jueves, 15 de enero de 2009

Beneficios del Culto Mariano en los Individuos

Beneficios del Culto Mariano en los Individuos


La Santísima Virgen María como Su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, son los bienhechores de los individuos y de las sociedades. Cristo nos salvó dando su vida en la Cruz por nosotros y María aceptó el sacrificio de su Hijo para nuestra salvación. Sabemos que todo culto sube hacia Dios mismo; y la veneración y amor que tenemos hacia su madre y sus santos es una manera de agradecer a Dios mismo por los dones que El les prodigó. Honrar a los santos es agradecer a Dios por las maravillas que hace mediante sus elegidos. En la Iglesia Católica no se adora a la Virgen ni a los santos. Sólo se adora a Dios; porque adorarlo significa reconocerlo como Señor y Creador nuestro. Veneramos a los santos, los honramos, los amamos por amor a Dios mismo para agradecerle. Dios hace maravillas mediante sus santos, porque ellos lo amaron sobre todas las cosas. En estos artículos simplificados del R. P, Gabriele Roschini, trataremos de ver los beneficios y mercedes que reciben los individuos, familias y sociedades que honran a María, MADRE de Dios.

Los incalculables beneficios del culto mariano son espirituales y materiales. La persona devota de María puede decir estas palabras de la Sabiduría: “Me vinieron todos los bienes juntamente con ella” (Sap. 7, 11). Consideremos por tanto, brevemente, los beneficios individuales del culto Mariano. Los beneficios que el culto Mariano, especialmente si es bien entendido, proporciona a cada individuo, pueden reducirse a tres. María asegura para sus devotos:
1. La más preciosa protección durante la vida.
2. Una particular asistencia en la hora de la muerte.
3. Beneficios inestimables después de la muerte.

I. PROTECCIÓN PRECIOSA DURANTE LA VIDA

1. Beneficios de orden espiritual. El culto Mariano intenso es, en efecto, para el individuo fuente de gracias y de virtudes. Cuanto más el alma se acerque y se mantenga unida a María mediante un culto fervoroso hacia Ella, tanto más participará de sus gracias. Mediante esta abundancia de gracia, el culto especial a María se convierte en fuente de virtud y en sostén en el camino de la perfección.
Incubando, por otra parte, en la mente y en el corazón este ideal de perfección y santidad, uno se llega a sentir de una manera progresiva, aunque insensible, transformado en Ella, adquiriendo su modo de pensar, de sentir, de hablar y de obrar. De Ella dimana un intenso perfume de pureza que embriaga y eleva.
2. Beneficios de orden material. A estos incalculables beneficios de orden espiritual, hay que añadir innumerables beneficios de orden temporal, como son, por ejemplo, la salud, el bienestar material, el éxito en los negocios, el verse libre de incontables peligros, el sentir consuelo en las tribulaciones inevitables de la vida, etc. Y de ello son testimonio irrecusable los numerosos ex votos que vemos colgados de las paredes de los Santuarios.

II. ASISTENCIA DE MARÍA EN LA HORA DE LA MUERTE

Es el momento del cual depende toda la eternidad. ¡Por eso cuán necesitados nos encontramos en él del auxilio de la Santísima Virgen! Ella no lo ha negado ni lo negará jamás a ninguno de sus devotos. “Juan -dijo la Santísima Virgen a San Juan de Dios, -no es mi costumbre abandonar a mis devotos en estos instantes.” No en vano éstos la invocan continuamente diciéndole: “Ruega por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte. Ora pro nobis...”

María es en verdad la Protectora de los moribundos, la Virgen de la Buena Muerte. ¿Por qué?... ¿De qué manera?

1. Los motivos.-Me parece que dichos motivos se encuentran sintetizados en la triple relación que une a la Santísima Virgen con los hombres, o sea, en su oficio de Corredentora del género humano, en su oficio de Madre de los mortales y en su oficio de Dispensadora de todas las gracias.
Una madre, en efecto, asiste a sus hijos siempre, pero especialmente en el momento de la muerte. Además, para todos ha merecido Ella como Corredentora, pero especialmente para sus devotos, el poder proporcionarles una buena muerte. Finalmente, nuestra Madre es también la Dispensadora de todas las gracias.
Ella, por voluntad del Cielo es el canal a través del cual pasan todas las aguas de las gracias que dimanan de la fuente, que es Cristo. Habiendo cooperado mediante sus dolores a la adquisición de todas ellas, es muy justo que contribuya también a la distribución de las mismas. Si todas las gracias pasan por las manos de María, ¿no pasará, también, y de una manera especial la gracia de la buena muerte? Y si la Santísima Virgen puede impetrar, pedir para todos esta gracia, no lo hará con una especial diligencia para con aquellos que con una manifiesta muestra de gratitud se han acordado de sus padecimientos sobre el Calvario, o sea, para aquellos que han sido devotos de sus Dolores?

Los devotos, pues, de la Santísima Virgen pueden abrigar la certeza de que gozarán de una asistencia especial de María en la hora de la muerte. “Compadezcámosla -exclamaba San Gabriel de la Dolorosa- y Ella, a su vez, se compadecerá de nosotros y en la hora de nuestra muerte nos asistirá y, si conviene a nuestra alma, se hará visible y si es para gloria de Dios y ventaja espiritual nuestra, hará que no sintamos los dolores de la agonía.”

2. ¿De qué manera esta gloriosa Reina asistirá a sus hijos devotos en la hora de la muerte?
a) Pedirá para nosotros un dolor sincero de nuestros pecados. Y ante todo nos obtendrá del Señor un verdadero arrepentimiento de todos nuestros pecados, arrepentimiento que constituye la primera y principal disposición de un alma en el momento de presentarse ante el tribunal de Dios. Como para el ladrón arrepentido, también para nosotros, María Santísima, por los méritos de sus dolores, impetrará de su Hijo Crucificado la gracia de poder lavar con las lágrimas de una verdadera penitencia toda nuestra vida de miserias en aquel momento decisivo.

No es simple imaginación poética, sino profunda realidad teológica el episodio de Buonconte que nos ofrece Dante en el Canto V del Purgatorio. Buonconte gravemente herido en la batalla, huyendo a pie y desangrándose, en un momento perdió la vista y la palabra -dice el poeta- y en el nombre de María murió... Sin duda, la conciencia le reprochaba de más de un delito; a pesar de ello, su alma, al separarse del cuerpo, fue recogida por el Ángel de Dios, no obstante las vivas protestas del ángel infernal.

¡Oh!, tú ángel del cielo, ¿me arrebatas a éste? Y te lo llevas a la eternidad del cielo,
por una lágrima que ha derramado.

Sí, por una simple lágrima! Pues la lágrima que Buonconte derramó en la hora de la muerte invocando a María, era señal del sincero arrepentimiento que la Madre de Dios, con su poderosa intercesión había obtenido en favor de quien, no obstante sus delitos, seguía siendo su devoto, encomendándose a su protección en aquella hora suprema.
¡A cuantos de sus devotos la Santísima Virgen ha conseguido las lágrimas del arrepentimiento en aquella hora decisiva! (Hagamos, nosotros también, el propósito de rezar cada mañana tres Aves Marías)..

b) María conseguirá para sus devotos serena resignación. Pero el momento de nuestro tránsito supremo de la vida a la muerte, además de ser un momento decisivo, lo es también de grande y supremo sacrificio. La muerte, en sí misma, es un castigo del pecado original, pues se trata de una separación contra natura, violenta, del alma y del cuerpo, precedida y acompañada de una verdadera escolta de dolores.

La muerte, además, es la separación completa de todo y de todos, aun de los seres más queridos. Ahora bien, la Virgen Santísima fortificará admirablemente a sus devotos contra el miedo natural a la muerte.

Les dará fuerzas, haciéndoles ver en ella no una separación dolorosa y amarga del alma y del cuerpo, sino una feliz liberación del espíritu y de la materia. Les dará fuerzas, haciéndoles ver en la muerte, no una pérdida, sino una ganancia como dice San Pablo; no un abandono, sino el intercambio de los bienes temporales por los eternos, de las criaturas por el Creador, el cual la hará de Padre, de madre, de esposo, de todo. Les dará fuerzas, impetrando para sus devotos la resignación, la serenidad, la calma que son indicios de lo más elocuente en aquel momento supremo, pues dan la certeza moral de encontrar, en la muerte, la puerta de la vida.

c) María nos protegerá contra los asaltos e insidias de Satanás, el cual, en aquellos momentos supremos, hará todos los esfuerzos posibles para hacernos sus víctimas.

Mas si en aquella hora serán grandes los esfuerzos de Satanás, encontraremos un auxilio más valioso en la que se llama torre de David, torre de marfil, y contra esta gloriosa torre de David, contra esta fortísima torre de marfil irán a estrellarse inexorablemente todos los asaltos del demonio y sus satélites. Esta es la manera como la Santísima Virgen asistirá a sus devotos en la hora de la muerte. Y así sus hijos morirán llevando en el alma el más perfecto dolor de las culpas cometidas, muriendo en un perfecto impulso de abandono a la santa voluntad de Dios y cantando el himno de la victoria final sobre todos los enemigos de nuestra eterna salvación; he aquí la gracia más grande y más hermosa a que pueda aspirar un cristiano sobre la tierra.

III. BENEFICIOS DESPUÉS DE LA MUERTE

1. En el juicio particular. Inmediatamente después de la muerte tiene lugar el juicio particular y la consiguiente consignación del alma a uno de los tres lugares: al paraíso, al purgatorio o al infierno. Ahora bien, en cada uno de estos grandes acontecimientos encontramos presente a la Santísima Virgen con sus beneficios, especialmente en favor de sus devotos.
Ella los asiste, ante todo, en el momento del juicio, que se verifica apenas el alma se ha separado del cuerpo. Entonces se convierte en Abogada de su fiel cliente ante el Divino Juez. “Si eres pecador -dice Ricardo de San Lorenzo- y temes al Juez, Ella se encarga de aplacarlo.” Esto no quiere decir que María estará personalmente presente en este acto, sino en el sentido que Ella nos defenderá “en la puerta del juicio”, o sea, en el momento de la muerte o también trayendo a nuestra mente la severidad del juicio para, de esta manera, mantenernos alejados del pecado. Ella, en efecto, con su potentísima intervención, impetra para nosotros los medios que necesitamos para vivir bien o, al menos, para bien morir, evitando de esta manera la pronunciación de una sentencia condenatoria en aquel terrible juicio.
La Virgen hará sentir también su influjo sobre sus devotos en el paraíso y en el purgatorio.
2. En el paraíso, María hará sentir su influjo, ante todo, en favor de sus devotos, que gozarán con Ella la bienaventuranza. Por su mediación, sus devotos han alcanzado el puerto de la salvación. Este pensamiento los unirá, durante toda la eternidad, con un vínculo de amorosa gratitud al trono de su celestial Reina. Y desde aquel trono se irradiarán nuevos torrentes de delicias, no esenciales, sino accidentales, en beneficio de las almas bienaventuradas. La bienaventuranza o gloria esencial, en efecto, consiste en la visión inmediata de Dios, la cual permanece invariada. Mas la gloria o beatitud accidental admite grados de aumento infinitos.
Dante, en sus “divinas” fantasías poéticas, florecidas sobre el tronco robusto de la Teología, vio en el Paraíso “reír una belleza que se reflejaba en los rostros de todos los santos” (Paraíso, 31, 133-
34). Esta belleza que constituía la delicia de los bienaventurados era María.
La presencia misma de la Virgen en el cielo, como la presencia del sol sobre la tierra, ilumina y embellece, después de Cristo, todo el reino celestial. Así nos lo dice San Bernardino de Sena: “De la misma manera que todos los astros son iluminados por el sol, así el Paraíso es iluminado y embellecido por la presencia de esta gloriosísima Virgen”. María es el ornamento más bello del cielo. La Virgen Santísima, además de acrecentar la alegría y la gloria accidental de los bienaventurados con su presencia, y de manera especial la de sus devotos, hará que éstos sean más dichosos mediante ciertas revelaciones especiales; entresacadas de aquel cúmulo de conocimientos con que fue favorecida de Dios de una manera singularísima, tesoro incomparablemente superior al de todos los santos juntos.
Acrecentará tal gloria y tal alegría apoyando de una manera más eficaz las plegarias que ellos dirijan a Dios en favor de sus devotos y de sus seres queridos, promoviendo y apresurando, si son dignos de ello, su glorificación, aun en la tierra.

3. En el purgatorio, la Virgen Santísima es el astro más fúlgido y la visión más consoladora que refulge sobre el oscuro horizonte de este “segundo reino -donde el humano espíritu se purga-y se hace digno de subir al cielo” (Purgatorio, 1, 4-6). Ella auxilia a sus devotos también en este lugar. ¿Por qué? ¿De qué manera?¿Por qué? Donde hay hijos que sufren, no puede faltar la madre. Por eso Ella está especialmente en este lugar y en él sus hijos sufren dolores indecibles, más intensos de cuanto se pueda imaginar. María está presente en medio de ellos de muchas maneras, ayudándoles de mil formas.
¿Cómo? Les ayuda suplicando al Redentor, su Hijo, que les aplique una parte de sus satisfacciones infinitas. Y su plegaria maternal apenas llega al trono de Dios, desciende sobre aquellas voraces llamas transformada en rocío refrigerante y benéfico. Les ayuda, además, aplicándoles Ella misma aquel incalculable tesoro de méritos, que en su calidad de Corredentora del género humano, adquirió sobre la tierra. Les ayuda, finalmente, inspirando a los vivos, que disponen del Sacrificio de la Misa y pueden sufrir y merecer, que ofrezcan al Señor todos los sufragios y todos los medios de expiación propios para acelerar la liberación de estas almas afligidas y desoladas. Las llaves, pues, de tan terrible cárcel están en nuestras manos.

Y esto no es todo. Una madre tierna, al saber que su hijo sufre en una tétrica prisión, no se contenta con hacer llegar hasta él sus auxilios y los de los demás, sino que Ella misma hace cuanto puede por verlo, por hablarle, por consolarlo. De esta manera procede la Virgen. Tanto más que Ella, para visitar a sus hijos que gimen en aquella tétrica prisión, no necesita pedir permiso a nadie, pues es también la Reina de aquel lugar. ¡La presencia de María, de la Madre! ¡Qué supremo consuelo para aquellas almas! ¡Bajo sus sagradas plantas, cómo desaparece aquel mar de fuego!

En conclusión, todos estos admirables beneficios son frutos del cuidado de María en favor de cada uno de sus devotos, gracias de las cuales todos puede participar pues todos pueden practicar un culto que se adapta a todos los seres de cualquier edad y condición, a toda inteligencia, a toda conciencia, a todo estado social. Es, pues, un culto que se adapta admirablemente al hombre y a la mujer; muy propio de la mujer, la cual se ve y se siente prodigiosamente elevada y muy propio del hombre, por la influencia de María sobre el.

Es un culto adaptado a toda edad y, por tanto, apto para las cuatro edades de la vida. Se adapta a la infancia, la cual no ve otra cosa que a la madre. Se adapta a la juventud, la cual, en las tempestades de la vida, ve en María la estrella fúlgida de la mar que la guía, y preserva contra los escollos fatales. Se adapta a la edad madura, la cual, encontrándose tan expuesta, por sus múltiple responsabilidades, a los duros golpes de las desgracias y de los infortunios, siente la necesidad de un áncora a la cual asirse. Se adapta a la vejez, la cual es como una segunda infancia, tan necesitada de la sonrisa y de la delicada mano de la madre.

Es un culto propio de todo estado de inteligencia y, por tanto, se adapta a los doctos y a los ignorantes. Se adapta a los ignorantes, los cuales, a través del culto a María son iniciados en la ciencia de Dios. Se adapta a los doctos, pues constituye para ellos la manera más adecuada para elevarse a los espacios sin límites de la Filosofía y de la Teología que tienen como base el Verbo Encarnado según lo prueban los innumerables escritos existentes sobre la Santísima Virgen María.

Es un culto propio de todo estado de conciencia y por tanto adaptado a todos, tanto justos, como pecadores. Se adapta a los justos; pues presenta la más estrecha relación de ejemplaridad con la inocencia más elevada, haciendo brotar en el jardín de la Iglesia las flores de todas las virtudes. Se adapta a los pecadores pues presenta la más estrecha relación de misericordia con la culpabilidad más profunda, inspirando una confianza casi audaz a los pecadores de los cuales es el natural refugio y la esperanza en los casos desesperados. Es un culto adaptado a toda condición de vida, por tanto apto para el hombre dado a la contemplación, para el que se entrega a toda suerte de actividades, para el hombre de la soledad y para el de la sociedad. Se adapta al hombre solitario, entregado a la contemplación, pues la Santísima Virgen, con su deliciosa belleza y amabilidad recrea la soledad y la convierte en un pequeño Paraíso. Se adapta al hombre público dado a la acción poniendo cota con su encanto virginal a la disipación espontánea.

Es finalmente un culto propio de toda condición social y, por tanto, adaptado a los humildes y a los grandes de la tierra. Se adapta a los humildes, pues la Santísima Virgen fue una humilde mujer del pueblo, a pesar de ser de estirpe real y sacerdotal, y sujeta a todas las privaciones y a todas las estrecheces propias de su humilde condición. Se adapta a los grandes de la tierra, pues los destinos de María se nos ofrecen aureolados de grandeza real y de gloria, pues el Omnipotente ha obrado en Ella cosas grandes.

Tiene pues, razón el Beato Juan Lanspergio al asegurar “que es una grande gracia, un beneficio insigne de la bondad divina el sentir devoción hacia la Santísima Virgen.”
En el artículo siguiente veremos los beneficios del Culto Mariano sobre la familia la mujer, la Iglesia, las leyes, las sociedades y el arte.

R.P. Gabriel Roschini
Bibligrafía: P. G. Roschini, Instrucciones Marianas, Madrid,. Ed. Paulinas, 1953, págs. 284-295.
"¿quién no ha experimentado que no hay un camino más seguro y más expedito para unir a todos con Cristo que el que pasa a través de María, y que por ese camino podemos lograr la perfecta adopción de hijos, hasta llegar a ser santos e inmaculados en la presencia de Dios? En efecto, si verdaderamente a María le fue dicho: Bienaventurada tú que has creído, porque se cumplirá todo lo que el Señor te ha dicho (Lc 1, 41), de manera que verdaderamente concibió y parió al Hijo de Dios; si realmente recibió en su vientre a aquel que es la Verdad por naturaleza, de manera que engendrado en un nuevo orden, con un nuevo nacimiento se hizo invisible en sus categorías, visible en las nuestras ](San Leon Magno) puesto que el Hijo de Dios hecho hombre es autor y consumador de nuestra fe, es de todo punto necesario reconocer como partícipe y como guardiana de los divinos misterios a su Santísima Madre en la cual, como el fundamento más noble después de Cristo, se apoya el edificio de la fe de todos los siglos" (San Pío X - Ad Diem Illud Laetissimum)

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