jueves, 18 de marzo de 2010

Protéctor sanctae Ecclésiae

Solemnidad del Glorioso Patriarca San José
Protector de la Santa Iglesia Universal.


Las razones por las que el bienaventurado José debe ser considerado especial patrono de la Iglesia, y por las que a su vez, la Iglesia espera muchísimo de su tutela y patrocinio, nacen principalmente del hecho de que él es el esposo de María y padre putativo de Jesús. De estas fuentes ha manado su dignidad, su santidad, su gloria. Es cierto que la dignidad de Madre de Dios llega tan alto que nada puede existir más sublime; mas, porque entre la beatísima Virgen y José se estrechó un lazo conyugal, no hay duda de que a aquella altísima dignidad, por la que la Madre de Dios supera con mucho a todas las criaturas, él se acercó más que ningún otro. Ya que el matrimonio es el máximo consorcio y amistad —al que de por sí va unida la comunión de bienes— se sigue que, si Dios ha dado a José como esposo a la Virgen, se lo ha dado no sólo como compañero de vida, testigo de la virginidad y tutor de la honestidad, sino también para que participase, por medio del pacto conyugal, en la excelsa grandeza de ella. El se impone entre todos por su augusta dignidad, dado que por disposición divina fue custodio y, en la creencia de los hombres, padre del Hijo de Dios. De donde se seguía que el Verbo de Dios se sometiera a José, le obedeciera y le diera aquel honor y aquella reverencia que los hijos deben a sus propio padres.
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De esta doble dignidad se siguió la obligación que la naturaleza pone en la cabeza de las familias, de modo que José, en su momento, fue el custodio legítimo y natural, cabeza y defensor de la Sagrada Familia. Y durante el curso entero de su vida él cumplió plenamente con esos cargos y esas responsabilidades. El se dedicó con gran amor y diaria solicitud a proteger a su esposa y al Divino Niño; regularmente por medio de su trabajo consiguió lo que era necesario para la alimentación y el vestido de ambos; cuidó al Niño de la muerte cuando era amenazado por los celos de un monarca, y le encontró un refugio; en las miserias del viaje y en la amargura del exilio fue siempre la compañía, la ayuda y el apoyo de la Virgen y de Jesús. Ahora bien, el divino hogar que José dirigía con la autoridad de un padre, contenía dentro de sí a la apenas naciente Iglesia. Por el mismo hecho de que la Santísima Virgen es la Madre de Jesucristo, ella es la Madre de todos los cristianos a quienes dio a luz en el Monte Calvario en medio de los supremos dolores de la Redención; Jesucristo es, de alguna manera, el primogénito de los cristianos, quienes por la adopción y la Redención son sus hermanos. Y por estas razones el Santo Patriarca contempla a la multitud de cristianos que conformamos la Iglesia como confiados especialmente a su cuidado, a esta ilimitada familia, extendida por toda la tierra, sobre la cual, puesto que es el esposo de María y el padre de Jesucristo, conserva cierta paternal autoridad. Es, por tanto, conveniente y sumamente digno del bienaventurado José que, lo mismo que entonces solía tutelar santamente en todo momento a la familia de Nazaret, así proteja ahora y defienda con su celeste patrocinio a la Iglesia de Cristo
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( ... ) Pues José, de sangre real, unido en matrimonio a la más grande y santa de las mujeres, considerado el padre del Hijo de Dios, pasó su vida trabajando, y ganó con la fatiga del artesano el necesario sostén para su familia. Es, entonces, cierto que la condición de los más humildes no tiene en sí nada de vergonzoso, y el trabajo del obrero no sólo no es deshonroso, sino que, si lleva unida a sí la virtud, puede ser singularmente ennoblecido. José, contento con sus pocas posesiones, pasó las pruebas que acompañan a una fortuna tan escasa, con magnanimidad, imitando a su Hijo, quien habiendo tomado la forma de siervo, siendo el Señor de la vida, se sometió a sí mismo por su propia libre voluntad al despojo y la pérdida de todo. (Fragmento de la Enciclica Quamquam Pluries sobre la Devoción a San José de la santidad de León XIII)
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Oración a San José
compuesta y prescrita por S.S. León XIII
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A vos, bienaventurado san José, acudimos en nuestra tribulación, y después de implorar el auxilio de vuestra santísima Esposa, solicitamos también confiadamente, vuestro patrocinio. Para aquella caridad que con la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, os tuvo unido, y por el paterno amor con que abrazasteis al Niño Jesús, humildemente os suplicamos que volváis benigno los ojos a la herencia que con su Sangre adquirió Jesu-Cristo y con vuestro poder y auxilio socorráis nuestras necesidades.
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Proteged, ¡oh providentísimo custodio de la Divina Familia! la escogida descendencia de Jesu-Cristo; apartad de nosotros toda mancha de error y corrupción; asistidnos propicio desde el cielo, fortísimo libertador nuestro, en esta lucha con el poder de las tinieblas; y como en otro tiempo libertasteis al Niño Jesús del inminente peligro de la muerte, así ahora defended la Iglesia santa de Dios de las asechanzas de sus enemigos y de toda adversidad, y a cada uno de nosotros protegednos con perpetuo patrocinio, para que, a ejemplo vuestro, y sostenidos por vuestro auxilio, podamos santamente vivir, piadosamente morir, y alcanzad en los cielos la eterna bienaventuranza. Amén.

Eclesiastico 45, 1-6

miércoles, 24 de febrero de 2010

El Progreso Conciliar

¿PUEDE «EVOLUCIONAR» LA TRADICIÓN?

¿PUEDE «DESARROLLARSE» LA DOCTRINA?

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Nuestro Señor Jesucristo autor de la Santa Fe católica.
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Los teólogos post-Vaticano II de todo género de tendencias admiten prestamente que la enseñanza de la Iglesia ha cambiado sobre una multitud de planteamientos.

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Ahora bien, si la fe fue revelada en su plenitud por Cristo y los apóstoles, y si la Iglesia tiene como parte de su función la conservación de este «depósito de la Fe» sin cambio, ¿cómo podemos entonces explicarnos sus posiciones «cambiantes»? La respuesta modernista es que la doctrina «evoluciona» y «se desarrolla». ¿Hasta qué punto es católico semejante concepto?

La aplicación de la doctrina a la variación de las circunstancias y la extracción de sus implicaciones según pasa el tiempo pueden verse como un «desarrollo», como ciertamente puede verse así la necesidad de hacer explícito lo que, en una época más antigua, estaba solamente implícito. Pero la doctrina y la tradición que es su vehículo, no pueden desarrollarse o evolucionar, a la manera darwiniana, en mayor medida que esa Verdad que nos fue dada por Cristo y los apóstoles. El concepto, según ha sido promulgado por el Vaticano II, de que «la tradición de la Iglesia es una tradición de progreso en la comprensión de la verdad», jamás puede ser aceptado por un fiel católico según querrían interpretarlo los modernistas. El dogma puede devenir más claro para nosotros; puede ser definido más concisamente por el magisterio de enseñanza (como parte de su función de conservar lo que fue revelado, y esto habitualmente en respuesta a una herejía que desafía a una verdad dada), pero no cambia y no puede cambiar. Además, la manera en la cual las enseñanzas de la Iglesia han sido definidas ha sido siempre explícita y clara, y la única razón posible para que alguien quiera decirlas de otro modo o cambiar su redacción es introducir en ellas un elemento de ambigüedad tal que permita múltiples interpretaciones. Debería estar muy claro que o bien la Verdad es importante, y entonces no cambia, o bien cambia y entonces no tiene ninguna importancia. Después de todo, la verdad como un todo es eterna, incapaz como tal de toda mejora o progreso. Y, además, es una de las absurdidades patentes de nuestros tiempos suponer que nuestras mentes han progresado desde los tiempos de Cristo, o que nosotros hemos desarrollado o evolucionado una mayor profundidad en la verdad que la que tenían nuestro Señor y los apóstoles. Como ha dicho el Cardenal Newman: «Los Santos apóstoles conocían sin palabras todas las verdades concernientes a las altas doctrinas de la teología, que los apologistas después de ellos redujeron piadosa y caritativamente a fórmulas, y que desarrollaron a través del argumento.» Essays and Discourses

A riesgo de enfatizar lo que es obvio, debería ser evidente que, una vez que el Magisterio de enseñanza toma una postura definitiva sobre un planteamiento doctrinal, ningún órgano de la Tradición posterior o alternativo puede contradecirle. No puede haber dos afirmaciones contradictorias verdaderas sobre un mismo principio derivado de la Revelación. Y esto es verdadero tanto para el magisterio universal ordinario como para el magisterio solemne. Que la verdad puede cambiar va contra la doctrina de la indefectibilidad de la Iglesia («Mirad, Yo estoy con vosotros todos los días que vendrán, hasta la consumación del mundo» Mateo XXVIII, 20), y aquellos que sostienen otra cosa están diciendo de hecho que, o la Iglesia ha enseñado el error anteriormente o está enseñando el error ahora. No hay que sorprenderse de que la nueva Iglesia posconciliar desee ocultarse tras la cortina de que no está cambiando nada que es de fide definita -es la misma cortina de humo que pretende que la tradición se refiere solamente al hecho dogmático. La idea de que la Iglesia puede cambiar su enseñanza constante sobre un planteamiento doctrinal cualquiera es la de que puede «adulterar» su enseñanza. ¡Es decir, que la Esposa de Cristo puede devenir una meretriz!- una blasfemia y un sacrilegio. Si el magisterio está bajo la guía y la protección del Espíritu Santo, debemos recordar que el Espíritu Santo, siendo la Verdad misma, no puede contradecir-Se. Difícilmente habría dado a los apóstoles una enseñanza que durara «hasta el fin de los tiempos» -para cambiarla antes de que este fin haya tenido lugar. En la Escritura se nos advierte contra aquellos que nos enseñarán un «nuevo evangelio», diferente del evangelio «recibido»- que habría «una sucesión continua de nuevos instructores didaskalai (díscolos)» enseñando «según les coge el capricho», y buscando satisfacer «oídos calenturientos». Ciertamente, como hombres de razón, nosotros no podemos creer otra cosa que, como dijo S. Agustín, «La Sabiduría increada es la misma ahora que siempre fue y que siempre será». Esta es la enseñanza constante de la verdadera Iglesia, pues como dice S. Juan de la Cruz:

«Puesto que Él ha acabado de revelar la fe a través de Cristo, no hay ya más fe que revelar, ni la habrá nunca… Puesto que no hay más artículos que hayan de ser revelados a la Iglesia sobre la substancia de nuestra fe, una persona no solo debe rechazar nuevas revelaciones sobre la fe, sino que, por precaución, debe repudiar todo otro tipo de conocimiento mezclado con ellas…»

Ascensión al Monte Carmelo

El «Juramento contra el Modernismo» permanece para siempre una expresión de la actitud tradicional del fiel católico. Es «credal» por su naturaleza:

«Yo acepto sinceramente la doctrina de la fe que nos ha sido transmitida con el mismo significado y siempre con el mismo propósito desde los apóstoles a través de los Padres ortodoxos. Por consiguiente, rechazo enteramente, la teoría herética de la evolución de los dogmas, a saber, que pueden cambiar de un significado a otro, diferente del significado que la Iglesia ha sostenido con anterioridad.»


Claramente entonces, debemos negarnos a aceptar la enseñanza del Vaticano II al efecto de que «al igual que los siglos se suceden uno a otro, la Iglesia se mueve constantemente adelante hacia la plenitud de la verdad divina, hasta que las palabras de Dios alcancen su completo cumplimiento en ella» (Dei Verbum ). Esta enseñanza, en tanto que contradice el principio fundamental de que la plenitud de la Fe nos fue dada por Cristo y los apóstoles, y en tanto que niega implícitamente la venida del Anticristo, cuando solamente un «remanente» guarde la fe, debe ser totalmente rechazada por un católico. Ciertamente, siempre hay necesidad de replicar a las nuevas cuestiones, y siempre pueden surgir nuevas formas de ignorancia (pues la verdad es una, pero el error, por su naturaleza misma es legión); se puede y se debe explicar la sagrada doctrina, pero nunca a expensas de aquello que le da su razón de ser - es decir, nunca a expensas de la verdad y de la efectividad. Adaptar (un eufemismo modernista para «alterar») las enseñanzas de la Iglesia a fin de hacerlas aceptables para el «mundo» es olvidar que el así llamado «mundo moderno» es intrínsecamente opuesto a ese «Reino de los Cielos» que la Iglesia considera; por su naturaleza misma, representa una ruptura con los valores tradicionales -es decir, está fundado sobre principios que reflejan una infidelidad básica a Cristo- y ha reemplazado el fuego del amor por el incendio de la rebelión. La Iglesia no puede ser adaptada a esta infidelidad, y aquellos que quieren hacer esto cometen adulterio espiritual; invocan sobre sí mismos todas las condenaciones que Jeremías impuso a los judíos que habían devenido una «generación de meretrices». La absurdidad de la posición adaptacionista puede verse más claramente si la comparamos a la proposición de que el padre del «hijo pródigo» debería salir y comer mondas con los cerdos. (Son justamente estas «mondas» las que están asfixiando a los fieles en la nueva Iglesia). La Iglesia solo puede matar el cordero cebado cuando el hombre moderno retorna al seno y al abrigo del Padre. Claramente, es el hombre moderno el que debe adaptarse a las enseñanzas de la Iglesia, y su no hacerlo así es manifiesto en las consecuencias que son evidentes en todo nuestro entorno. Apartarse de un principio básico tal es adaptar la verdad al error y falsificar el Magisterio. Es sustituir el desarrollo legítimo por el cambio - un procedimiento claramente condenado por los Cánones del Vaticano I.

«El significado de los sagrados dogmas que la santa madre Iglesia ha enseñado de una vez por todas debe retenerse siempre, y no puede desecharse bajo el disfraz o en el nombre de una penetración más profunda… Si alguien dijera que, a causa del progreso científico, puede ser posible algún día interpretar los dogmas de la Iglesia en un sentido diferente de ese que la Iglesia ha comprendido y comprende, ¡que sea anatema!»

«La doctrina de la fe que Dios ha revelado no ha sido propuesta a la inteligencia humana para ser perfeccionada por los hombres como si fuera un sistema filosófico, sino como un depósito divino confiado a la Esposa de Cristo para ser fielmente guardado e infaliblemente interpretado.»

Esta es la enseñanza de fide de la Iglesia. Esta ha sido siempre la enseñanza de la Iglesia. Como afirma el Cardenal Newman:

«Un desarrollo, para ser fiel, debe retener tanto la doctrina como el principio con el cual esta comenzó… Tal es también la teoría de los Padres en lo que concierne a las doctrinas fijadas por los concilios, lo cual se ejemplifica en el lenguaje de S. León: “Cuestionar lo que ha sido definido, quebrantar lo que ha sido establecido, ¿qué es esto sino ser desagradecido con lo que se ha ganado?” S. Vicente de Lérins habla de una manera semejante del desarrollo de la doctrina cristiana como perfectus fidei, non permutatio (como la perfección de la fe, y no su alteración).»


Todo esto está bien resumido por S. Alberto Magno, el maestro de Sto. Tomás de Aquino:

«Desarrollo»

afirma,

«es el progreso de los fieles en la fe, no de la fe dentro de los fieles».

(texto tomado del Libro "Destrucción de la Tradición Cristiana)

"Vendrá tiempo en que los hombres no sufrirán la sana doctrina; antes, por el prurito de oír novedades, se amontonarán maestros conforme a sus pasiones y apartarán los oídos de la verdad para volverlos a las fábulas. Pero tú sé circunspecto en todo, soporta los trabajos, haz obra de evangelista..." (San Pablo, II Tim. 4,4)

domingo, 10 de enero de 2010

Aparición de la Virgen en Egipto.

¿Aparición de la Santísima Virgen María en Egipto?





Por Arturo Gallardo.

El pasado 10 de Diciembre del 2009 en el Cairo Egipto sobre una iglesia ortodoxa copta apareció la figura de la Virgen María, frente a mas de 10 mil personas entre los que había miles de musulmanes y fervorosos cristianos. Al igual que en 1968 en Zeitún, la Virgen bendijo a los asistentes, ademas de venir acompañada de cientos de palomas blancas luminosas que revoloteaban los alrededores. Según describen los testigos esto ocurrió apartir de la 1: 30 de la noche, en que una figura luminosa apareció sobrevolando las cúpulas de la iglesia, logrando ser vista por miles de personas, que al presenciar tal milagro, no dudaron en rezar, entonar himnos y aplaudir según la costumbre local de los cristianos coptos.

Los coptos, son la minoría cristiana del país, pertenecientes a la antigua Iglesia de Alejandría fundada por el Apóstol San Marcos, que durante el siglo V rechazó las conclusiones dogmáticas del Concilio de Calcedonia, separándose así de la Iglesia Universal, para adoptar la doctrina herética del monofisismo. Si bien es cierto, los cristianos en Egipto han tenido que padecer por siglos la discriminación por parte de una sociedad predominante musulmana que los considera ciudadanos de segunda categoria, ademas de sufrir las consecuencias del creciente fundamentalismo Islámico. Muchas fieles creyentes, incluido el clero ortodoxo local no dudaron en exclamar que esta aparición era la respuesta del cielo a sus plegarias en esta tribulación.

Si es que son verdaderas estas apariciones ¿será que Dios desea que el pueblo Egipcio mayoritariamente Islámico se convierta a la Fe de Jesucristo?, con eso no quiero decir que doy por ciertas las apariciones en el Cairo, pero este tipo de apariciones también han ocurrido sobre algunas parroquias católicas en Rusia y Ucrania, quizá porque la Virgen María desea que el pueblo Ruso retorne a la Verdadera Unidad Católica, tal como lo ha pedido en Fatima.

Creo que si la Madre de Dios aparece sobre una Iglesia, es porque ella pide la conversión de este pueblo que durante siglos fue una nación fiel al Evangelio, que dio innumerables santos y padres a la Iglesia como San Atanasio, y que tras la conquista musulmana Egipto pereció en las tinieblas de la falsa religión de mahoma. También hay que recordar que la Virgen es la vencedora de todas las herejías que como decía San Maximiliano Kolbe "para ella nada es imposible", por eso este Santo caballero de la Inmaculada tomando como referencia la divina profecía contenida en el Genesis 3, 15 prefiguraba el triunfo de la Virgen sobre el Islam, y su inminente conversión a la fe de Jesucristo. Es así que Inmaculada Madre de Dios que poza sobre una media Luna -que también es el signo de esa falsa religión- aplasta la cabeza de la serpiente que es el demonio .



¡Oh Reina del Santísimo Rosario, auxilio de los cristianos, refugio del género humano, vencedora de todas las batallas de Dios! Ante vuestro Trono nos postramos suplicantes, seguros de impetrar misericordia y de alcanzar gracia y oportuno auxilio y defensa en las presentes calamidades, no por nuestros méritos, de los que no presumimos, sino únicamente por la inmensa bondad de vuestro maternal Corazón.

.A Vos, a vuestro Inmaculado Corazón, nos entregamos y nos consagramos, no sólo en unión con la Santa Iglesia, cuerpo místico de vuestro Hijo Jesús, que sufre y sangra en tantas partes y de tantos modos atribulada, sino también con todo el Mundo dilacerado por atroces discordias, abrasado en un incendio de odio, víctima de sus propias iniquidades.... Su Santidad Pío XII

jueves, 24 de diciembre de 2009

Gloria in excelsis Deo!

La Natividad de Nuestro Señor Jesucristo.


A todos mis hermanos en Cristo que visitan este Blog Semper Fidelis les deseo de corazón una muy Feliz y Santa Navidad.

Que Cristo Luz del Mundo les colme de Gracias y Bendiciones.

"Et incarnatus est de Spiritu Sancto ex Maria Virgine, et homo factus est"

Gloria in excelsis Deo,
et in terra pax hominibus bonae voluntatis.
Laudamus te,
Benedicimus te,
Adoramus te,
Glorificamus te,
Gratias agimus tibi propter magnam gloriam tuam,
Domine Deus, Rex caelestis, Deus Pater omnipotens.
Domine fili unigenite, Jesu Christe,
Domine Deus, Agnus Dei, Filius patris,
Qui tollis peccata mundi, miserere nobis.
Qui tollis peccata mundi, suscipe deprecationem nostram.
Qui sedes ad dexteram Patris, miserere nobis.
Quoniam tu solus sanctus,
Tu solus Dominus,
Tu solus Altissimus, Jesu Christe,
Cum Sancto Spiritu in gloria Dei Patris. Amen.


"Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emmanuel" (Isaías 7, 14).
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"Ante él se postrarán los moradores del desierto, y sus enemigos lamerán el polvo" (Salmos 72, 9).
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"Había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño. Y he aquí, se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor; y tuvieron gran temor. Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor. Esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre. Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios, y decían: ¡Gloria a Dios en las alturas, Y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres! Sucedió que cuando los ángeles su fueron de ellos al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: Pasemos, pues, hasta Belén, y veamos esto que ha sucedido, y que el Señor nos ha manifestado" (Lucas 2,8-15).

lunes, 7 de diciembre de 2009

8 de Diciembre

Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Siempre Virgen María.

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Atestiguaron que la carne de la Virgen tomada de Adán no recibió las manchas de Adán, y, de consiguiente, que la Virgen Santísima es el tabernáculo creado por el mismo Dios, formado por el Espíritu Santo, y que es verdaderamente de púrpura, que el nuevo Beseleel elaboró con variadas labores de oro, y que Ella es, y con razón se la celebra, como la primera y exclusiva obra de Dios, y como la que salió ilesa de los igníferos dardos del maligno, y como la que hermosa por naturaleza y totalmente inocente, apareció al mundo como aurora brillantísima en su Concepción Inmaculada. Pues no caía bien que aquel objeto de elección fuese atacado, de la universal miseria, pues, diferenciándose inmensamente de los demás, participó de la naturaleza, no de la culpa; más aún, muy mucho convenía que como el unigénito tuvo Padre en el cielo, a quien los serafines ensalzan por Santísimo, tuviese también en la tierra Madre que no hubiera jamás sufrido mengua en el brillo de su santidad.
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Y por cierto, esta doctrina (de la Purisima Concepción) había penetrado en las mentes y corazones de los antepasados de tal manera, que prevaleció entre ellos la singular y maravillosísima manera de hablar con la que frecuentísimamente se dirigieron a la Madre de Dios llamándola inmaculada, y bajo todos los conceptos inmaculada, inocente e inocentísima, sin mancha y bajo todos los aspectos, inmaculada, santa y muy ajena a toda mancha, toda pura, toda sin mancha, y como el ideal de pureza e inocencia, más hermosa que la hermosura, mas ataviada que el mismo ornato, mas santa que la santidad, y sola santa, y purísima en el alma y en el cuerpo, que superó toda integridad y virginidad, y sola convertida totalmente en domicilio de todas las gracias del Espíritu Santo, y que, la excepción de sólo Dios, resultó superior a todos, y por naturaleza más hermosa y vistosa y santa que los mismos querubines y serafines y que toda la muchedumbre de los ángeles, y cuya perfección no pueden, en modo alguno, glorificar dignamente ni las lenguas de los ángeles ni las de los hombres. Y nadie desconoce que este modo de hablar fue trasplantado como espontáneamente, a la santísima liturgia y a los oficios eclesiásticos, y que nos encontramos a cada paso con él y que lo llena todo, pues en ellos se invoca y proclama a la Madre de Dios como única paloma de intachable hermosura, como rosa siempre fresca, y en todos los aspectos purísima, y siempre inmaculada y siempre santa, y es celebrada como la inocencia, que nunca sufrió menoscabo, y, como segunda Eva, que dio a luz al Emmanuel.
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Bienaventurado Papa Pío IX, Bula Ineffabilis Deus.
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"Proclama mi alma la grandeza del Señor,y se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque el poderoso ha hecho obras grandes por mi”. (San Lucas 1,48)
B
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martes, 10 de noviembre de 2009

Las buenas intenciones y el Infierno..

EL CAMINO DEL INFIERNO ESTÁ EMPEDRADO
DE «BUENAS INTENCIONES»
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Juan XXIII el Papa de los "Sacrificios" y aggiornamiento en favor de la "unidad" cristiana.
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«En el Evangelio leemos también que se predijo que nuestros enemigos serían más bien de nuestra familia, y que aquellos que han sido asociados primero en el sacramento de la unidad serían quienes se traicionaran unos a otros.» Epístolas de S. Cipriano LIV
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¿Por qué se han instituido todos estos cambios? Uno debe recordar que como ha dicho William Blake de un pontífice anterior:
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«Y Caifás era, a sus propios ojos, Un benefactor de la humanidad.»
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¿Qué ha conducido a hombres que presumiblemente son «sinceros» y de «buena voluntad» a romper con las tradiciones establecidas por los apóstoles, y con las enseñanzas mantenidas por la Iglesia a lo largo de las edades? ¿Qué ha inducido a los responsables a seguir las sugestiones del modernista Tyrrell al efecto de que ellos creían que lo que la Iglesia necesitaba era «una infusión liberal de ideas protestantes»? ¿Por qué el «fuerte» ha sido abandonado «incluso por aquellos que debían guardarle»?
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¡O bien los responsables tenían una fe defectuosa, o no eran ni siquiera cristianos! Con toda su «sinceridad» y su «buena voluntad», ellos, al igual que los reformadores protestantes de una época anterior, no podían morar en la santa madre Iglesia ni aceptarla como había sido siempre. Para aquellos que se habían criado en la Iglesia tradicional era perfectamente obvio que la mente y el pensamiento de la Iglesia eran diametralmente opuestos a los del así llamado «hombre contemporáneo». Los innovadores sentían que si «la Iglesia no hablaba al hombre moderno» (siendo ellos mismos el hombre moderno), era claramente la Iglesia la que estaba en falta. Imbuidos con las falsas ideas del progreso y de la evolución olvidaron que era «el hombre moderno el que no quería oír a la Iglesia». A pesar de que rechazaban el título, ellos mismos eran «modernistas» y «liberales» que buscaban introducir a la Iglesia -esencialmente una estructura «atemporal»- en el mundo moderno: no como algo adverso hacia el mundo moderno, no como una entidad cuya función era instruir y guiar al mundo moderno en los caminos de Dios, sino como una parte y parcela de ese mundo -en la «vanguardia» y al «frente» de sus desviaciones de la norma que Cristo estableció. Es precisamente en este sentido como la Iglesia conciliar ha abandonado su papel de «maestra» (magister) y se ha declarado a sí misma la «servidora» del mundo. Deseaban hacer «relevante» a la Iglesia en un mundo que había perdido toda relevancia y estaba hueco de significado, un mundo que estaba «alienado» y que había perdido de vista la única «cosa necesaria». ¿Qué es toda esta palabrería de «servir» al «mundo», sino dar al César lo que es de Dios?
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Ahora bien, si la Iglesia había de ser «cambiada» ¿qué pautas y que autoridad habían de ser invocadas? La única alternativa a la «tradición» es en último análisis el «juicio privado» -el juicio privado «colectivo» de aquellos cuyas almas habían sido corrompidas por los errores «colectivos» de nuestros tiempos. Por lo tanto Aggiornamento es el grito de guerra de los innovadores. ¿De qué modo ha de tener lugar este aggiornamento? ¿Cuáles son algunos de los principales asuntos que cruzan por el pensamiento de la Iglesia posconciliar?.
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El concepto modernista de «LIBERTAD» es a la vez supremo y básico. Llevada a su forma extrema ésta es lo que puede ser descrito como la absoluta soberanía del individuo en su completa independencia de Dios y de la autoridad de Dios. Al rechazar el principio de la autoridad absoluta en religión, el hombre moderno sostiene que todo individuo puede rechazar una parte, o todo, del depósito de la Revelación, y que puede interpretar cualquier cosa que prefiera conservar según los dictados de su juicio privado. Para el hombre modernista someterse a cualquier autoridad que sea más alta que él mismo es perder su «dignidad» como hombre. (Cualquiera que se somete así es tachado de «rígido», «chapado a la antigua», «supersticioso», «no querer ser una persona responsable» y, por encima de todo, de ser una persona «opuesta al progreso»). Ahora bien, este principio «liberal» impelido por la ley de su propia impotencia, inevitablemente da nacimiento a diferencias y contradicciones sin fin. En último análisis, está forzado a reconocer como válida cualquier creencia que surja del ejercicio del juicio privado -el dogma es reemplazado así por la mera opinión. Llega, por tanto, finalmente, por la fuerza de sus propias premisas, a la conclusión de que un credo es tan bueno como cualquier otro; entonces busca resguardar su inconsistencia bajo el falso alegato de la «libertad de conciencia».
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. El Papa Pablo VI, promotor de una unidad sin Cristo. ¿quizá por eso no porta el Crucifijo?.

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Derivándose de esta falsa idea de libertad que hace de cada hombre su propia autoridad más elevada en cuanto a la determinación de la Verdad, está la aseveración de que todos los puntos de vista religiosos son igualmente buenos. ¡Ciertamente, está claro que un hombre que con la excusa de la libertad racional tiene derecho a repudiar cualquier parte de la Revelación que pueda disgustarle, no puede lógicamente entrar en debate con otro hombre que, sobre la misma base, la repudia toda entera! No solamente un credo es tan bueno como cualquier otro, sino que, asimismo, ningún credo es tan bueno como cualquier otro. El hombre moderno está cansado de todas las controversias religiosas subjetivas e individualistas que ha producido, y estando totalmente desinformado de los conceptos tradicionales, no puede comprender la exclusividad religiosa. Para él lo sobrenatural se identifica vagamente con lo supersticioso, la fe con la credulidad, la firmeza con el fanatismo, la intransigencia con la intolerancia, y la coherencia con la estrechez de miras. La idea misma de que una religión tenga la «plenitud de la verdad» se le aparece a la vez como incongruente y ofensiva. De aquí que sostenga no solamente que una religión es tan buena como cualquier otra, sino que todas las religiones deberían ser relegadas al «sector privado» de nuestras vidas. Todo lo que pide de su semejante es un mínimo de «sinceridad» y de «buena voluntad», y que guarde para sí mismo sus miras religiosas. El asunto mismo no ha de ser tratado «en la sociedad educada». Y estas son precisamente las ideas fundamentales para el «Movimiento Ecuménico», un fenómeno tan patentemente anticristiano que la Iglesia Ortodoxa Griega en Norteamérica se ha visto obligada a promulgar un documento advirtiendo a sus adeptos que eviten todo compromiso con esta forma de «cristiandad secularizada».
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LA APOSTASIA DEL ESTADO.
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Se sigue, además, una vez que se han aceptado las proposiciones anteriores, que ninguna religión debe sostener una posición de preeminencia en el Estado. La autoridad civil debe tratar a todas las confesiones igualmente, ya sean buenas o malas. Puesto que la posibilidad de la verdad objetiva es negada, la religión deviene todo lo más «tolerada» -cuando compite, sin embargo, con el Estado por el «control» de la mente de los hombres, entonces es descrita como estando «contra el progreso», y llamada «el opio del pueblo». La base de la autoridad del Estado civil no reside en Dios, sino en el derecho de los pueblos (la «autodeterminación») a establecer sus propias leyes con entera independencia y máximo desprecio de cualquier otro criterio que no sea la voluntad popular expresada en las urnas. Estas, a su vez, a menudo son controladas y manipuladas por fuerzas anticristianas. ¡No infrecuentemente lo que resulta es que Barrabás es libertado mientras que Cristo es crucificado!
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La idea de un «Estado católico» no solo es rechazada, sino que es vista como un «mal» que ha de ser destruido. ¡Lo que es llamativo es que tal actitud ha sido adoptada por el Vaticano II! Escuchemos a los documentos:
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«Los fieles cristianos, como los demás hombres, deben disfrutar del estado el derecho a no ser estorbados en modo alguno en cuanto a dirigir sus vidas según su conciencia. Está enteramente de acuerdo con la libertad de la Iglesia y la libertad de religión el que todos los hombres y todas las comunidades tengan este derecho otorgado a ellos como un derecho legal y civil.»
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Por esto es por lo que la jerarquía, en países católicos como España y Portugal, ha interferido activamente en la estructura política para favorecer su «liberalización» y «democratización». Y naturalmente se sigue de tales actitudes que debería haber una absoluta libertad de culto, la supremacía del Estado, la separación de la Iglesia y de Dios de la autoridad civil, la educación secular y el matrimonio civil. La iglesia post conciliar, con un «mandato del Vaticano II», está haciendo campaña activamente para promover la secularización de los países católicos, como Italia e Irlanda. Lo que resulta en el orden práctico es que los comunistas, los francmasones y los adoradores de Satán son tratados en igualdad con la divina Revelación.
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La Iglesia al servicio de los masones y sionistas. .

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También resultan otras consecuencias. En el dominio de la moralidad, no se ha de abrazar ningún valor absoluto. Lo que se considera que es de mayor conveniencia para la mayoría de las gentes (a menudo una minoría bien organizada en la práctica) es lo que el Estado legisla, un proceso que permite que abominaciones tales como el aborto y la eutanasia devengan la «ley de la tierra». Aparte de esto, la moralidad privada está limitada solamente por la necesidad de proteger a los demás de los excesos de las pasiones de cualquier otro individuo. A esta nueva panorámica moral se le hace propaganda con el título de «ética de la situación», y encontramos así que la Sociedad Teológica Católica de América afirma sin recibir ningún desmentido oficial que la homosexualidad y el adulterio pueden considerarse aceptables en la medida en que sean, siguiendo los términos seudocientíficos de la psicología moderna, «autoliberadores, enriquecedores del otro, honestos, fieles, socialmente responsables, servidores de la vida y dichosos». Aquellos que exclamarán que tal afirmación es un «abuso» deberían considerar la enseñanza del Vaticano II en la que se instruye a los fieles a:
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«compaginar los conocimientos de las nuevas ciencias y sus doctrinas y de los más recientes descubrimientos con la moral cristiana y con la enseñanza de la doctrina cristiana, para que la cultura religiosa y la rectitud de espíritu vayan en ellos al mismo paso que el conocimiento de las ciencias y de los diarios progresos de la técnica...» Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo moderno- Gaudium et Spes
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No puede haber nunca «Alegría y Esperanza» en semejante enseñanza, como cualquiera que es una víctima de la tecnología moderna sabe bien.
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Más allá de esto, toda jerarquía en valores, en personas y en función ha de ser eliminada. (En la práctica, aquellos que están establecidos por Dios y basados en la «ley natural» son eliminados en favor de aquellos que son establecidos por una sociedad adinerada o por el Estado). Al igual que en el orden intelectual, las «cadenas» de la Revelación fueron rechazadas en nombre del «pensamiento libre» y de la «razón sin trabas», lo cual ha resultado en que algunas de las ideas más bajas conocidas por la historia de la humanidad sean aceptadas como «normales», así también en el dominio político, habiendo rechazado los reyes todo control proveniente de la «autoridad espiritual» legítima, fueron a su vez destruidos por los intereses monetarios -poderes que a su vez son nuevamente amenazados por fuerzas todavía más bajas. Un falso «igualitarismo» (todas las almas son en verdad de igual valor a los ojos de Dios) que querría hacer de los «denominadores comunes más bajos» en todos los dominios los criterios sobre los cuales hemos de basar nuestros juicios de valor está siendo impuesto a la sociedad. Así, por ejemplo, se desacredita el hecho de que un sacerdote es un hombre puesto aparte con especiales privilegios e incluso con mayores responsabilidades. Bajo el grito de «colegialidad», los obispos se entrometen en la autoridad papal. Las conferencias de sacerdotes son creadas para rivalizar con la autoridad de los obispos. Al laicado se le predica un falso concepto del «sacerdocio del Pueblo de Dios» (un tópico favorito de Lutero), el cual les permite reclamar la autoridad del clero, y la estructura «jerárquica» de los santuarios es así demolida en gran medida a fin de que en lugar de arrodillarse ante la barandilla del altar, el laicado sea invitado a «sentarse en torno» a la «mesa», a manipular los vasos sagrados y a juntarse al «presidente» en la «comida eucarística» como a un igual. Nada satisfará a las fuerzas de la rebelión hasta que el «lumpen proletariado» gobierne el mundo, y los más bajos conceptos del hombre embrutecido (como los «gulags» de Rusia, los campos de exterminio de Hitler, o la aceptación del aborto y de la eutanasia) devengan la norma estadística del pensamiento idóneo. El tema central de Satán será siempre «libera a Barrabás y crucifica a Cristo» -un legalismo perfectamente «democrático» y un ejemplo clásico de cómo una pequeña minoría es capaz de influenciar el «voto popular» para sus propios fines siniestros.
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Ahora bien, la jerarquía de la nueva Iglesia querría tener un aggiornamento con todos estos conceptos. Es verdad que no los abrazan en su forma extrema, pero se han aceptado los principios. Es un viejo sueño de la humanidad el que uno pueda jugar con fuego sin llegar a quemarse -el que Cristo y Barrabás puedan llegar a un arreglo y «coexistir», y el que uno pueda «estar en misa y repicando». El problema es que, una vez que se han aceptado los principios, las consecuencias deben seguirse inevitablemente. Aquellos que han querido «revolucionar» la Iglesia haría bien en recordar la advertencia del illuminato jacobino (francmasón) Saint Just que fue un dirigente de la Revolución francesa: «¡Quienquiera que se detiene a mitad de camino en la revolución cava su propia tumba!». Y tenemos así un mundo moderno desgarrado y caótico, un mundo que, en la fraseología del historiador, es «poscristiano»; y en la del psicólogo, un mundo que está «alienado»; un «mundo de tiburones» que anda a la caza de todo excepto de «lo único necesario». ¿Y, qué papel se deja representar a la Iglesia conciliar en un mundo semejante? Esta es la pregunta que se le plantea al modernista que querría conservar al menos la apariencia de sus raíces cristianas. La respuesta yace en la «unidad», en una humanidad dedicada al «nuevo humanismo», a una «cultura universal» actuando al unísono para edificar un «mundo mejor» en el futuro.
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La función de la Iglesia del Post Concilio es ser un «catalizador» para esta unidad -«La Iglesia es una especie de sacramento de íntima unión con Dios, y de unidad de toda la humanidad, es decir, es un signo y un instrumento de tal unión y unidad... Al final de los tiempos, ella logrará su glorioso cumplimiento. Entonces... todos los hombres justos desde la época de Adán serán congregados juntos con el Padre en la Iglesia universal». Nótese en estas afirmaciones, tomadas del Vaticano II, la ambigüedad y el milenarismo disfrazado. Continúan. Por supuesto, la Iglesia «reconoce que se han de encontrar elementos valiosos en los movimientos sociales de hoy, especialmente una evolución hacia la unidad», y de aquí que deba juntarse y alentar a todos esos «elementos», y que deba «suprimir todo motivo de división a fin de que el género humano completo pueda ser introducido en la unidad de la familia de Dios». En otras partes también se nos dan más vislumbres dentro de esta propuesta unidad. «La reciente busca psicológica explica la actividad humana más profundamente. Los estudios históricos hacen una notable contribución para llevar el hombre a ver sus cosas en sus aspectos cambiantes y evolutivos. El género humano ha pasado de un concepto de la realidad más bien estático a otro más dinámico y evolutivo... Así, poco a poco, se está desarrollando una forma de cultura humana más universal que promoverá y expresará la unidad del género humano... La Iglesia reconoce, además, que se han de encontrar elementos valiosos en los movimientos sociales de hoy, especialmente una evolución hacia la unidad, un proceso de sana socialización y de asociación en los dominios económico y cívico... Es un hecho que toca a la persona misma del hombre, el que el hombre pueda llegar a una humanidad auténtica y plena solamente a través de la cultura, es decir, a través del cultivo de los bienes y de los valores naturales... La Iglesia cree poder contribuir grandemente a hacer más humana la familia del hombre y su historia... Somos testigos así del nacimiento de un nuevo humanismo, un humanismo en el cual el hombre se define ante todo por su responsabilidad hacia sus hermanos y hacia la historia». (Todas estas citas están tomadas del Vaticano II).
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Ahora bien, todas estas afirmaciones falsifican la naturaleza y los verdaderos fines del hombre, así como la función de la Iglesia. Además, están basadas sobre una variedad de suposiciones de estrechas miras y de sociología teórica, que no tienen ninguna base de hecho, tales como el «progreso» inevitable del hombre, su carácter «dinámico» y «evolucionista», y la idea de que estamos de hecho «construyendo un mundo mejor». Sin embargo, es justamente sobre estas falsas bases donde la nueva Iglesia querría encontrar su concepto de «unidad». Como ha dicho Pablo VI «ha llegado el tiempo para toda la humanidad de unirse en el establecimiento de una comunidad que es a la vez fraternal y mundial... La Iglesia, respetando la pericia de los poderes mundanales, debe ofrecer su asistencia a fin de promover un humanismo pleno, es decir, el completo desarrollo del hombre entero, y de todos los hombres... debe ponerse a sí misma a la vanguardia de la acción social. Debe aumentar todos sus esfuerzos para apoyar, fomentar y hacer brotar esas fuerzas que trabajan para la creación de este hombre integrado. Tal es el fin que la (nueva) Iglesia tiene intención de llevar a cabo. Todos los católicos (posconciliares) tienen la obligación de ayudar a este desarrollo de la persona total junto con sus hermanos naturales y cristianos, y con todos los hombres de buena voluntad». ¿Y por qué Montini se entregó a su suerte con tales ideas? «Porque -como ha dicho él mismo en muchas ocasiones- tenemos confianza en el hombre, porque creemos en esa fuente de bondad que hay en cada uno y todos los corazones». ¡Rousseau no podría haberlo dicho mejor!
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. Juan Pablo II, el Papa del humanismo por encima de Dios.

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LA PRETENDIDA "UNIDAD CRISTIANA".
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El Papa Juan XXIII según Brian Kaiser, veía la unidad cristiana como un precursor necesario a la «unidad de todos lo hombres». Es, por así decir, el primer paso que ha de ser cumplido. Es así como los periti en el concilio, deseando destacar las similitudes en lugar de las diferencias, desarrollaron el concepto de la «comunión imperfecta».
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Las diversas comunidades cristianas que están «fuera de la comunión plena» con la Iglesia Católica deben ser integradas en ella. «Todos aquellos que creen en Cristo (nunca se especifica si como Dios o como un «dirigente honesto») y que han recibido el bautismo, están en una cierta comunión con la Iglesia Católica, aunque no en una comunión perfecta». Contienen «elementos» tales como «la Palabra de Dios escrita, la vida de la gracia, las virtudes teológicas y los dones interiores del Espíritu Santo», y de aquí que «la Iglesia está vinculada con ellos por varias razones». Es ante todo con estos grupos con los que ha de establecerse la «unidad».
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Lo que se pierde de vista es que la razón por la cual los protestantes carecen de unidad «perfecta» se debe a que ellos rechazan la plenitud de la fe, y a que aceptan, en diversos grados, todo el espectro liberal de falsas ideas que hemos destacado en los párrafos precedentes. En cualquier caso, la «unidad» con los protestantes por parte de la verdadera Iglesia Católica es una pura quimera. Prescindiendo del hecho de que es el «hijo pródigo» el que debe retornar al «seno del padre», y no a la inversa, no hay dos protestantes, ni siquiera dentro de una confesión determinada, que estén plenamente de acuerdo -salvo por casualidad- sobre lo que deberían creer. Entre ellos, cada matiz, grado y variedad de creencia en la dispensa cristiana encuentra fácil acomodo. Uno casi puede hablar de una «escala deslizante» de descreimiento que encuentra su única «unidad» posible «protestando» contra la plenitud de la fe. Y, sin embargo, es para dar acogida a tales grupos por lo que la Iglesia posconciliar ha cambiado sus doctrinas y su liturgia.
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Destaquemos, además, que estos cambios han sido hechos todos en una única dirección. ¿Qué doctrina de la Iglesia tradicional han aceptado las múltiples «comunidades eclesiásticas», que anteriormente habían rechazado? Absolutamente ninguna. ¿Qué tradiciones eclesiásticas han adoptado nuestros «hermanos separados»? De nuevo, absolutamente ninguna. Y, sin embargo, véanse las muchas tradiciones que la Iglesia neoprotestante del Vaticano II ha abandonado, o si no rechazado positivamente, sí al menos permitido que caigan en desuso. ¿En qué se parece la «casa del culto» protestante a los santuarios que nosotros conocimos de niños, y en qué se distingue la Iglesia progresista posterior al Vaticano II de la de cualquier secta de la Reforma. Como ha señalado Michael Davies con respecto a los diferentes compromisos efectuados con los anglicanos: «El acuerdo sobre la Eucaristía y el Ministerio no afirma la posición católica ni en un solo punto donde esta se encuentre en conflicto con el protestantismo». Y, sin embargo, debemos admitir que se ha logrado un cierto tipo de «unidad» entre la Iglesia posconciliar y las diversas «comunidades eclesiásticas» reformadas. La razón es clara. La Iglesia posconciliar misma es una Iglesia «neoprotestante» -en realidad, es «la Iglesia de los modernistas de última hora».
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Aquellos que querrían dudar todavía sobre la naturaleza de los compromisos que se han hecho en esta dirección no tiene más que considerar las declaraciones oficiales de la nueva Iglesia. Con respecto a la liturgia, por ejemplo, Pablo VI nos dice que los cambios se hicieron por dos razones -«para ponerla en línea con la Escritura» y por «razones pastorales». Él nunca especificó personalmente cuáles fueron esas «razones pastorales», pero la respuesta puede encontrarse en otros documentos.
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Así, se afirma en la «Carta a los presidentes de los concilios nacionales de obispos concerniente a las plegarias eucarísticas», un documento oficial de la «Sagrada Congregación para el Culto Divino»:
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«La razón por la cual se ha ofrecido semejante variedad de textos (en el Novus Ordo), y el resultado final que se ha pretendido lograr con tales formularios nuevos, son de naturaleza pastoral: a saber, reflejar la unidad y la diversidad de la plegaria litúrgica. AL USAR LOS DIVERSOS TEXTOS CONTENIDOS EN EL (nuevo) MISAL ROMANO, LAS DIFERENTES COMUNIDADES CRISTIANAS, CUANDO SE REÚNEN PARA CELEBRAR LA EUCARISTÍA, SON CAPACES DE SENTIR QUE ELLAS MISMAS FORMAN LA IGLESIA UNA QUE ORA CON LA MISMA FE, QUE USA LA MISMA PLEGARIA. Además, devienen uno en su capacidad para proclamar el mismo misterio de Cristo en diferentes modos -especialmente cuando se usa la lengua vernácula.»
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Aquí está, entonces, la razón para los cambios. Es promover la «unidad» de todos los cristianos «que oran con la misma fe», y que proclaman «el mismo misterio de Cristo» en diferentes modos. El único problema es que la «fe» implicada no es la Fe católica, y que el «misterio» implicado no es el «recurrente sacrificio incruento del Calvario». Si fuera así, los «hermanos separados» devendrían simplemente católicos.
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Este clamor en pos de una falsa unidad con aquellos que rechazan la enseñanza de la Iglesia tradicional, e incluso el corpus entero de la cristiandad, este deseo de estar en la «vanguardia» de las fuerzas sociales que están creando el «nuevo humanismo», la «sana socialización» de la humanidad, y la «cultura universal» del futuro, es la razón por la cual la Misa tradicional tenía que ser suprimida y reemplazada por una parodia. Por esto es por lo que la nueva «misa» no enseña nunca claramente la doctrina de la Presencia Real. Por esto es por lo que las sectas no católicas, e incluso las sectas anticatólicas, no tienen ninguna objeción en usarla. Por esto es por lo que la prensa liberal la aprueba, y por esto es por lo que el mundo la ama.
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Todo tiene que ser sacrificado a este fin -incluso las sagradas Especies. La Eucaristía ha de devenir ahora el «Sacramento de la nueva unidad». Puede ser llamada bendición, la cena del Señor, la mesa del Señor, la memoria del Señor -pero nunca con esa ofensiva palabra de «Transubstanciación». Léase completa la Constitución Apostólica de Pablo VI sobre la nueva «misa» y se comprobará que esta palabra consagrada ¡no aparece ni una sola vez! Es así como Montini dice: «La Iglesia Católica está determinada a continuar y a intensificar su contribución al esfuerzo común de todos los cristianos en pos de la unidad...» (No los esfuerzos de los católicos en amor y caridad para hacer que los protestantes retornen a la unidad). Y es así, también, como ha expresado la esperanza de que «venga pronto el día en que la unidad de todos los cristianos sea celebrada y sellada en una Eucaristía concelebrada». Así lo exigen tanto la «vocación comunitaria» de la humanidad como la «historia de la salvación».
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Juan XXIII nos había dicho que «serían necesarios algunos sacrificios a fin de lograr la unidad». Pablo VI y la Iglesia posconciliar nos han aclarado justamente lo que son estos sacrificios. Ellos conllevan el sacrificio de lo que en esencia puede ser llamado:
«la Tradición cristiana».
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Lo que produce profundo estupor es que católicos, que sacerdotes a quienes horrorizan, según Nos queremos pensar, tales monstruosidades, se conduzcan, sin embargo, como si de lleno las aprobasen; pues tales son las alabanzas que prodigan a los mantenedores de esos errores, tales honores que públicamente les tributan, que hacen creer fácilmente que lo que pretenden honrar no son las personas, merecedoras acaso de alguna consideración, sino más bien los errores que profesan y que se empeñan con todas veras en esparcir entre el vulgo. (San Pío X, Pascendi Dominici Gregis 13)

San Pío X

"porque los verdaderos amigos del pueblo no son ni revolucionarios ni innovadores, sino tradicionalistas" (Enciclica Notre Charge Apostolique)