia, este lenguaje no estaba sólo en labios de los enemigos tradicionales de la Iglesia, sino en labios de sacerdotes y obispos.
Las consecuencias no se han hecho esperar: el abandono de todo distintivo eclesiástico, la búsqueda de una profesión, la transformación del culto para halagar el gusto del mundo; y al cabo de pocos años, la perdida de la fe, desembocando en la abjuración de miles de sacerdotes.

Éste es sin duda el signo más doloroso de esta reforma: la pérdida de la fe en el sacerdote. Porque éste es, esencialmente, el hombre de fe. Si ya no sabe lo que es, pierde la fe en si mismo y en lo que es su sacerdocio. Se ha modificado radicalmente la definición del sacerdocio dada por San Pablo y por el Concilio de Trento. El sacerdote ya no es el que sube al altar y ofrece un sacrificio de alabanza a Dios por la remisión de los pecados. Se han invertido el orden de los fines. El sacerdocio tiene un fin primario, que es ofrecer el sacrificio; y un fin secundario, que es la evangelización. Ahora la evangelización se impone al sacrificio y a los sacramentos. Se convierte en un fin en sí mismo. Este grave error tiene trágicas consecuencias. En efecto, la evangelización, al perder su fin, queda enteramente desorientada y busca motivos que agraden al mundo, como la falsa justicia social o la falsa libertad, que adquieren nombres nuevos: desarrollo, progreso y construcción del mundo. Estamos plenamente dentro del lenguaje que lleva a todas las revoluciones. El sacerdote descubre en sí un papel primordial en la revolución mundial contra las estructuras políticas, sociales, eclesiásticas, familiares y parroquiales. No tiene que quedar nada de ellas. El comunismo no encontró nunca agentes mas eficaces que esos sacerdotes. Los sacerdotes han perdido la fe; constatación dolorosa si la hay, en quien es el hombre de la fe.

Dentro de esta óptica nueva del sacerdote, todo se deduce lógicamente: el abandono de la sotana, el deseo de ejercer una profesión y la posibilidad del matrimonio.

EL CELIBATO SACERDOTAL


El mundo necesita al sacerdote. El mundo no puede seguir existiendo sin sacerdote sy el sacerdote tiene que manifestarse. No tiene derecho a ocultar su "carácter". Es sacerdote desde la mañana hasta la noche; es sacerdote las 24 horas del día. En cualquier momento le pueden llamar para confesar, dar la extremaunción o aconsejar a algún alma que se va a perder. El sacerdote tiene que estar ahí. Por consiguiente, profanarse y no tenre fe en su carácter sacerdotal, es el final del sacerdote y del sacerdocio. A eso estamos llegando. No hay que extrañarse de que los seminarios estén vacíos. ¿Por qué guarda el celibato el sacerdote? Aquí hay que apelar otra vez a la fe. Si se pierde la fe en el sacerdocio único que es el del altar y que es la continuación del Sacrificio de Nuestro Señor, se pierde al mismo tiempo el sentido del celibato. Y no hay razón para que el sacerdote sea soltero. Se dice que "el sacerdote está ocupado y que su papel le absorbe de tal forma, que no puede ocuparse de un hogar". Pero ese argumento no tiene sentido. El médico, si tiene verdaderamente vocación de médico y es un verdadero médico, está tan ocupado como el sacerdote. Ya le llamen de noche como de día, tiene que estar presente para atender a los que pidan que vaya a ayudarles y, por consiguiente, tampoco él debería casarse, porque no puede tener tiempo para ocuparse de su mujer y de sus hijos. Así pues, no tiene sentido el decir que el sacerdote está tan ocupado que no podría hacerse cargo de un hogar. La razón profunda del celibato sacerdotal consagrado es la misma razón que hizo que la Santísima Virgen María haya seguido siendo Virgen: el haber llevado a Nuestro Señor en su seno; por eso era justo y conveniente que fuese y permaneciese virgen. De la misma manera, el sacerdote, por las palabras que pronuncia en la consagración también él hace venir a Dios sobre la tierra. Está en tal proximidad con Dios -ser espiritual y espíritu ante todo que es bueno, justo y eminentemente conveniente que el sacerdote sea virgen y permanezca soltero. Esta es la razón fundamental: el sacerdote ha recibido el "carácter" que le permite pronunciar las palabras de la consagración y hacer bajar a Nuestro Señor a la tierra para dárselo a los demás. Esta es la razón de su virginidad. Pero entonces -me diréis- ¿por qué hay sacerdotes casados en oriente? Es una tolerancia. No os dejéis engañar, es sólo una tolerancia. Preguntad a los sacerdotes orientales: un obispo no puede estar casado. Ninguno de los que tienen funciones de alguna importancia en el clero oriental puede estar casado. Es, pues, "una simple tolerancia"; y no el concepto que tiene el mismo clero oriental, porque también él venera el celibato del sacerdote. En todo caso, es absolutamente cierto que, desde el momento de Pentecostés, incluso si vivieron con sus esposas, los apóstoles dejaron de "conocerlas". Porque, si no ¿ a quién se dirigiría Nuestro Señor cuando dijo: "Si queréis ser mis discípulos, abandonadlo todo y dejad a vuestras esposas?. (3)


Monseñor Marcel Lefebvre


 San Alfonso María de Ligorio y San Juan Maria Vianney 
Rogad por los Sacerdotes.


"el sacerdote está constituido dispensador de los misterios de Dios en favor de estos miembros del Cuerpo místico de Jesucristo, siendo, como es, ministro ordinario de casi todos los sacramentos, que son los canales por donde corre en beneficio de la humanidad la gracia del Redentor. El cristiano, casi a cada paso importante de su mortal carrera, encuentra a su lado al sacerdote en actitud de comunicarle o acrecentarle con la potestad recibida de Dios esta gracia, que es la vida sobrenatural del alma" .  Enciclica Ad Catholici Sacerdotii de S.S. Pío XI.


miércoles, 19 de mayo de 2010

El Indiferentismo Religioso


La Libertad Religiosa y la Fe Católica


La libertad religiosa corresponde al término libertad en la Revolución Francesa.

Es un término ambiguo muy útil al demonio.

Nunca ha sido este término comprendido en el sentido que admite el Concilio. Todos los documentos precedentes de la Iglesia que hablan de libertad religiosa entienden por ello la libertad de la religión y nunca la libertad de las religiones. Siempre que la Iglesia ha hablado de esta libertad, ha hablado de la libertad de la religión y de la tolerancia para con las otras religiones . se tolera al error. Darle la libertad es darle un derecho y el error no tiene ninguno. Sólo la verdad tiene derechos. Admitir la libertad de religiones es dar los mismos derechos a la verdad que al error. Esto es imposible. La Iglesia nunca puede decir una cosa semejante. A mi parecer, atreverse a decir eso es blasfemar. Va contra la gloria de Dios, pues Dios es la verdad, Jesucristo es la verdad. Poner a Jesucristo en el mismo plano que un Mahoma o que un Lutero, ¿qué es sino blasfemar? Si tenemos fe, no tenemos derecho a admitir esto; es el error de derecho común que fue condenado por Pió IX y todos los papas.
Con la libertad religiosa penetró en el Concilio en sentido del término libertad según la Revolución Francesa.

Considero que el “Caballo de Troya” destinado a realizar esta operación contra el Magisterio tradicional de la Iglesia es el inconcebible esquema de la “libertad religiosa”. Admitido éste, todo el vigor y todo el valor del Magisterio de la Iglesia caen heridos de muerte de una manera radical, pues en sí mismo el magisterio en contrario a la libertad religiosa.

El Magisterio impone su Verdad, obliga moralmente el sujeto a aceptarla, le priva pues de su libertad moral. Sin duda permanece su libertad psicológica, pero la posibilidad de rechazar la enseñanza no le da, por sí misma, el derecho a rechazarla. Debe creer bajo pena de condenación contraria a la libertad.

Es dar pruebas de gran ignorancia o fingir esa ignorancia, no querer reconocer que todas las religiones, a excepción de la verdadera, la religión católica, traen consigo un cortejo de tareas sociales que son la vergüenza de la humanidad: piénsese en el divorcio, la poligamia, la anticoncepción, y el amor libre en lo que concierne a la familia; piénsese también, en el terreno de la existencia misma de la sociedad, en las dos tendencias que la destruyen: una tendencia revolucionaria, destructiva de la autoridad, tendencia demagógica, fermento de continuos desórdenes, fruto del libre examen, o una tendencia totalitaria y tiránica gracias a la unión de la falsa religión con el Estado. La historia de los últimos siglos ilustra en forma contundente esta realidad.
Es, pues, inconcebible que los gobiernos católicos se desinteresen de la religión o que admitan por principio la libertad religiosa en el terreno público. Sería no ver el fin de la sociedad y la extrema importancia de la religión en el terreno social y la diferencia fundamental entre la verdadera religión y las demás en el terreno de la moral, elemento capital para la obtención del fin temporal del Estado.

Tal es la doctrina enseñada desde siembre en la Iglesia. Confiere a la sociedad un papel capital en el ejercicio de la virtud de los ciudadanos y, por tanto, en forma indirecta, en la obtención de su salvación eterna. Toda criatura ha sido y sigue estando ordenada a ese fin aquí abajo. Las sociedades, familia, Estado, Iglesia, cada una en su puesto, han sido creadas por Dios con ese fin. No se puede negar que, de hecho, la experiencia de la historia de la naciones católicas, la historia de la Iglesia, la historia de la conversión a la Fe Católica, manifiesta el papel providencial del Estado hasta tal punto que se debe afirmar legítimamente que su papel en la obtención de la salvación eterna de la humanidad es capital, si no preponderante Si todo el aparato y el condicionamiento social del Estado es laico, ateo, irreligioso y más aún si es perseguidos de la Iglesia ¿quién se atreverá a decir que les será fácil a los no católicos convertirse y a los católicos seguir siéndolo? Más que nunca ahora, con los medios modernos de comunicación social, con las relaciones sociales que se multiplican, el Estado tiene un influjo más y más grande sobre el comportamiento de los ciudadanos o sobre su vida interior y exterior, por consiguiente sobre su actitud moral, y en definitiva sobre su destino eterno.

Sería criminal animar a los estados católicos a hacerse laicos, a despreocuparse de la religión y a dejar difundirse indiferentemente en error y la inmoralidad y, bajo el falso pretexto de la dignidad humana, introducir un fermento disolvente de la sociedad con una libertad religiosa exagerada, con la exaltación de la conciencia individual a expensas del bien común como en la legitimación de la objeción de conciencia.
+ Monseñor Marcel Lefebvre




"De esa cenagosa fuente del indiferentismo mana aquella absurda y errónea sentencia o, mejor dicho, locura, que afirma y defiende a toda costa y para todos, la libertad de conciencia. Este pestilente error se abre paso, escudado en la inmoderada libertad de opiniones que, para ruina de la sociedad religiosa y de la civil, se extiende cada día más por todas partes, llegando la impudencia de algunos a asegurar que de ella se sigue gran provecho para la causa de la religió. ¡Y qué peor muerte para el alma que la libertad del error! decía San Agustín" - Su Santidad Gregorio XVI, enciclica Mirari Vos

lunes, 3 de mayo de 2010

La Deformación Litúrgica

LA VOZ DE UNO QUE CLAMA EN EL DESIERTO




Por Dom Gueranger
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A fin de dar una clara ilustración de los estragos que el movimiento antilitúrgico ha provocado, nos parece ventajoso revisar los diferentes pasos que estos pretendidos reformadores de la cristiandad han dado a lo largo de los tres últimos siglos, y presentar un sumario de sus métodos y enseñanzas sobre la «purificación» del culto divino. Nada puede demostrar mejor las razones, ni elucidar mejor las causas de la rápida extensión de las doctrinas protestantes en nuestro tiempo. Sus métodos revelan una sabiduría verdaderamente de carácter diabólico, que ha devenido en sus manos un arma sumamente efectiva capaz de producir enormes consecuencias.

1º.- La primera característica del movimiento antilitúrgico es «el odio de todo cuanto es tradicional en las fórmulas del culto divino». Es innegable que este rasgo característico está presente en las obras de todos los heréticos desde Vigilance a Calvino, y la razón de esto es simple. Deseando cada tendencia sectaria introducir doctrinas nuevas e innovadoras, invariablemente se encuentra a sí misma en directa oposición a esa LITURGIA que es la manifestación más poderosa de la Tradición, y no puede descansar satisfecha hasta que haya suprimido esta voz y destruido este repositorio de una fe anterior.

En realidad, ¿de qué manera se las han ingeniado el luteranismo, el calvinismo y el anglicanismo para establecerse y mantenerse entre sus seguidores? Han hecho esto sustituyendo los libros antiguos por otros nuevos, reemplazando las formas venerables por otras nuevas; y todo lo que deseaban se cumplió. No se permitió ninguna resistencia. La fe de las gentes comunes fue vencida sin batalla. Lutero comprendió esto con una sabiduría digna de nuestros propios jansenistas, cuando en los primeros años de sus reformas se vio obligado a mantener algunas formas exteriores del culto latino. Promulgó la siguiente regla para la misa «reformada»:

«Aprobamos y deseamos mantener el Introito en los domingos y en las fiestas de Jesucristo, Pascua, Pentecostés y Navidad. “Preferimos contundentemente que se usen enteros los salmos de los cuales están tomados los introitos”, como se hacía antiguamente, pero es más satisfactorio conformarse a la práctica presente. No criticamos a aquellos que desearían mantener también los introitos de los apóstoles, de la Virgen y de los demás santos PORQUE ESTOS TRES INTROITOS ESTÁN TOMADOS DE LOS SALMOS Y DE OTROS TEXTOS ESCRITURARIOS.»

Sin embargo, Lutero tenía un horror excesivo de los sagrados cánticos escritos por la Iglesia para expresar públicamente su fe. Sentía en ellos mucha de esa fuerza de la Tradición que él deseaba desraizar. Sabía que la Iglesia tenía derecho a mezclar su voz con las declaraciones escriturarias en sus asambleas religiosas. Sin embargo, aceptar esto le habría expuesto a él y a sus doctrinas innovadoras a los anatemas de los millones de voces que repiten la liturgia tradicional. Es por esta razón por la que el herético odia todo lo que en la liturgia no está sacado estrictamente de la Sagrada Escritura.

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2º.- Así pues, esto nos lleva la segundo principio prevaleciente entre aquellos que querrían oponerse a la liturgia tradicional, a saber: «reemplazar las formulaciones santificadas por el uso eclesiástico con lecturas sacadas de la Biblia». Encuentran en esto dos ventajas: Primera, la destrucción de la voz de la Tradición a la cual odian siempre, y segunda, un medio de sostener y de propagar sus nuevas enseñanzas a la vez de una manera negativa y positiva. De una manera negativa, silenciando aquellos pasajes escriturarios que expresan alguna oposición a los errores que ellos desean enseñar; y de una manera positiva, seleccionando cuidadosamente y tomando fuera de contexto algunos pasajes de la Escritura que, aunque hablan de un aspecto de la Verdad, no dan de ella una descripción total y completa.


 Todos saben que los heréticos a lo largo de los siglos han preferido citar la Escritura antes que aceptar las definiciones eclesiásticas por la simple razón de que esto les permite poner en boca de Dios todo lo que desean, por una apropiada selección de las frases. Además, vemos que esto les permite, a la manera de los jansenistas (para quienes esto era muy importante), mantener la apariencia de que están dentro del cuerpo de la Iglesia: cuando llegamos a los protestantes, vemos que han reducido la liturgia casi por completo a las lecturas de la Escritura, acompañadas con sermones que exponen la Biblia siguiendo unas líneas solo puramente racionalistas. En cuanto a la elección de cuáles de los libros bíblicos son canónicos, esto depende en última instancia del capricho del reformador en cuestión, quien al final decide no solamente el sentido o el significado de la palabra de Dios, sino que determina también si alguna palabra determinada ha de ser aceptada como auténtica. 
Así, Martín Lutero, a fin de apoyar su sistema de panteísmo, su doctrina de la inutilidad de las obras y de la suficiencia de la fe, acabó declarando que la Epístola de Santiago era falsa y no canónica porque solo ella hacía hincapié en la necesidad de las obras para la salvación. En todos los tiempos y bajo muchos disfraces, se trata siempre de lo mismo -el rechazo de las formulaciones eclesiásticas; solo la Escritura es válida, pero la Escritura cuidadosamente seleccionada, e interpretada más cuidadosamente todavía por la persona que desea introducir la innovación. La trampa es ciertamente peligrosa para el imprudente. Es solamente mucho después cuando uno percibe que ha caído, y que la palabra de Dios, como la espada de doble filo que mienta el Apóstol, le ha infringido graves heridas, a causa de que ha sido malversada por los hijos de la perdición.
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3º.- El tercer principio, o quizás el tercer problema, que encuentran aquellos que están implicados en reformar la liturgia, después de haber suprimido las fórmulas eclesiásticas, y después de haber declarado y proclamado la necesidad absoluta de recurrir a las palabras de la Escritura en el servicio divino, es encontrar que la Escritura no siempre se pliega a sus fines como ellos quisieran. Su tercer principio, decimos, es «corromper e introducir fórmulas múltiples y diversas suyas propias», llenas de perfidia, por las cuales las gentes son trabadas en el error aún más firmemente, y así se consolida el edificio entero de la impía reforma por todos los tiempos.




4º.- Nadie debería sorprenderse ante las contradicciones intrínsecas que la herejía presenta en su obra cuando uno conoce el cuarto principio o, más bien, la cuarta necesidad impuesta sobre el sectarismo por la naturaleza misma de su rebelión, a saber: «una contradicción habitual con sus propios principios». Y así debía ser, pues sus contradicciones internas serán reveladas a pleno día más pronto o más tarde, cuando Dios exponga su vacuidad a los ojos de las gentes que ha seducido, y también porque no se le da al hombre ser consistente, sino solo a la Verdad. Así, todos los heréticos sin excepción comienzan deseando retornar a las costumbres de los primeros cristianos. Desean suprimir de la fe todo lo que los errores y pasiones del hombre han mezclado con las puras enseñanzas originales -todo lo que ellos consideran falso e insultante para Dios. Con esto en mente podan, borran, suprimen -todo lo que cae bajo su hacha- y mientras nosotros esperamos una visión de nuestra religión en su pristina pureza, nos encontramos rodeados de nuevas formulaciones, recién salidas de la prensa, e incontestablemente humanas -porque aquellos que las han inventado están todavía vivos. Todas las sectas heréticas están sujetas a esta necesidad. La hemos visto con los monofisitas, los nestorianos y la encontramos en todas las ramas del protestantismo. En su deseo de retornar a las sendas de la «cristiandad primitiva» todo lo que ha sido transmitido desde aquellos primeros días es destruido. Entonces los reformadores se ponen ellos mismos ante aquellos a quienes han seducido y les aseguran que todo está bien, que los arrogantes papistas han desaparecido y que la religión ha retornado ahora a su carácter primitivo y esencial. Un rasgo más de estos reformadores es que tienen por la innovación un prurito absoluto. No se satisfacen con amputar las formulaciones de la Iglesia, a las cuales infaman como siendo de origen puramente humano, sino que incluso extienden sus reproches a aquellas lecturas y plegarias que la Iglesia ha sacado de la Escritura. Cambian las palabras y las sustituyen por frases nuevas. No tienen ningún deseo de orar en unidad con la Iglesia y se separan por sí mismos de ella. Es casi como si todos esos que pican y escogen las lecturas temieran que quedara algún mínimo residuo de ortodoxia.

5º.- La reforma litúrgica es abrazada por sus abogados a un mismo tiempo como una reforma dogmática -en verdad es de esta última de donde deriva la primera. Se sigue que los protestantes, separados de la Iglesia en la cual tendrían a menos creer, se encuentran a sí mismos sumamente dispuestos para «suprimir en el culto divino todas las ceremonias y todas las formulaciones que son expresivas de los misterios». Confundidos por sus dudas y cegados por su negación de todo lo que abriría la puerta a lo sobrenatural, expurgan todo cuanto a ellos les parece que no es puramente racional. Así, aparte del bautismo, los sacramentos son descritos de acuerdo con el socinianismo abrazado por sus adeptos. No más sacramentales, no más bendiciones, ni iconos, ni reliquias de santos. No más procesiones ni peregrinaciones. No más altar, sino una simple «mesa». No más sacrificio, tal como requiere toda religión, sino una «comida». No más iglesia, sino una «casa de culto», como con los griegos y los romanos. No más arquitectura religiosa, porque ya no hay nada misterioso que expresar. No más pintura ni escultura cristianos, pues ya no hay una religión viva y palpable. Y finalmente, no más poética en un culto que no está fertilizado ya por el amor y por la fe.

6º.- La supresión del elemento místico en la liturgia protestante resulta inevitablemente en «la extinción total de ese espíritu de oración que es la piedra angular esencial del catolicismo». Un corazón que está en rebelión es un corazón carente de amor, y un corazón carente de amor lo corrompe todo -incluso las expresiones más tolerables de la creencia- con una frigidez orgullosa y farisaica, y tal es, en verdad, lo que encontramos en la liturgia reformada. Uno siente casi que aquellos que recitan la liturgia protestante se congratulan a sí mismos como el publicano por no estar entre esos papistas que envilecen a Dios con la familiaridad de sus simples plegarias.

7º.- Tratando a Dios con el debido respeto, la liturgia protestante no siente ninguna necesidad de intermediarios inventados. Estas gentes consideran la invocación de la Bendita Virgen y de los santos como un insulto a Dios. «Excluyen toda esta idolatría papista que suplica a través de un intermediario lo que uno debería suplicar solo a Dios». Desembarazan el calendario de todos aquellos nombres de los hombres que la Iglesia Romana ha inscrito tan temerariamente como próximos a Dios. No tienen empleo alguno para aquellos que vinieron después de los apóstoles. Solamente los apóstoles, escogidos por Cristo y fundadores de la Iglesia primitiva, tenían a sus ojos la pura fe, libre de toda superstición y de error moral.


8º.- La reforma litúrgica, teniendo como uno de sus principios básicos la abolición de todos los actos y formulaciones místicos, «insiste sobre el uso de las lenguas modernas para el servicio divino». Este es uno de los aspectos más importantes del continente herético de estas gentes. No hay, dicen, nada secreto en el culto, y las gentes deben de comprender lo que cantan. El odio de la lengua latina es innato en los corazones de todos los que odian a Roma. Ven en ella un lazo que une a los católicos a lo largo del mundo, un arma de la ortodoxia contra todas las argucias del espíritu sectario, y un arma poderosísima del papado. El espíritu de rebelión que han abrazado les fuerza a confinarse al idioma de las gentes locales de una provincia particular o de un país específico. Sin embargo, a pesar de esto, los frutos de la reforma son siempre los mismos pues los ortodoxos, a pesar de sus oraciones en latín (que tal vez no comprendan), son más fervientes, y cumplen las obligaciones del culto con mayor celo que los protestantes. A todas las horas del día se cumple el servicio divino en las iglesias católicas. Los fieles asisten a estas plegarias, dejando sus lenguas nativas en el umbral de la iglesia, y si aparte de los sermones solo oyen esas frases misteriosas que se han mantenido desde tiempo inmemorial en los momentos más solemnes -en el Canon de la Misa- con todo no tienen ninguna envidia de la suerte del protestante cuyos oídos nunca son asaltados por palabras cuyo significado no es claro. Y mientras que las iglesias reformadas reúnen a sus rebaños de puristas cristianos solamente con gran dificultad en domingo, las iglesias romanas encuentran a sus fervientes hijos asediando constantemente sus innumerables altares. Cada día dejan su labor para venir y oír las misteriosas palabras que alimentan su fe y derraman bálsamo en sus almas. Ciertamente es uno de los golpes más certeros de los reformadores declarar la guerra a la sagrada lengua latina, pues si logran destruir su uso, todos sus objetivos se cumplirán. La liturgia, desde el momento en que pierde su carácter sagrado y es ofrecida a las gentes de una manera profanizada deviene como una virgen deshonrada. Los fieles difícilmente la encontrarán digna como para dejar por un tiempo su labor, o de abandonar sus placeres, para venir a una Iglesia donde se hable el lenguaje del mercado. Considérese la así llamada Iglesia Reformada de Francia con sus declamaciones radicales y sus diatribas contra la supuesta venalidad del clero. ¿Durante cuánto tiempo pensáis que irán los fieles a escuchar gritar a estos liturgistas de propio estilo, «el Señor esté con vosotros», y durante cuánto tiempo continuarán respondiendo «y con tu espíritu»? Trataremos más plenamente en otra parte sobre el asunto del lenguaje litúrgico.

9º.- Al suprimir de la liturgia el elemento misterioso que mantiene a la razón dentro de sus propios límites, estos reformadores no han olvidado una consecuencia importantísima, a saber: «el alivio de la fatiga y de la obligación que la práctica de la liturgia papista impone al cuerpo». No más ayuno ni abstinencia, ni más genuflexiones durante la oración. Para sus ministros, ninguna obligación de decir el oficio, o aun de decir las plegarias canónicas de la Iglesia. Ciertamente, una de las principales características de la gran emancipación protestante es «reducir el fardo del culto público y privado». Los resultados se siguen rápidamente, pues la fe y la caridad, que se alimentan de la oración, son asfixiadas. Mientras que los ortodoxos son alimentados continuamente por actos de autosacrificio respecto del hombre y para Dios, y son sustentados por las mismas fuentes inefables de donde se extrae la plegaria -plegaria, además, cumplida por el clero, tanto regular como secular, en unión con la comunidad de los fieles.


"Misa novus Ordo donde concelebra el pueblo y los sacerdotes" 

10º.- Los reformadores tienen una pavorosa facultad para discernir cuál de las diferentes instituciones eclesiásticas es más hostil a sus principios, por así decir la piedra angular del edificio católico entero. Con un instinto casi animal, han descubierto ese punto del dogma que es el más irreconciliable con sus innovaciones, «El poder del Papado». El estandarte de Lutero llevaba inscrita atrevidamente la afirmación «Odio de Roma y de sus leyes» y en esta única frase se resume la esencia de la posición reformista. Bajo esta divisa se abolan de un solo golpe todas las ceremonias y el culto de la «idolatría romana», la lengua latina, el oficio divino, el santoral, el breviario, en verdad «todas las abominaciones de esa gran ramera de Babilonia». No es en vano por lo que el Romano Pontífice hace hincapié en algunos dogmas y en algunas prácticas rituales. Así, es igualmente necesario para el reformador proclamar que estos son blasfemias y errores, y ver en ellos una tiranía y una imposición. Es así como la Iglesia luterana continúa pidiendo hasta el momento «librarnos del homicidio, de la calumnia, de la rapiña y de la ferocidad del turco y del Papa». Merecen recordarse aquí los comentarios admirables de Joseph de Maistre en su libro «Sobre el Papa», donde muestra con gran sagacidad que a pesar de las numerosas disonancias que separan a las diversas denominaciones protestantes, hay una cualidad sobre la cual están todos de acuerdo, la de ser «no romanos». Imaginad una innovación, una innovación cualquiera que sea, en materia de dogma y de disciplina y ved si es posible presentarla de una manera -no importa cuánto pueda uno probar- que no sea en esencia «no romana» o todo lo más «cuasi romana». ¿Y en conciencia, qué clase de católico podría considerarse a sí mismo como cuasi romano?.

11º.- Las herejías antilitúrgicas deben, por principio, si han de establecerse a sí mismas a perpetuidad, destruir el sacerdocio. Saben que mientras que haya un Papa, habrá un altar, y donde haya un altar habrá un sacrificio, y por consecuencia una ceremonia misteriosa. Después de haber abolido al Sumo Pontífice, tendrán que eliminar a los obispos de donde procede esa mística imposición de las manos que perpetúa la jerarquía sagrada. Solamente entonces se seguirá «ese vasto desierto presbiteral que es el resultado inevitable de la supresión del Papado». Ya no habrá más sacerdotes hablando propiamente, sino más bien conductores que son elegidos y sin consagración. ¿Y cómo puede el acto de elegirle hacer de un hombre un sacerdote santificado? Las reformas de Lutero y de Calvino solo pueden hablar de ministros de Dios; meramente hombres. Tampoco están satisfechos con pararse aquí. Sus ministros, escogidos e instalados por el laicado, llevan en sus casas de culto una vestidura de magisterio bastardo, pues son solamente laicos que asumen funciones sagradas. Todo esto resulta, por así decir, de la ausencia de la liturgia -¿y cómo puede un laico en aislado producir una liturgia?




12º.- Y, finalmente, vemos el último grado de la degradación. El sacerdocio ya no existe. La jerarquía ha muerto. El príncipe o el gobernador es la única autoridad posible dejada entre el laicado que puede ser proclamado como cabeza de la religión. Cuán natural es entonces, para estos reformadores, una vez roto el yugo espiritual de Roma, proclamar al soberano temporal como su sumo pontífice, y considerar el poder para decidir sobre materias litúrgicas como una de las «prerrogativas del rey». Ya no puede haber ningún dogma, ninguna moralidad, ningún sacramento, ningún culto, en verdad ninguna cristiandad, a menos que esté de acuerdo con las preferencias del rey. 
Ahora bien, este es un axioma fundamental de los reformadores tanto en sus escritos como en su práctica. Esta ultima característica completa la descripción y permite que el lector juzgue por sí mismo la naturaleza de esa alardeada liberación del Papado que es llevada a cabo con tanta violencia. A la larga esto sólo puede resultar en la destructiva dominación de los poderes temporales y mundanales sobre la esencia misma de la cristiandad. Ahora bien, es verdad que en el comienzo las sectas antilitúrgicas no se levantaron para adular a quienes estaban en el poder. Los albigenses, los valdenses, los wyclifianos y los husitas todos ellos enseñaban que uno debía resistir al requerimiento de los príncipes y de los magistrados con gran coraje cuando se encontraba que eran pecadores. Sostienen que un príncipe en estado de pecado ha perdido su derecho a mandar. La razón para esto es que estos heréticos temían la espada de los príncipes católicos.


 Siendo obispos sin una iglesia, tenían todo que perder frente a una autoridad en desacuerdo con ellos. Pero tan pronto como los príncipes mismos se asociaron con ellos en la rebelión contra Roma y desearon hacer de la religión un asunto nacional, y un medio de gobernar a sus súbditos, la liturgia y el dogma mismo pasaron a estar sujetos a los intereses nacionales. Y, cuando aconteció esto, estos reformadores no podían moverse con suficiente rapidez para reconocer y apoyar a esas fuerzas seculares que deseaban establecer y mantener sus teorías personales. No puede haber ninguna duda de que dar la preferencia al poder temporal sobre el poder espiritual en materia de religión es un acto de apostasía. Pero desdichadamente este no es el único aspecto del problema, pues por encima de todo, el herético debe asegurarse su propia supervivencia. Por esto es por lo que Lutero, separado como estaba del Pontífice de Roma («seducido» como estaba el Papa, según él, por todas las «abominaciones de Babilonia») no vaciló en declarar teológicamente legítimo el segundo matrimonio del Landgrave de Hesse. Es por esto también por lo que el Abad Gregorio no tuvo escrúpulos en dar su apoyo a la condena a muerte de Luís XVI, mientras que había abogado por Luís XIV y José II en sus luchas contra el Papa.

Tales son, entonces, los principales credos de los reformadores antilitúrgicos. Sus escritos son fáciles de consultar pues están ampliamente extendidos a lo largo del mundo. Hemos revelado solamente lo que ellos mismos han promulgado repetidamente. Sentimos, sin embargo, que es importante exponer con claridad estas tendencias, pues siempre es bueno comprender el error. Desdichadamente, a menudo es mucho más fácil contradecir el error que enseñar la Verdad.


Era consciente de que, en materia de fe, yo estaba dispuesta a morir mil veces para no ir contra la menor ceremonia de la Iglesia (Santa Teresa de Avila )


"Debéis trabajar con mucho cuidado y diligencia para resguardar la Fe en medio de esta gran conspiración de hombres perversos que tratan de mutilarla y destruirla.” (Encíclica Mirari Vos de Su Santidad Gregorio XVI)

San Pío X

"porque los verdaderos amigos del pueblo no son ni revolucionarios ni innovadores, sino tradicionalistas" (Enciclica Notre Charge Apostolique)