martes, 10 de noviembre de 2009

Las buenas intenciones y el Infierno..

EL CAMINO DEL INFIERNO ESTÁ EMPEDRADO
DE «BUENAS INTENCIONES»
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Juan XXIII el Papa de los "Sacrificios" y aggiornamiento en favor de la "unidad" cristiana.
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«En el Evangelio leemos también que se predijo que nuestros enemigos serían más bien de nuestra familia, y que aquellos que han sido asociados primero en el sacramento de la unidad serían quienes se traicionaran unos a otros.» Epístolas de S. Cipriano LIV
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¿Por qué se han instituido todos estos cambios? Uno debe recordar que como ha dicho William Blake de un pontífice anterior:
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«Y Caifás era, a sus propios ojos, Un benefactor de la humanidad.»
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¿Qué ha conducido a hombres que presumiblemente son «sinceros» y de «buena voluntad» a romper con las tradiciones establecidas por los apóstoles, y con las enseñanzas mantenidas por la Iglesia a lo largo de las edades? ¿Qué ha inducido a los responsables a seguir las sugestiones del modernista Tyrrell al efecto de que ellos creían que lo que la Iglesia necesitaba era «una infusión liberal de ideas protestantes»? ¿Por qué el «fuerte» ha sido abandonado «incluso por aquellos que debían guardarle»?
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¡O bien los responsables tenían una fe defectuosa, o no eran ni siquiera cristianos! Con toda su «sinceridad» y su «buena voluntad», ellos, al igual que los reformadores protestantes de una época anterior, no podían morar en la santa madre Iglesia ni aceptarla como había sido siempre. Para aquellos que se habían criado en la Iglesia tradicional era perfectamente obvio que la mente y el pensamiento de la Iglesia eran diametralmente opuestos a los del así llamado «hombre contemporáneo». Los innovadores sentían que si «la Iglesia no hablaba al hombre moderno» (siendo ellos mismos el hombre moderno), era claramente la Iglesia la que estaba en falta. Imbuidos con las falsas ideas del progreso y de la evolución olvidaron que era «el hombre moderno el que no quería oír a la Iglesia». A pesar de que rechazaban el título, ellos mismos eran «modernistas» y «liberales» que buscaban introducir a la Iglesia -esencialmente una estructura «atemporal»- en el mundo moderno: no como algo adverso hacia el mundo moderno, no como una entidad cuya función era instruir y guiar al mundo moderno en los caminos de Dios, sino como una parte y parcela de ese mundo -en la «vanguardia» y al «frente» de sus desviaciones de la norma que Cristo estableció. Es precisamente en este sentido como la Iglesia conciliar ha abandonado su papel de «maestra» (magister) y se ha declarado a sí misma la «servidora» del mundo. Deseaban hacer «relevante» a la Iglesia en un mundo que había perdido toda relevancia y estaba hueco de significado, un mundo que estaba «alienado» y que había perdido de vista la única «cosa necesaria». ¿Qué es toda esta palabrería de «servir» al «mundo», sino dar al César lo que es de Dios?
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Ahora bien, si la Iglesia había de ser «cambiada» ¿qué pautas y que autoridad habían de ser invocadas? La única alternativa a la «tradición» es en último análisis el «juicio privado» -el juicio privado «colectivo» de aquellos cuyas almas habían sido corrompidas por los errores «colectivos» de nuestros tiempos. Por lo tanto Aggiornamento es el grito de guerra de los innovadores. ¿De qué modo ha de tener lugar este aggiornamento? ¿Cuáles son algunos de los principales asuntos que cruzan por el pensamiento de la Iglesia posconciliar?.
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El concepto modernista de «LIBERTAD» es a la vez supremo y básico. Llevada a su forma extrema ésta es lo que puede ser descrito como la absoluta soberanía del individuo en su completa independencia de Dios y de la autoridad de Dios. Al rechazar el principio de la autoridad absoluta en religión, el hombre moderno sostiene que todo individuo puede rechazar una parte, o todo, del depósito de la Revelación, y que puede interpretar cualquier cosa que prefiera conservar según los dictados de su juicio privado. Para el hombre modernista someterse a cualquier autoridad que sea más alta que él mismo es perder su «dignidad» como hombre. (Cualquiera que se somete así es tachado de «rígido», «chapado a la antigua», «supersticioso», «no querer ser una persona responsable» y, por encima de todo, de ser una persona «opuesta al progreso»). Ahora bien, este principio «liberal» impelido por la ley de su propia impotencia, inevitablemente da nacimiento a diferencias y contradicciones sin fin. En último análisis, está forzado a reconocer como válida cualquier creencia que surja del ejercicio del juicio privado -el dogma es reemplazado así por la mera opinión. Llega, por tanto, finalmente, por la fuerza de sus propias premisas, a la conclusión de que un credo es tan bueno como cualquier otro; entonces busca resguardar su inconsistencia bajo el falso alegato de la «libertad de conciencia».
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. El Papa Pablo VI, promotor de una unidad sin Cristo. ¿quizá por eso no porta el Crucifijo?.

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Derivándose de esta falsa idea de libertad que hace de cada hombre su propia autoridad más elevada en cuanto a la determinación de la Verdad, está la aseveración de que todos los puntos de vista religiosos son igualmente buenos. ¡Ciertamente, está claro que un hombre que con la excusa de la libertad racional tiene derecho a repudiar cualquier parte de la Revelación que pueda disgustarle, no puede lógicamente entrar en debate con otro hombre que, sobre la misma base, la repudia toda entera! No solamente un credo es tan bueno como cualquier otro, sino que, asimismo, ningún credo es tan bueno como cualquier otro. El hombre moderno está cansado de todas las controversias religiosas subjetivas e individualistas que ha producido, y estando totalmente desinformado de los conceptos tradicionales, no puede comprender la exclusividad religiosa. Para él lo sobrenatural se identifica vagamente con lo supersticioso, la fe con la credulidad, la firmeza con el fanatismo, la intransigencia con la intolerancia, y la coherencia con la estrechez de miras. La idea misma de que una religión tenga la «plenitud de la verdad» se le aparece a la vez como incongruente y ofensiva. De aquí que sostenga no solamente que una religión es tan buena como cualquier otra, sino que todas las religiones deberían ser relegadas al «sector privado» de nuestras vidas. Todo lo que pide de su semejante es un mínimo de «sinceridad» y de «buena voluntad», y que guarde para sí mismo sus miras religiosas. El asunto mismo no ha de ser tratado «en la sociedad educada». Y estas son precisamente las ideas fundamentales para el «Movimiento Ecuménico», un fenómeno tan patentemente anticristiano que la Iglesia Ortodoxa Griega en Norteamérica se ha visto obligada a promulgar un documento advirtiendo a sus adeptos que eviten todo compromiso con esta forma de «cristiandad secularizada».
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LA APOSTASIA DEL ESTADO.
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Se sigue, además, una vez que se han aceptado las proposiciones anteriores, que ninguna religión debe sostener una posición de preeminencia en el Estado. La autoridad civil debe tratar a todas las confesiones igualmente, ya sean buenas o malas. Puesto que la posibilidad de la verdad objetiva es negada, la religión deviene todo lo más «tolerada» -cuando compite, sin embargo, con el Estado por el «control» de la mente de los hombres, entonces es descrita como estando «contra el progreso», y llamada «el opio del pueblo». La base de la autoridad del Estado civil no reside en Dios, sino en el derecho de los pueblos (la «autodeterminación») a establecer sus propias leyes con entera independencia y máximo desprecio de cualquier otro criterio que no sea la voluntad popular expresada en las urnas. Estas, a su vez, a menudo son controladas y manipuladas por fuerzas anticristianas. ¡No infrecuentemente lo que resulta es que Barrabás es libertado mientras que Cristo es crucificado!
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La idea de un «Estado católico» no solo es rechazada, sino que es vista como un «mal» que ha de ser destruido. ¡Lo que es llamativo es que tal actitud ha sido adoptada por el Vaticano II! Escuchemos a los documentos:
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«Los fieles cristianos, como los demás hombres, deben disfrutar del estado el derecho a no ser estorbados en modo alguno en cuanto a dirigir sus vidas según su conciencia. Está enteramente de acuerdo con la libertad de la Iglesia y la libertad de religión el que todos los hombres y todas las comunidades tengan este derecho otorgado a ellos como un derecho legal y civil.»
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Por esto es por lo que la jerarquía, en países católicos como España y Portugal, ha interferido activamente en la estructura política para favorecer su «liberalización» y «democratización». Y naturalmente se sigue de tales actitudes que debería haber una absoluta libertad de culto, la supremacía del Estado, la separación de la Iglesia y de Dios de la autoridad civil, la educación secular y el matrimonio civil. La iglesia post conciliar, con un «mandato del Vaticano II», está haciendo campaña activamente para promover la secularización de los países católicos, como Italia e Irlanda. Lo que resulta en el orden práctico es que los comunistas, los francmasones y los adoradores de Satán son tratados en igualdad con la divina Revelación.
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La Iglesia al servicio de los masones y sionistas. .

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También resultan otras consecuencias. En el dominio de la moralidad, no se ha de abrazar ningún valor absoluto. Lo que se considera que es de mayor conveniencia para la mayoría de las gentes (a menudo una minoría bien organizada en la práctica) es lo que el Estado legisla, un proceso que permite que abominaciones tales como el aborto y la eutanasia devengan la «ley de la tierra». Aparte de esto, la moralidad privada está limitada solamente por la necesidad de proteger a los demás de los excesos de las pasiones de cualquier otro individuo. A esta nueva panorámica moral se le hace propaganda con el título de «ética de la situación», y encontramos así que la Sociedad Teológica Católica de América afirma sin recibir ningún desmentido oficial que la homosexualidad y el adulterio pueden considerarse aceptables en la medida en que sean, siguiendo los términos seudocientíficos de la psicología moderna, «autoliberadores, enriquecedores del otro, honestos, fieles, socialmente responsables, servidores de la vida y dichosos». Aquellos que exclamarán que tal afirmación es un «abuso» deberían considerar la enseñanza del Vaticano II en la que se instruye a los fieles a:
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«compaginar los conocimientos de las nuevas ciencias y sus doctrinas y de los más recientes descubrimientos con la moral cristiana y con la enseñanza de la doctrina cristiana, para que la cultura religiosa y la rectitud de espíritu vayan en ellos al mismo paso que el conocimiento de las ciencias y de los diarios progresos de la técnica...» Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo moderno- Gaudium et Spes
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No puede haber nunca «Alegría y Esperanza» en semejante enseñanza, como cualquiera que es una víctima de la tecnología moderna sabe bien.
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Más allá de esto, toda jerarquía en valores, en personas y en función ha de ser eliminada. (En la práctica, aquellos que están establecidos por Dios y basados en la «ley natural» son eliminados en favor de aquellos que son establecidos por una sociedad adinerada o por el Estado). Al igual que en el orden intelectual, las «cadenas» de la Revelación fueron rechazadas en nombre del «pensamiento libre» y de la «razón sin trabas», lo cual ha resultado en que algunas de las ideas más bajas conocidas por la historia de la humanidad sean aceptadas como «normales», así también en el dominio político, habiendo rechazado los reyes todo control proveniente de la «autoridad espiritual» legítima, fueron a su vez destruidos por los intereses monetarios -poderes que a su vez son nuevamente amenazados por fuerzas todavía más bajas. Un falso «igualitarismo» (todas las almas son en verdad de igual valor a los ojos de Dios) que querría hacer de los «denominadores comunes más bajos» en todos los dominios los criterios sobre los cuales hemos de basar nuestros juicios de valor está siendo impuesto a la sociedad. Así, por ejemplo, se desacredita el hecho de que un sacerdote es un hombre puesto aparte con especiales privilegios e incluso con mayores responsabilidades. Bajo el grito de «colegialidad», los obispos se entrometen en la autoridad papal. Las conferencias de sacerdotes son creadas para rivalizar con la autoridad de los obispos. Al laicado se le predica un falso concepto del «sacerdocio del Pueblo de Dios» (un tópico favorito de Lutero), el cual les permite reclamar la autoridad del clero, y la estructura «jerárquica» de los santuarios es así demolida en gran medida a fin de que en lugar de arrodillarse ante la barandilla del altar, el laicado sea invitado a «sentarse en torno» a la «mesa», a manipular los vasos sagrados y a juntarse al «presidente» en la «comida eucarística» como a un igual. Nada satisfará a las fuerzas de la rebelión hasta que el «lumpen proletariado» gobierne el mundo, y los más bajos conceptos del hombre embrutecido (como los «gulags» de Rusia, los campos de exterminio de Hitler, o la aceptación del aborto y de la eutanasia) devengan la norma estadística del pensamiento idóneo. El tema central de Satán será siempre «libera a Barrabás y crucifica a Cristo» -un legalismo perfectamente «democrático» y un ejemplo clásico de cómo una pequeña minoría es capaz de influenciar el «voto popular» para sus propios fines siniestros.
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Ahora bien, la jerarquía de la nueva Iglesia querría tener un aggiornamento con todos estos conceptos. Es verdad que no los abrazan en su forma extrema, pero se han aceptado los principios. Es un viejo sueño de la humanidad el que uno pueda jugar con fuego sin llegar a quemarse -el que Cristo y Barrabás puedan llegar a un arreglo y «coexistir», y el que uno pueda «estar en misa y repicando». El problema es que, una vez que se han aceptado los principios, las consecuencias deben seguirse inevitablemente. Aquellos que han querido «revolucionar» la Iglesia haría bien en recordar la advertencia del illuminato jacobino (francmasón) Saint Just que fue un dirigente de la Revolución francesa: «¡Quienquiera que se detiene a mitad de camino en la revolución cava su propia tumba!». Y tenemos así un mundo moderno desgarrado y caótico, un mundo que, en la fraseología del historiador, es «poscristiano»; y en la del psicólogo, un mundo que está «alienado»; un «mundo de tiburones» que anda a la caza de todo excepto de «lo único necesario». ¿Y, qué papel se deja representar a la Iglesia conciliar en un mundo semejante? Esta es la pregunta que se le plantea al modernista que querría conservar al menos la apariencia de sus raíces cristianas. La respuesta yace en la «unidad», en una humanidad dedicada al «nuevo humanismo», a una «cultura universal» actuando al unísono para edificar un «mundo mejor» en el futuro.
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La función de la Iglesia del Post Concilio es ser un «catalizador» para esta unidad -«La Iglesia es una especie de sacramento de íntima unión con Dios, y de unidad de toda la humanidad, es decir, es un signo y un instrumento de tal unión y unidad... Al final de los tiempos, ella logrará su glorioso cumplimiento. Entonces... todos los hombres justos desde la época de Adán serán congregados juntos con el Padre en la Iglesia universal». Nótese en estas afirmaciones, tomadas del Vaticano II, la ambigüedad y el milenarismo disfrazado. Continúan. Por supuesto, la Iglesia «reconoce que se han de encontrar elementos valiosos en los movimientos sociales de hoy, especialmente una evolución hacia la unidad», y de aquí que deba juntarse y alentar a todos esos «elementos», y que deba «suprimir todo motivo de división a fin de que el género humano completo pueda ser introducido en la unidad de la familia de Dios». En otras partes también se nos dan más vislumbres dentro de esta propuesta unidad. «La reciente busca psicológica explica la actividad humana más profundamente. Los estudios históricos hacen una notable contribución para llevar el hombre a ver sus cosas en sus aspectos cambiantes y evolutivos. El género humano ha pasado de un concepto de la realidad más bien estático a otro más dinámico y evolutivo... Así, poco a poco, se está desarrollando una forma de cultura humana más universal que promoverá y expresará la unidad del género humano... La Iglesia reconoce, además, que se han de encontrar elementos valiosos en los movimientos sociales de hoy, especialmente una evolución hacia la unidad, un proceso de sana socialización y de asociación en los dominios económico y cívico... Es un hecho que toca a la persona misma del hombre, el que el hombre pueda llegar a una humanidad auténtica y plena solamente a través de la cultura, es decir, a través del cultivo de los bienes y de los valores naturales... La Iglesia cree poder contribuir grandemente a hacer más humana la familia del hombre y su historia... Somos testigos así del nacimiento de un nuevo humanismo, un humanismo en el cual el hombre se define ante todo por su responsabilidad hacia sus hermanos y hacia la historia». (Todas estas citas están tomadas del Vaticano II).
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Ahora bien, todas estas afirmaciones falsifican la naturaleza y los verdaderos fines del hombre, así como la función de la Iglesia. Además, están basadas sobre una variedad de suposiciones de estrechas miras y de sociología teórica, que no tienen ninguna base de hecho, tales como el «progreso» inevitable del hombre, su carácter «dinámico» y «evolucionista», y la idea de que estamos de hecho «construyendo un mundo mejor». Sin embargo, es justamente sobre estas falsas bases donde la nueva Iglesia querría encontrar su concepto de «unidad». Como ha dicho Pablo VI «ha llegado el tiempo para toda la humanidad de unirse en el establecimiento de una comunidad que es a la vez fraternal y mundial... La Iglesia, respetando la pericia de los poderes mundanales, debe ofrecer su asistencia a fin de promover un humanismo pleno, es decir, el completo desarrollo del hombre entero, y de todos los hombres... debe ponerse a sí misma a la vanguardia de la acción social. Debe aumentar todos sus esfuerzos para apoyar, fomentar y hacer brotar esas fuerzas que trabajan para la creación de este hombre integrado. Tal es el fin que la (nueva) Iglesia tiene intención de llevar a cabo. Todos los católicos (posconciliares) tienen la obligación de ayudar a este desarrollo de la persona total junto con sus hermanos naturales y cristianos, y con todos los hombres de buena voluntad». ¿Y por qué Montini se entregó a su suerte con tales ideas? «Porque -como ha dicho él mismo en muchas ocasiones- tenemos confianza en el hombre, porque creemos en esa fuente de bondad que hay en cada uno y todos los corazones». ¡Rousseau no podría haberlo dicho mejor!
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. Juan Pablo II, el Papa del humanismo por encima de Dios.

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LA PRETENDIDA "UNIDAD CRISTIANA".
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El Papa Juan XXIII según Brian Kaiser, veía la unidad cristiana como un precursor necesario a la «unidad de todos lo hombres». Es, por así decir, el primer paso que ha de ser cumplido. Es así como los periti en el concilio, deseando destacar las similitudes en lugar de las diferencias, desarrollaron el concepto de la «comunión imperfecta».
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Las diversas comunidades cristianas que están «fuera de la comunión plena» con la Iglesia Católica deben ser integradas en ella. «Todos aquellos que creen en Cristo (nunca se especifica si como Dios o como un «dirigente honesto») y que han recibido el bautismo, están en una cierta comunión con la Iglesia Católica, aunque no en una comunión perfecta». Contienen «elementos» tales como «la Palabra de Dios escrita, la vida de la gracia, las virtudes teológicas y los dones interiores del Espíritu Santo», y de aquí que «la Iglesia está vinculada con ellos por varias razones». Es ante todo con estos grupos con los que ha de establecerse la «unidad».
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Lo que se pierde de vista es que la razón por la cual los protestantes carecen de unidad «perfecta» se debe a que ellos rechazan la plenitud de la fe, y a que aceptan, en diversos grados, todo el espectro liberal de falsas ideas que hemos destacado en los párrafos precedentes. En cualquier caso, la «unidad» con los protestantes por parte de la verdadera Iglesia Católica es una pura quimera. Prescindiendo del hecho de que es el «hijo pródigo» el que debe retornar al «seno del padre», y no a la inversa, no hay dos protestantes, ni siquiera dentro de una confesión determinada, que estén plenamente de acuerdo -salvo por casualidad- sobre lo que deberían creer. Entre ellos, cada matiz, grado y variedad de creencia en la dispensa cristiana encuentra fácil acomodo. Uno casi puede hablar de una «escala deslizante» de descreimiento que encuentra su única «unidad» posible «protestando» contra la plenitud de la fe. Y, sin embargo, es para dar acogida a tales grupos por lo que la Iglesia posconciliar ha cambiado sus doctrinas y su liturgia.
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Destaquemos, además, que estos cambios han sido hechos todos en una única dirección. ¿Qué doctrina de la Iglesia tradicional han aceptado las múltiples «comunidades eclesiásticas», que anteriormente habían rechazado? Absolutamente ninguna. ¿Qué tradiciones eclesiásticas han adoptado nuestros «hermanos separados»? De nuevo, absolutamente ninguna. Y, sin embargo, véanse las muchas tradiciones que la Iglesia neoprotestante del Vaticano II ha abandonado, o si no rechazado positivamente, sí al menos permitido que caigan en desuso. ¿En qué se parece la «casa del culto» protestante a los santuarios que nosotros conocimos de niños, y en qué se distingue la Iglesia progresista posterior al Vaticano II de la de cualquier secta de la Reforma. Como ha señalado Michael Davies con respecto a los diferentes compromisos efectuados con los anglicanos: «El acuerdo sobre la Eucaristía y el Ministerio no afirma la posición católica ni en un solo punto donde esta se encuentre en conflicto con el protestantismo». Y, sin embargo, debemos admitir que se ha logrado un cierto tipo de «unidad» entre la Iglesia posconciliar y las diversas «comunidades eclesiásticas» reformadas. La razón es clara. La Iglesia posconciliar misma es una Iglesia «neoprotestante» -en realidad, es «la Iglesia de los modernistas de última hora».
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Aquellos que querrían dudar todavía sobre la naturaleza de los compromisos que se han hecho en esta dirección no tiene más que considerar las declaraciones oficiales de la nueva Iglesia. Con respecto a la liturgia, por ejemplo, Pablo VI nos dice que los cambios se hicieron por dos razones -«para ponerla en línea con la Escritura» y por «razones pastorales». Él nunca especificó personalmente cuáles fueron esas «razones pastorales», pero la respuesta puede encontrarse en otros documentos.
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Así, se afirma en la «Carta a los presidentes de los concilios nacionales de obispos concerniente a las plegarias eucarísticas», un documento oficial de la «Sagrada Congregación para el Culto Divino»:
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«La razón por la cual se ha ofrecido semejante variedad de textos (en el Novus Ordo), y el resultado final que se ha pretendido lograr con tales formularios nuevos, son de naturaleza pastoral: a saber, reflejar la unidad y la diversidad de la plegaria litúrgica. AL USAR LOS DIVERSOS TEXTOS CONTENIDOS EN EL (nuevo) MISAL ROMANO, LAS DIFERENTES COMUNIDADES CRISTIANAS, CUANDO SE REÚNEN PARA CELEBRAR LA EUCARISTÍA, SON CAPACES DE SENTIR QUE ELLAS MISMAS FORMAN LA IGLESIA UNA QUE ORA CON LA MISMA FE, QUE USA LA MISMA PLEGARIA. Además, devienen uno en su capacidad para proclamar el mismo misterio de Cristo en diferentes modos -especialmente cuando se usa la lengua vernácula.»
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Aquí está, entonces, la razón para los cambios. Es promover la «unidad» de todos los cristianos «que oran con la misma fe», y que proclaman «el mismo misterio de Cristo» en diferentes modos. El único problema es que la «fe» implicada no es la Fe católica, y que el «misterio» implicado no es el «recurrente sacrificio incruento del Calvario». Si fuera así, los «hermanos separados» devendrían simplemente católicos.
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Este clamor en pos de una falsa unidad con aquellos que rechazan la enseñanza de la Iglesia tradicional, e incluso el corpus entero de la cristiandad, este deseo de estar en la «vanguardia» de las fuerzas sociales que están creando el «nuevo humanismo», la «sana socialización» de la humanidad, y la «cultura universal» del futuro, es la razón por la cual la Misa tradicional tenía que ser suprimida y reemplazada por una parodia. Por esto es por lo que la nueva «misa» no enseña nunca claramente la doctrina de la Presencia Real. Por esto es por lo que las sectas no católicas, e incluso las sectas anticatólicas, no tienen ninguna objeción en usarla. Por esto es por lo que la prensa liberal la aprueba, y por esto es por lo que el mundo la ama.
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Todo tiene que ser sacrificado a este fin -incluso las sagradas Especies. La Eucaristía ha de devenir ahora el «Sacramento de la nueva unidad». Puede ser llamada bendición, la cena del Señor, la mesa del Señor, la memoria del Señor -pero nunca con esa ofensiva palabra de «Transubstanciación». Léase completa la Constitución Apostólica de Pablo VI sobre la nueva «misa» y se comprobará que esta palabra consagrada ¡no aparece ni una sola vez! Es así como Montini dice: «La Iglesia Católica está determinada a continuar y a intensificar su contribución al esfuerzo común de todos los cristianos en pos de la unidad...» (No los esfuerzos de los católicos en amor y caridad para hacer que los protestantes retornen a la unidad). Y es así, también, como ha expresado la esperanza de que «venga pronto el día en que la unidad de todos los cristianos sea celebrada y sellada en una Eucaristía concelebrada». Así lo exigen tanto la «vocación comunitaria» de la humanidad como la «historia de la salvación».
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Juan XXIII nos había dicho que «serían necesarios algunos sacrificios a fin de lograr la unidad». Pablo VI y la Iglesia posconciliar nos han aclarado justamente lo que son estos sacrificios. Ellos conllevan el sacrificio de lo que en esencia puede ser llamado:
«la Tradición cristiana».
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Lo que produce profundo estupor es que católicos, que sacerdotes a quienes horrorizan, según Nos queremos pensar, tales monstruosidades, se conduzcan, sin embargo, como si de lleno las aprobasen; pues tales son las alabanzas que prodigan a los mantenedores de esos errores, tales honores que públicamente les tributan, que hacen creer fácilmente que lo que pretenden honrar no son las personas, merecedoras acaso de alguna consideración, sino más bien los errores que profesan y que se empeñan con todas veras en esparcir entre el vulgo. (San Pío X, Pascendi Dominici Gregis 13)

San Pío X

"porque los verdaderos amigos del pueblo no son ni revolucionarios ni innovadores, sino tradicionalistas" (Enciclica Notre Charge Apostolique)