domingo, 11 de enero de 2009

El Papa es el Vicario de Cristo

El Papa es el Vicario de Cristo

Su Santidad Benedicto XVI

Vicario de Cristo. Es así como identificamos al Papa. Así lo definen los Concilios, como el de Florencia y el Vaticano primero.

Como Vicario de Jesucristo, el Papa es el jefe de la Iglesia. Jesucristo edificó su Iglesia sobre la roca de Pedro, y el Papa es el sucesor de San Pedro en el cargo de Jefe. De ahí la frase "ubi Petrus ibi Ecclesia", para decir que donde está el Papa ahí está la Iglesia. He aquí lo que el primer Concilio del Vaticano destaca que al Papa se debe obediencia no solamente en las cuestiones de Fe y Costumbres sino también en las relativas a la disciplina y al gobierno de la Iglesia, y declara que en la comunión con el Papa conservamos la unión con la Iglesia.

En efecto, el Papa es esencialmente el Vicario de Jesucristo. En otras palabras, él asume la Persona de Jesucristo. Hace sus veces. Se le debe el acatamiento y la obediencia que se le presta a Jesucristo, a quien él representa. Su poder, sin embargo, su jurisdicción es vicaria. De suyo, ella es de Jesucristo, pues, como escribía el Papa Inocencio III al Patriarca de Constantinopla, el 12 de noviembre de 1199, "el primer y principal fundamento de la Iglesia es Jesucristo". El Divino Salvador, entre tanto, confió su poder a Pedro: "Como mi Padre me envió, Yo os envío", dice El a sus Apóstoles, especialmente al Jefe de ellos, San Pedro. Esta autoridad fue dada de modo permanente, y para siempre, para que el Papa la ejerza en su lugar, haciendo las veces de El, "vices eius gerens".

Este aspecto es esencial al Papado. No puede ser olvidado. Su olvido puede tener nefastas consecuencias. Puede llevar a la persona a pensar que el Papa es el dueño de la Iglesia, que puede hacer lo que quiera, mandar y desmandar lo que mejor le parezca, estando siempre los fieles obligados simplemente a obedecer. Reflexionando un poco, se ve que esta concepción atribuye al Papa la omnisciencia y la omnipotencia que son atributos exclusivos de Dios. No hace otra cosa la idolatría que transfiere a la criatura lo que es peculiar a la divinidad.

Por ese motivo, el primer Concilio del Vaticano al definir los poderes del Papa, tomó el cuidado de definir también su finalidad y sus limites. El Papa debe conservar la Iglesia de Cristo intacta, a través de la cual el Divino Salvador hace perenne su obra de salvación. Mantendrá, pues, la estructura de la Santa Iglesia como el Señor la constituyó, y velará para conservar y transmitir intacta la Fe y la Moral recibida de la Tradición Apostólica. Para este fin y dentro de estos limites, el Papa goza de la asistencia divina que le asegura la imposibilidad de errar y de desorientar a los fieles siempre que define un punto de Fe y Moral.

No es despropósito pensar que, precisamente para fijar bien el poder vicario del Papa, la Providencia haya permitido que, en el trono de San Pedro, se hayan sentado individuos, en cuya doctrina y/o procedimiento, se encuentran puntos gravemente prejudiciales a la Fe y/o a la moral. No enseñaban con su autoridad suprema y definiendo en materia de Fe, o daban mal ejemplo con su modo de proceder. Se explica así el juicio emitido sobre Honorio I ya sea por el III Concilio de Constantinopla ya sea por San León II, o sea, que él (Honorio I) "con profunda traición permitió que se manchase la inmaculada Fe de esta Iglesia Apostólica". Y de modo semejante, se verifican hechos dolorosos en la Historia de la Iglesia.

Resistir a tales enseñanzas y malos ejemplos no es negar obediencia al Papa, o a su persona. Quien así procede da una adhesión al Vicario de Jesucristo. Y es solamente como Vicario de Jesucristo que el Papa está dotado de los poderes de jurisdicción sobre toda la Iglesia".

+ Mons. Antonio Castro Mayer
Obispo de Campos Brasil

Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Él les dijo: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos». Entonces mandó a sus discípulos que no dijesen a nadie que Él era el Cristo. Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que Él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, y ser matado y resucitar al tercer día. Tomándole aparte Pedro, se puso a reprenderle diciendo: «¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso!» Pero Él, volviéndose, dijo a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Escándalo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres! (Evangelio de San Mateo 16, 13-20)













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"porque los verdaderos amigos del pueblo no son ni revolucionarios ni innovadores, sino tradicionalistas" (Enciclica Notre Charge Apostolique)