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“En el siglo XX, cundirá en estas tierras... varias herejías; y reinando ellas, se apagará la luz preciosa de la Fe en las almas"...
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Durante la tercera permanencia en la cárcel del Monasterio de la Madre Mariana de Jesús, vuelve, por segunda ocasión, a aparecérsele la divina Señora bajo la invocación de María de El Buen Suceso. Le explica que el dolor que ahora sufre ella y sus monjas observantes es un don celestial con el cual se hermosean las almas y se convierten en desagraviadoras de tantos crímenes ocultos que se cometen en la ingrata Colonia; que por este motivo y en este sitio se fundó el Monasterio; que el demonio pondrá en juego todo su poder para destruirle, que vendrá un tiempo en que, aún personas de autoridad y dignidad, muchas de ellas con pretexto de mejorar situación y tranquilidad tratarían de secundar los diabólicos esfuerzos, pero que como Dios y Ella, su Madre, han escogido este lugar para el cumplimiento de sus designios de salvación, ninguna criatura puede oponerla resistencia si no quiere caer en la maldición divina.
Aquí viviré yo exteriorizada en algunas de mis hijas en lodos los siglos; aqu4 en medio del bullicio del ingrato mundo, tendrá Dios almas contemplativas y esposas dignas de su Majestad; que dichas almas elegidas serán poderosas para aplacar la Justicia Divina y conseguir para la Iglesia, la Patria y las almas, grandes bienes, sin los cuales no subsistiría Quito. Dentro de poco tiempo dejará de ser Colonia y será república libre, la patria en que vives: el ya entonces Ecuador, necesitará almas heroicas para sostenerse a través de tantas calamidades públicas y privadas, y aquí Dios las encontrará siempre como ocultas violetas. Desgraciado fuera Quito sin este Monasterio; y ningún monarca poderoso de la tierra pudiera con sus tesoros edificar edificios nuevos en este lugar que es posesión de Dios, así como Juliano Apóstata con su mentido poder no pudo reedificar el templo de Salomón. ¡Vanos son los esfuerzos de los hombres contra el poder de Dios!
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Yo cuidaré con solicitud maternal de este sitio y sus dependencias; y si necesario es sostener con milagros las murallas que guardan la clausura, la sostendré. Benditos serán de Dios y de su Madre que te habla, todos cuantos procuren edificar, sostener y conservar este lugar querido: sus nombres quedarán escritos en la refulgente estrella de rubíes que ves en la mitad de este báculo, signo de mi poder y autoridad en esta mi casa, y, a los que trabajen por destruida, a unos les quitaré la vida cuando menos lo pensaren; a otros les sobrevendrán grandes trabajos y todos recibirán en la eternidad su merecido.
En el siglo XIX vendrá un presidente de veras cristiano, varón de carácter, a quien Dios Nuestro Señor le dará la palma del martirio en la plaza en cuyo sitio está este mi Convento; él consagrará la república al Divino Corazón de mi amantísimo Hijo y esta consagración sostendrá la Religión Católica en los años posteriores que serán aciagos para la Iglesia; en esos años en que el masonismo, esa maldita secta, se apodere del Gobierno civil, vendrá cruel persecución a todas las Comunidades Religiosas y se estrellará sobre ésta mía; para esos desgraciados hombres estará acabado el Monasterio, mas, vive Dios y vivo Yo, para suscitar entre ellos mismos, defensores poderosos; les pondremos dificultades imposibles de vencerlas; y el triunfo será nuestro.
En ese entonces habrá hermosas almas en este Monasterio que atraerán las misericordias de Dios sobre su Convento, sobre su desgraciada Patria y sobre su combatida Iglesia, que ellas mismas no sabrán cómo las labra su dueño y Señor. Y por esto, es voluntad de mi Hijo Santísimo que tú misma mandes a trabajar una estatua mía, tal como me ves y la coloques encima de la Silla de la Prelada para desde allí yo gobernar mi Monasterio, poniéndome en mi mano derecha el báculo y las llaves de la clausura en señal de propiedad y autoridad; a mi Divino Niño le harás colocar en mi mano izquierda, lo primero para que entiendan los mortales que Yo soy poderosa para aplacar la Justicia Divina y alcanzar piedad y perdón a toda alma pecadora que acuda a Mi con contrito corazón porque soy la Madre de Misericordia y en Mi no hay sino bondad y amor; y lo segundo, para que en este mi lugar, en todos los siglos mis hijas comprendan que yo les muestro y les doy como modelo de su perfección religiosa a mi Hijo Santísimo y su Dios. Vengan ellas a Mí para conducirlas yo a El.
Cuando las tribulaciones del espíritu y los dolores del cuerpo les agobien y parezcan que naufragan en ese mar sin fondo, una mirada a mi Santa Imagen será para ellas como la estrella del náufrago, siempre me tendrán pronta a oír sus gemidos y acallar su llanto. Diles que acudan siempre a su Madre, con Fe y amor; es para esto que yo quiero vivir con ellas y en ellas; con sus sufrimientos de toda clase conservarán su Monasterio en todo tiempo. Diles que imiten mi humildad, mi obediencia, mi espíritu de sacrificio y mi absoluta dependencia a la Voluntad Divina; estas son las alas con las que mis hijas que honran el misterio de mi Limpia Concepción han de volar en todo tiempo, con agilidad misteriosa, a la más alta cumbre de la santidad, en los silenciosos retiros de los claustros bajo la sola mirada de Dios.
Insistiendo en su mandato de que le hiciera trabajar una escultura de su Imagen, le dijo: La altura de mi talle mídeme tú misma, con el Seráfico Cordón que traes en tu cintura. Pon en mi mano derecha tu Cordón y tú con el Otro extremo toca en mi pie.
Hizo la feliz religiosa lo que María Santísima le mandaba, temblando de gozo, de amor y reverencia; y continuó María Santísima: Aquí tienes, hija mía, la medida de tu Madre del Cielo; entrégale a mi siervo Francisco del Castillo, explicándole mis facciones y mi postura, él trabajará exteriormente mi Imagen porque tiene conciencia delicada y guarda escrupuloso los Mandamientos de Dios y de la Iglesia. Ningún otro será digno de esta gracia. Tú, por tu parte, ayúdalo con tus oraciones y con tu humilde sufrimiento.
El 16 de enero de 1611, temprano en la mañana, las fervientes monjas se levantaron para rezar el Pequeño Oficio. Una vez en el coro escucharon melodiosas armonías, se apresuraron a entrar y mirar. Oh! Prodigio! El coro brilló con una luz celestial y escuchó voces angelicales cantando la Salve Sancta Parens en una suave y encantadora armonía, al sonido de música celestial; y vieron que los arcángeles ya habían terminado la estatua sagrada, cuyo bello semblante envió brillantes rayos de luz al coro y a toda la iglesia. El rostro, en medio de esa luz brillante que emanaba de la estatua, no era severo, sino majestuoso, sereno, dulce, amable y como invitando a sus hijas a acercarse a su madre con confianza. El Divino Niño era perfecto por sí mismo, y su expresión era de amor y ternura por las esposas tan favorecidas por Su Corazón. La veracidad de este milagro está afirmada en un documento escrito a mano por los mismos artistas que habían estado comisionados para esculpir la estatua.
Era el año 1634 cuando, a las 3 en punto de la madrugada del 2 de febrero, la Madre Mariana de Jesús Torres, abadesa del convento Concepcionista en la ciudad de Quito, vio la lámpara que ardía en el santuario cerca del Santísimo Sacramento parpadear y apagarse, dejando la iglesia en total oscuridad. Sus sentidos se entumecieron, y vio una luz celestial que iluminaba toda la iglesia. Era la Reina del Cielo quien, después de hacer a la mecha prenderse otra vez, dijo estas palabras a la Madre Mariana: "Amada hija de mi corazón, Yo soy María del Buen Suceso, su madre y protectora".
"Recen con insistencia, pidiendo a nuestro Padre Celestial que ponga fin a tan malvados tiempos, por el amor del Corazón Eucarístico de mi Santísimo Hijo, y para enviar a esta Iglesia al prelado, mi muy amado hijo, a quien mi Santísimo Hijo y yo amamos con amor de predilección, quien existe para revivir el espíritu de los sacerdotes, por lo que lo dotaremos con habilidades, humildad de corazón, docilidad hacia las inspiraciones divinas, fortaleza para defender los derechos de la Iglesia y un tierno y compasivo corazón para que, como otro Cristo, pueda asistir al grande y al pequeño sin desdén por los más desgraciados que vengan, con dudas y amargura, a buscar la luz de su consejo; y así, con divina suavidad, el podrá guiar a las almas consagradas al servicio divino en los claustros, sin hacer el yugo del Señor pesado para ellos, porque El Mismo dijo: "Mi yugo es dulce y mi carga es liviana". En sus manos será puesta la jerarquía del santuario para que todo pueda ser echo con peso y mesura, y así Dios será glorificado..."..
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Profecía sobre los castigos..
Y, sin poder soportar tamaña desdicha, cayó de bruces en el pavimento del Coro, con la frente en el polvo y los brazos en Cruz. Llegada la hora del rezo del Oficio Parvo en el Coro Bajo, a las 4 de la mañana, como no estuviera presente en este acto de Comunidad, ésta se inquietó sobremanera y comenzó a buscarla por todas partes, hasta dar con ella y tenerla por muerta al sentirla sin respiración y que, como única señal de vida, le daba el agitado' latido de su corazón.
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Lleváronla, pues, a tenderla en su pobre y duro lecho. Y así pasó, sin conocimiento ni reacción a los medicamentos y cuidados de sus monjas, hasta el día 4, cuando a las 3 de la mañana, dando un prolongado y sufrido suspiro, cruzó las manos sobre el pecho y sus hermosos ojos se bañaron de lágrimas, pero sin pronunciar palabra, ni dar sensación de que oía ni veía lo que pasaba en torno suyo. Por fin, el día 5, a las 3 de la mañana, se incorporó por sus propias fuerzas en el pobre lecho y exclamó: Sí, Serafín llagado y Padre mío querido, gracias te doy.
La Madre Abadesa y todas las religiosas, poseídas de un filial amor a su santa Fundadora, le atendían y la servían prolijamente. Dándose ya cuenta de todo, la Madre Mariana Francisca correspondía a estas manifestaciones afectuosas, enderezando a cada una de ellas su dulce y tierna mirada y reciprocando ternura por ternura y amor agradecido al amor filial de sus hijas. Dícele la Madre Abadesa: Todas tus hijas estamos aquí preocupadas por tu salud. Son ya las 5 de la mañana. Contesta la Madre Mariana: ¡Qué buenas y caritativas sois! Os doy gracias a todas y pido que el Señor os pague, pero, os ruego, que como la mejor demostración de vuestra piedad para conmigo, no dejéis de cumplir con los actos de Comunidad.
Idas ya las monjas al Coro, se le acerca la enfermera, una monja joven de una de las notables familias de Quito, por nombre Zoila Blanca Rosa de Mariana de Jesús, cuyo carácter dócil, sencillo y tierno le granjeaba la simpatía de cuantos la conocían y trataban.
Acercándose a la enferma, le dice: Madre, mucho hemos llorado por Vuestra Reverencia. La creíamos difunta. Yo, en particular, sentía el no haber recibido su última bendición y sus consejos; pero ahora que el Señor oyendo mis ruegos os otorga la vida, dígame ¿qué le pasó? Del Coro la sacamos muerta y así ha permanecido todos estos días. Le contestó la Madre Mariana Francisca: Hija, los designios de Dios sobre sus criaturas son inescrutables y profundos. Ellos abrazan todos los tiempos. Por tu parte, ora, gime y llora delante del Sagrario para que, en este nuestro Convento reine siempre el amor a Dios, la santa caridad fraterna, al par que la santa y regular observancia, no sólo para el tiempo presente, sino, aún más, por el venidero
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